LA VERDADERA LIBERTAD

La vida se trata de crearse a uno mismo

George Bernard Shaw

Solo a partir de la imposición de límites podemos entender la libertad, y no al revés. Solemos creer que aquellos existen para racionalizar ésta, pero la realidad es que desde temprana edad se nos educa para la limitación.

Ser libres se convierte, así, en un proceso de auto creación, que no de auto encuentro, pues no podemos encontrar lo que nunca perdimos.

La libertad está indeleblemente ligada a la responsabilidad, incluso en su más amplia definición de diccionario.

Aunque tiene una faceta interior –de hecho la más importante–, que muy pocos exploran, se le ha concebido tradicionalmente como la elección de nuestra forma de actuar en sociedad.

De ahí la idea de que primero fue la libertad y luego los límites, que se imponen para no afectar a nuestros semejantes.

Sin embargo, es la libertad interior, y no la que tenemos con relación a los demás, la que puede hacernos felices o infelices. Aunque el principio para su ejercicio es el mismo: la responsabilidad.

La libertad interior comienza ciertamente por el libre albedrío, es decir, la facultad de decidir, principalmente la actitud que tomaremos ante lo que nos suceda, la cual determinará nuestra conducta.

Pero la libertad como derecho a optar, es solo una facultad. Está en la superficie del concepto. En sus profundidades es una condición de vida alcanzada tras un largo proceso de liberaciones.

La libertad interior es el derrumbe de toda la estructura de limitaciones que nos impusieron desde pequeños, a través de casi todas nuestras creencias.

Una de ellas es, por ejemplo, que mientras no afectemos a nadie, podemos dañarnos a nosotros mismos, pues tenemos libertad personal para ello.

Ciertamente, todo mundo puede optar por hacerse daño a sí mismo, pero hacerlo en nombre de su libertad es solo una justificación, porque no hay tal. La irresponsabilidad la descarta.

La libertad no es elegir aquello que nos esclaviza, como una adicción. De hecho, es su antítesis. Esclavizarnos a algo ni siquiera es, como creemos, una elección, sino una debilidad.

La libertad está resistirse a entregarle nuestro poder a otra persona, una situación, una sustancia o simplemente a la desidia y la procrastinación.

La libertad solo es falta de límites cuando de nuestro potencial de crecimiento y desarrollo se trata.

Por eso, creer en nosotros mismos es libertad. Sentirnos capaces de afrontar lo que haya que afrontar en el momento que haya que hacerlo, a pesar del miedo, es libertad.

Dejar de necesitar aprobación ajena y de tener miedo a cometer errores es libertad. Resistirse al impulso de dar explicaciones a quien no las merece es libertad. Abrazar nuestra incomodidad en lugar de entregarnos a ella es libertad.

Es la capacidad de tomar una decisión, ciertamente, pero con conocimiento pleno de nuestros verdaderos motivos y con autonomía del impulso a autoengañarnos y justificarnos.

Es entonces cuando podemos tomar el dominio de nuestras propias vidas y asumir la responsabilidad de nuestros pensamientos, sentimientos y acciones.

Parecería necio decirlo, pero culpar a los demás de nuestra situación equivale a cederle a otro nuestra libertad, por tanto, nuestro poder personal.

Las víctimas, en cualquier relación, lo son primero de sí mismas, porque ese es el rol que han decidido adoptar, que por doloroso que pueda ser, les representa siempre una ganancia a la que no están dispuestas a renunciar.

Escribió Víctor Frankl, sobreviviente de los campos nazis de concentración y creador de la logoterapia, en su libro El hombre en busca de sentido, que “al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa, la última de las libertades humanas, la capacidad de elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias”.

Si elegimos la mejor actitud, estaremos en condiciones de desencadenar una liberación interior que nos llevará a sobrellevar con dignidad cualquier situación difícil, si no es que a entusiasmarnos solucionando problemas.

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