COMO DECÍA MI ABUELA

“Barriga llena…”

Hay días en los que me resulta inevitable pensar en mi abuela y sus comidas, sobre todo en temporada de cuaresma. Ella guisaba nopales, cabuches, flores de palma, batía el huevo para las tortas de papa y de camarón y hacía la tradicional capirotada. Mientras nos llamaba a comer exclamaba: “barriga llena, corazón contento”, y nos servía sendos platos de arroz con nopales y tortitas de camarón.

Los alimentos, en un sentido legal, no implican solamente la categoría de comida, como muchas personas erróneamente piensan, sino que abarcan otras dimensiones necesarias para cubrir las necesidades básicas de los menores, tales como vivienda, educación, vestido, salud, diversiones etcétera. Desafortunadamente, en nuestro país, más del 70 por ciento de las jefas de familia no reciben la correspondiente pensión alimenticia para sus hijos. Pero, si los derechos de los niños son un eje central en la creación de políticas públicas y el incumplimiento del pago de pensión es sancionado con multas y pena privativa de la libertad, ¿por qué sigue sucediendo esto?

Para nadie es un secreto que vivimos en un entorno machista y misógino, en el que, para empezar, si el padre de tus hijos resulta un desobligado, es porque seguramente “no escogiste bien”. Creo que la historia aquí descrita la escuchamos muchos y si no tenemos el contexto completo y las gafas violetas bien puestas, nos podemos dejar llevar por esta primera impresión y tomarla como única verdad.

Analicemos algunos números. El salario mínimo vigente en México, según el portal www.gob.mx es de $ 6 mil 310 pesos mensuales y la pensión alimenticia que se otorga mínimo por hijo es del 15% del salario, lo que equivaldría a $ 946 por cada hijo que tendría que vivir con alrededor de 31 pesos al día. Esa cantidad, debería ser suficiente para que la madre, quien tiene la guarda y custodia en la mayoría de los casos, cubra gastos de alimento, vestido, educación, salud y recreación. Si trasladamos esto al contexto individual del lector, me podría compartir ¿qué come con treinta pesos al día? ¿qué viste? Si se enferma, ¿puede acudir a una consulta médica y procurarse los medicamentos que le receten? Luego de estas reflexiones puede alguien explicar ¿cómo le hacen esas madres que reciben un mínimo de pensión alimenticia (de un salario mínimo) para subsistir junto a sus hijos?

Ahora bien, habrá quienes me digan, que la pensión es un 50-50, es decir, que lo que le toca aportar al padre, también le toca aportarlo a la madre, ¿podrían estas personas repetir el ejercicio anterior imaginando que en lugar de 30 se cuenta con 60 pesos? Y dejando de lado la cuestión económica, ¿será que los padres aportan también su 50-50 en la cuestión de los cuidados? La realidad es que, la mayoría no sólo no cumple con la pensión alimenticia, sino que además, aquéllos que cumplen, lo hacen porque fueron alcanzados por el aparato judicial, luego de que las madres interponen la demanda de alimentos. Pero tampoco son la mayor parte de las mujeres que demandan las que pueden acceder al pago de alimentos. Hay un gran porcentaje de demandas que se quedan apiladas en el archivo sin que se pueda emplazar al deudor muchas veces porque este, renuncia a su trabajo o encuentra la forma en la que la empresa lo “encubre” y dificulta el proceso.

Depositar en las madres la carga de rogar por lo que, por derecho, corresponde a sus hijos es el resultado de un sistema inoperante, machista y patriarcal, que vela más por los delincuentes que por las infancias, que vela por la impunidad del agresor. Es por esto, que iniciativas como la 3 de 3 Contra la Violencia, donde se ponen candados a los deudores para acceder a puestos de poder y el dictamen, recién aprobado por unanimidad en el senado, para crear el Registro de Obligados Alimentarios y que éstos no tengan acceso a renovar pasaportes, licencias de conducir y que tengan verdaderas consecuencias, son herramientas para que las mujeres y sus hijos, puedan acceder a una vida libre de violencia.

Para que más familias puedan decir, cómo decía mi abuela, “barriga llena, corazón contento” con la tranquilidad de que, sus derechos humanos fundamentales están resguardados por el Estado y que estas leyes, junto con la Ley Vicaria allanen el camino de millones de niños que, al día de hoy, no cuentan con una pensión que garantice sus necesidades básicas. La verdadera transformación vendrá, cuando más personas entiendan, que no es una cuestión de dinero, sino de valores, de protección de aquéllos que por su edad o condición se encuentran vulnerables y cuentan con sus padres para protegerlos. El día que dejemos de pensar que es culpa de la mujer por no escoger bien al padre de sus hijos y empecemos a depositar la responsabilidad en los padres que eligen ser deudores morosos, ese día, como sociedad y en su caso, como autoridades responsables de administrar y procurar justicia, habremos de aportar más “barrigas llenas y corazones contentos” en las vidas de nuestras infancias.

 

 

Autor

Leonor Rangel