Página 11 - El Heraldo de Saltillo 16 Abril 2013

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EL HERALDO DE SALTILLO
| Viernes 16 de Septiembre de 2016
MATAR AL PRESIDENTE
QUINCE MUJERES
HUMBERTO LÓPEZ-TORRES
ARCELIAAYUP SILVETI
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Pensó que podría pasar a la
historia, no como José León Toral,
cuando menos como Lee Harvey
Oswald. Y efectivamente el 11 de
abril de 1944 su fotografía apareció
en todos los periódicos de México,
había intentado un día antes matar
nada menos que al Presidente de la
República. Pero falló; y cuando su
foto apareció en los diarios, él ya
estaba bien muerto.
Magnicidios en México ha ha-
bido muchos; incluso desde antes de
que México fuera México. Comen-
zaron con Moctezuma; durante la
colonia se dieron (sin éxito) contra
los virreyes Francisco Fernández de
la Cueva, Duque de Albuquerque
en 1669 y contra Baltazar de Zúñi-
ga y Guzmán, Marqués de Valero
(también frustrado) en 1718. Prosi-
guieron (incontables) en el decimo-
nónico México independiente. En
la revolución los más trascendentes
fueron los de Madero, Carranza y
Obregón, para culminar con Luis
Donaldo Colosio en 1994.
Pero entre todos ellos figura
uno (por fortuna frustrado): el per-
petrado contra el presidente Manuel
Ávila Camacho, la mañana del 10 de
abril de 1944 dentro del mismísimo
Palacio Nacional. Gustavo Hernán-
dez y Armando Rojas, en una publi-
cación del Gobierno del Estado de
Puebla, en 1968 describen el hecho,
y, aunque de manera tangencial, in-
volucran en él a las logias masónicas.
Un nieto del autor del atentado,
José Luis Lama Amador (también de
Puebla) hace un señalamiento direc-
to hacia
la mano que meció la cuna,
Maximino Ávila Camacho, hermano
de don Manuel. Pero como diría el
buen Jack “
Vamos por partes
”.
José Antonio de la Lama y Ro-
jas, perteneció a una familia poblana
de arraigadas tradiciones religiosas,
que incluso tuvo una muy activa par-
ticipación en la cristiada; dio asilo en
su casa a un buen número de sacer-
dotes jesuitas y a monjas; hijo de un
acaudalado comerciante, era teniente
de artillería del ejército mexicano,
campeón nacional de tiro y miembro
de las guardias presidenciales.
Los hermanos Maximino y
Manuel (Ávila Camacho) nacieron
en Teziutlán, en la sierra norte de
Puebla el primero en 1891 y 1896,
año en que Porfirio Díaz se reele-
gía por cuarta ocasión, el segundo.
Sus padres, Manuel Ávila Castillo,
antiguo capataz y administrador de
haciendas en Veracruz, y Eufrosina
Camacho Bello tuvieron ocho hijos.
Maximino y Manuel escogieron la
carrera de las armas. Dos hermanos
más, Eulogio y Miguel murieron por
la influenza. El historiador Enrique
Krauze señala en su libro La Presi-
dencia Imperial, que antes de morir
en 1938, doña Eufrosina hizo jurar
a sus hijos que jamás perseguirían
a la iglesia.
De carácter violento e incli-
naciones caciqui les, Maximino
participó durante la revolución, en
hechos de armas en Oaxaca, Puebla
y Veracruz; secundó la rebelión de
Agua Prieta; combatió a los cristeros,
participó en la matanza de estudian-
tes vasconcelistas en Topilejo en 1929
y fue electo gobernador de Puebla en
1937. Manuel, suave y caballeroso sus
servicios se orientaron más hacia el
lado administrativo; fue secretario
de la Comisión Agraria en Puebla,
pagador de la División de Oriente
y más tarde jefe del estado mayor
del general Lázaro Cárdenas. Oficial
Mayor, Subsecretario de Guerra y
Marina y Secretario de la Defensa
Nacional durante la administración
de don Lázaro quien lo nombró su
sucesor para las elecciones presiden-
ciales de 1940.
Durante una entrevista publica-
da en mayo de 1980, Alfonso Sierra
Partida afirma que Ávila Camacho
fue masón a pesar de ser también
devoto católico. Luis Salce y Rodrí-
guez y Guillermo de los Reyes dan
por cierto que “los masones le dieron
el apoyo a Ávila Camacho más como
un gesto de fidelidad a Cárdenas
que por simpatía a su candidatura”-.
Hernández y Rojas describen que la
mañana del 10 de abril de 1944, el
presidente Ávila Camacho arribó a
palacio nacional acompañado del
doctor Octavio Mondragón, oficial
mayor de Asistencia Pública. Al
aproximarse al elevador un individuo
con uniforme militar se le acercó y
sacando la pistola le disparó directa-
mente al pecho. No se percató de que
Ávila Camacho llevaba un chaleco
antibalas. El presidente reaccionó
con rapidez, lo golpeó en el brazo,
lo desarmó y lo entregó a la guardia.
José Antonio de la Lama y Rojas
había llegado al Palacio Nacional
alrededor de las nueve de la mañana.
El presidente lo vio cuadrarse frente
a él para saludarlo al estilo militar, y
contestó con una leve inclinación de
cabeza. El teniente lo abordó para
decirle: Señor presidente ¿cómo está
usted? El general le contestó. ¿Cómo
te va, qué andas haciendo? No hubo
más diálogo; la que habló fue la pis-
tola del agresor cuya bala perforó el
chaleco y quemó la manga izquierda
del saco de Ávila Camacho.
Éste nunca perdió la sangre fría;
pidió al agresor que lo acompañara
y en el elevador le preguntó: ¿Qué
traes tú, amigo? El teniente le con-
testó: “En este país no hay libertad ni
justicia; no nos dejan a los militares
entrar uniformados a las iglesias ni
a las logias”. Enrique Krauze, en La
Presidencia Imperial dice que “al
fallar el tiro, De la Lama y Rojas le
dijo
no pude, por desgracia, cumplir
mi misión
y añade que
quien sí pudo
fue Maximino: probablemente fue él
quien ordenó la ejecución del fallido
magnicida.
José Luis Lama Amador, sobri-
no de de la Lama y Rojas afirma que
“se encerraron el tío y donManuel en
el despacho del presidente a puerta
cerrada, pero nadie sabe de qué pla-
ticaron”. Y dice estar seguro que el
teniente fue escogido por Maximino
(Avila Camacho) para consumar el
atentado, so pena de asesinar a los
miembros de su familia. Incluso dice
que su padre y sus hermanos fueron
objeto de atentados contra su vida en
la avenida Reforma, de Puebla por
sicarios de Maximino.
El teniente de la Lama y Rojas
fue recluido en el cuartel del 6º Re-
gimiento de Caballería acantonado
en palacio.
Y sí, pues poco después del
atentado, Maximino Ávila Cama-
cho arribó al palacio, arrogante e
imperioso como él acostumbraba;
se llegó hasta la celda donde estaba
el detenido a quien él mismo torturó
y –según todos los indicio, le disparó
en la cabeza.
Hacia el mediodía del mismo
10 de abril “informes oficiales in-
dicaron que el frustrado homicida
intentó huir y fue herido de muerte
por la espalda, cuando le dispararon
militares del cuartel del 6º Regimien-
to de Caballería”. Falleció 48 horas
después, a las 9:05 de la mañana del
12 de abril de 1944 ¡de peritonitis!
Nunca se abrió una investiga-
ción ni oficial ni seria sobre el hecho.
Pero si la investigación sobre
la muerte de Colosio, aunque sí fue
oficial no lo fue seria, y a 22 años de
ocurrida surgen cada día más pre-
guntas sin respuesta, mucho menos
pudo haberse dado en el atentado
contra Ávila Camacho, del cual hacen
ya 72 años.
Recuerdo la ilusión que vi-
vía mi padre cuando viajaba con sus
hermanos. Nos platicaba las bromas y
lo mucho que se divertían. Regresaba
feliz y conmucha energía. Con el paso
del tiempo, mis primas hermanas or-
ganizaron un viaje para Mazatlán, el
año anterior fue el primero yme sumé
al de éste, concluido recientemente.
Fuimos quince Ayup, hijas de siete
hermanos.
Desde que nos montamos
en el camión empezó la “risoterapia,”
incluida en el mismo paquete. Bro-
mas, chistes, bailes, cantos y pláticas
de familia estuvieron los cinco días
con nosotros. Nunca hemos tenido
alguna fricción, hablamos de frente,
con respeto y cariño. Confieso ser la
que menos he convivido con ellas,
porque he vivido literalmente lamitad
de mi vida lejos de La Laguna, y vaya
decirlo, porque me encapsulo en mis
quehaceres. Sin embargo, siempreme
he sentido de lo mejor en su compa-
ñía.
La armonía y felicidad estu-
vieron entre nosotros y nos unieron
más. Conocí muchos elementos de
ellas que nunca me hubiera imagi-
nado. Hablamos de situaciones muy
personales, de lo que hacían nuestros
padres y de lo que nos platicaban, de
lo que nos gusta de ellos, pero sobre
todo, de su unión y de su solidaridad.
En los restaurantes les llama-
ba la atenciónnuestra granmesa, llena
de risas y se sorprendían al saber que
todas somos primas hermanas. Les
costaba trabajo pensar cómo éramos
tantas y cómo podíamos estar juntas
de viaje. Una hermosa mujer nortea-
mericana le dijo a una de nosotras
que nos estuvo observando y vio que
nuestros ojos sonde rasgos árabes. En-
contró la respuesta al saber que somos
familiares de ascendencia libanesa.
Me encantó la convivencia
y acercarme más a mis primas. Pero
sobre todo, verme en cada una, es-
pejearme al verles algunas de mis
costumbres y palabras. Fuimos quince
mujeres: Gloria, Blanquita y Cachis
Estrada Ayup; Tuty, Roche y Gaby
AyupGalindo; LaNena y Chelis Ayup
Guerrero; Cecy, Ángeles y Gris Ayup
del Bosque; Muñeca AbularachAyup;
Roxana Ayup Romero; Lourdes Ayup
Silveti, y yo. Dos brechas generacio-
nales entre nosotros, quince historias
diferentes, caracteres y personalidades
disímbolas unidas con la fuerza de la
sangre.
biznagaas@hotmail.com