“LOS RENGLONES TORCIDOS DE DIOS”

 Presentada en el Festival de San Sebastián, nominada a seis premios Goya y sensación entre las películas más requeridas de Netflix, este filme de Oriol Paulo, con Bárbara Lennie y Eduard Fernández, es la nueva propuesta del realizador de El cuerpo, Contratiempo y Durante la tormenta. Su envoltorio es elegante y seductor, su propuesta es entretenida y tiene uno de los giros argumentales más interesantes de los últimos tiempos, exigiendo de los espectadores que dejen la lógica y verosimilitud fuera porque esto es un thriller psicológico que busca el impacto y la tensión antes que responder a todas las preguntas que surgen.

Vamos con cuidado: el director barcelonés Oriol Paulo se caracteriza por los saltos dentro del argumento, ama el empaque del thriller psicológico y tiene buen gusto para elegir sus locaciones. Antes fue el responsable de Contratiempo, que creció en adherentes cuando se instaló en Netflix. En todas sus películas el funcionamiento se basa en la acumulación de e giros de guion, misma mecánica que aplica en Los renglones torcidos de Dios, su cuarto opus.

Este thriller está basado en el libro homónimo escrito en 1979 por Torcuato Luca de Tena Brunet y tuvo un éxito probado con sus seis nominaciones a los Premios Goya, entre las que se destacan Guion Adaptado y Actriz, que elevaron su prestigio y obligaron a prestar atención en el porqué del entusiasmo que ha levantado desde su aparición.

El argumento es retorcido como buen thriller psicológico hispano que se precie: Alice, una atractiva investigadora privada de excelente situación social, ingresa a un hospital psiquiátrico para internarse por una supuesta paranoia que, en verdad, es un ardid para que logre acceder a ese lujoso centro hospitalario donde hubo un suicidio que podría ser un asesinato.

La mujer ha sido contratada para investigar el aparente suicidio de un joven interno, hijo de un acaudalado individuo, que usa todas sus influencias para que ella ingrese a ese lugar, contando con el apoyo del director del establecimiento y con la misión de descubrir la verdad de lo allí ocurrido.

A partir de ese minuto, las cosas cambian de manera cada vez más dramática porque el director desconoce que hubo tal acuerdo, varios extraños pacientes comienzan a entregarle pistas de lo ocurrido la noche de la muerte del joven y esa galería de personajes -un gnomo, un gigante silencioso, dos gemelos que imitan los actos de los demás y un enfermo con fobia al agua, entre otros- complican aún más los sucesos.

Cuando ella es atacada por un interno, Alice se enfrenta a un escenario impensado: la mayoría de los psiquiatras la consideran una demente que se ha inventado situaciones y que todo puede ser fruto de su imaginación.

El guion de la película -obra del propio director junto a Guillem Clua y Lara Sendim Oriol- donde todos los acontecimientos empiezan a ser difusos, ambiguos y lo que hasta entonces creíamos como plena certeza comienza a perder toda lógica.

Es evidente que el director trabaja con cuidado sus diálogos, sus espacios y atmósferas, donde resalta la luminosidad inicial frente a lo lúgubre de los escenarios a medida que crece la tensión por dilucidar quién dice la verdad en ese enorme psiquiátrico donde transcurre casi todo el metraje del filme.

Como recurso, esta película utiliza una gran cantidad de saltos al pasado (flashbacks), con el objetivo de ir desarrollando (o enredando) la trama y haciendo que todos resulten sospechosos, ya sea por acción u omisión. El resultado es una película muy cuidada en su factura que, poco a poco, se arma y desarma según vayamos conociendo más antecedentes de los sucesos ominosos ocurridos durante la noche en que aparece el cuerpo del paciente muerto.

El gran problema de la película es que confía demasiado en los trucos y giros de su guion y en la espléndida atmósfera que posee, amén de las buenas actuaciones en general, pero para dos horas y media el tema se empieza a poner denso, algunas situaciones se tornan obvias y se diluye esa atmósfera de constante tensión que poseía en su magnífico inicio.

‘Los renglones torcidos de Dios’ es una oportunidad perdida y que, por contraste, nos recuerda que un notable director como Martin Scorsese logró un filme de jerarquía con material similar en La isla siniestra, con un Leonardo Di Caprio investigando un crimen sin resolver.

En términos generales existe mucho material para una buena película, pero faltó sacar mayor provecho justamente a la atmósfera, los personajes y no confiarse en que los trucos (algunos evidentes) de su guion bastaban para lograr un gran filme que, a fin de cuentas, termina siendo una película ideal para ver un domingo por la tarde, pero que pudo marcar un hito en el ámbito delicado de la locura, el delirio y las apariencias.

 

Autor

Víctor Bórquez Núñez
Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación