PLAZA CÍVICA

Con el INE, queda claro: son tiempos para conservar 

Hay tiempos para cambiar y tiempos para conservar. Ante la pobreza, desigualdad e inseguridad en el país, resultaba evidente que eran tiempos de cambio. La victoria abrumadora de Andrés Manuel López Obrador en el 2018 y la tunda recibida por los partidos políticos tradicionales fueron un grito de la población mexicana en ese sentido. Sin embargo, ante los cambios propuestos por la actual administración, aunado a la intentona autoritaria, queda claro que son tiempos… para conservar.

Los partidos políticos de izquierda se orientan al cambio, y los de derecha a conservar. La izquierda tiende a sospechar de las instituciones establecidas, y la derecha a defender las instituciones existentes. Ambas fuerzas se balancean y, como bien manifestó The Economist: “El conservadurismo modera el celo liberal; los liberales pinchan la complacencia conservadora”. El cambio no es sinónimo de progreso, no dice nada por sí mismo: puede ser un cambio regresivo o progresivo, con el fin de regresar al pasado o construir el futuro. Por otra parte, el conservadurismo se debe preguntar qué es lo que desea conservar, y con qué fines: ¿conservar para continuar en el pasado, o para, nuevamente, construir el futuro?

El diagnóstico de cambio era correcto. Había habido avances, aunque insuficientes, por lo que seguir el mismo camino resultaba insostenible. Los datos arrojados por el INEGI eran claros (hasta 2018): los niveles de pobreza se habían mantenido básicamente iguales, la desigualdad había aumentado, la violencia se había incrementado exponencialmente, y la corrupción era el pan de cada día. Esas habían sido algunas de las principales banderas políticas de López Obrador desde antaño y, ante el comprensible hartazgo popular, fue elegido, finalmente, en 2018. Sin embargo, sus políticas no han consistido en descontinuar lo que no funciona, continuar aquello que sí, y reformar donde se requiere, sino en destruir todo lo construido. Ahí están los despidos masivos de funcionarios públicos, la abrogación de la reforma educativa, el derribo del Seguro Popular, la desaparición de la Policía Federal, los continuos escándalos de corrupción, y un largo etcétera. Ahora, van por el Instituto Nacional Electoral (INE).

El gran intelectual de la izquierda durante el S. XIX, Thomas Paine, creía que había regímenes que estaban tan corroídos que era imposible repararlos y, por lo tanto, debían destruirse para construir todo de nuevo. Esa, precisamente, es la idea de López Obrador: cree que la estructura del país está tan completamente rota que nada, absolutamente nada de lo construido debe ser preservado. Sin embargo, el gran intelectual conservador del S. XIX, Edmund Burke, creía por su parte que había que cambiar aquello que había demostrado que no funcionaba, y conservar aquello que sí había tenido resultados. Y por ello, su definición del verdadero hombre de Estado: “una disposición para preservar y una capacidad para mejorar, en conjunto, sería mi estándar del estadista”. El INE, claramente, ha demostrado que funciona.

“El INE no se toca” fue el lema de la marcha del pasado 13 de noviembre. El INE sí se toca, aunque no en estos tiempos. Ante las propuestas, queda claro que hoy no son tiempos de cambio: son tiempos para conservar. Más adelante, cuando la tempestad autoritaria pase, podremos hablar de los cambios que requiere el país, que son muchos y urgentes.

@FernandoNGE 

Autor

Fernando Nùñez de la Garza Evia
Fernando Nùñez de la Garza Evia
Licenciado en derecho por la Universidad Iberoamericana (UIA). Maestro en estudios internacionales, y en administración pública y política pública, por el Tecnológico de Monterrey (ITESM). Ha publicado diversos artículos en Reforma y La Crónica de Hoy, y actualmente escribe una columna semanal en los principales diarios de distintos estados del país. Su trayectoria profesional se ha centrado en campañas políticas. Amante de la historia y fiel creyente en el debate público.
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