LA MARCHA EN DEFENSA DE LA DEMOCRACIA Y LAS LECCIONES HISTÓRICAS

Este domingo 13 de noviembre miles de ciudadanos se dieron cita en calles de la Ciudad de México y otros estados para protestar contra la reforma electoral propuesta por el presidente Andrés Manuel López Obrador.

José Woldenberg, ex presidente del Instituto Federal Electoral, ahora INE, único orador en el evento, definió: “Estamos aquí reunidos con un solo objetivo claro y trascendente: defender el sistema electoral que varias generaciones de mexicanos construyeron, que ha permitido la convivencia y competencia de la pluralidad y la estabilidad políticas, la trasmisión pacífica de los poderes públicos y la ampliación de las libertades.

Todo eso constituye un patrimonio común y por ello estamos aquí, ciudadanos de muy diferentes orientaciones políticas y extracciones sociales, militantes de partidos, integrantes de organizaciones sociales y personas sin filiación política que deseamos que México sea la casa que nos cobije a todos”.

En seguida planteó de dónde venimos: “Como país fuimos capaces de edificar una germinal democracia. Dejamos atrás el país de un solo partido, de un presidencialismo opresivo, de elecciones sin competencia ni opciones auténticas, de poderes constitucionales que funcionaban como apéndices del Ejecutivo, de medios de comunicación mayoritariamente oficialistas, para abrirle paso a la expresión y recreación de la diversidad política, a elecciones libres, disputadas y creíbles, a Congresos plurales, gobiernos de diferente orientación, pesos y contrapesos en el entramado estatal y sin duda una espiral virtuosa que amplió el ejercicio de las libertades”.

Además, llamó la atención sobre un hecho: “la alternancia constitucional y pacífica (subrayo, pacífica) del poder presidencial ocurrió, por primera vez en México, gracias a ese proceso democratizador. En casi doscientos años de vida independiente, nuestro país nunca lo había logrado.

 

Esa democracia se construyó con el trabajo de millones, de varias generaciones de mexicanos y mexicanas, cuyo edificio culminante fue el del Instituto Nacional Electoral. Ese gran cambio histórico no puede ser explicado sin la existencia de nuestro sistema electoral”

No llegamos a una estación final. Tampoco a un paraíso. Apenas a una germinal democracia pero que nos ha permitido asentar la pluralidad política y que la misma pueda coexistir y competir de manera pacífica”.

Definió el por qué llegamos a este día. “El problema mayúsculo, el que nos ha traído aquí, el que nos obliga a salir a las calles, el que se encuentra en el centro de la atención pública, es que buena parte de lo edificado se quiere destruir desde el gobierno. Es necesario insistir en eso, porque significa no sólo una agresión a las instituciones existentes sino a la posibilidad de procesar nuestra vida política en un formato democrático.

México no puede volver a una institución electoral alineada con el gobierno, incapaz de garantizar la necesaria imparcialidad en todo el proceso electoral. Nuestro país no merece regresar al pasado porque lo construido permite elecciones auténticas, piedra angular de todo sistema democrático.”

Finalmente, hizo, a nombre de todos los participantes, “un llamado a todos los grupos parlamentarios —sí, a todos— sin exclusiones ni excepciones, los que conforman las Cámaras del Congreso Federal y de los 32 congresos en las entidades, a que defiendan lo edificado en materia democrática y no conduzcan a nuestro país a una etapa venturosamente superada: la del autoritarismo que se auxiliaba de autoridades electorales a modo”.

Ante esta coyuntura de nuestro país, y tomando en cuenta que la historia es una gran fuente del conocimiento a la que diario se debe recurrir, deseo compartir algo de lo escrito, en agosto de 1984, por el Maestro Gastón García Cantú, un gran intelectual, historiador, académico y periodista mexicano, con el fin de recordar de qué se habla cuando se habla del pasado.

“En México, escribió Jorge Carpizo, el presidente ocupa el lugar de un rey europeo del siglo XVIII. Es verdad comprobable ante el examen de sus facultades constitucionales y atribuciones, pero no tradición mexicana. Cada facultad, cada atribución significa un retroceso respecto de lo que asentaron quienes fundaron la República para descolonizar a nuestro país.

El presidencialismo, el sistema del poder personal, pertenece a una práctica política que ha favorecido el ascenso capitalista; no existe teoría que lo explique, para conocerlo basta padecerlo y ver, en la constitución, los cambios para facultar al titular del poder ejecutivo en límites que corresponden al uso extraordinario del poder. La tradición mexicana es la de la lucha del congreso de 1822 contra Iturbide y su imperio; la de Gómez Farías ante Santa Anna, la del partido liberal de Ayutla y las leyes de 1857, la de los precursores de la revolución democrática de 1910 y los debates del constituyente de 1917.

Las necesidades de la guerra contra la intervención francesa llevaron a Juárez a prolongar su mandato. Zarco explicó las causas de tal extremo.

Porfirio Díaz modificó la Constitución para restablecer el poder personal. Lo que pareció abolirse en siete años de lucha armada resurgió en el asalto político del plan de Agua Prieta; al término de su gobierno, Obregón, siguiendo el ejemplo de Díaz, reformó la Constitución para reelegirse. Se evoca a Obregón como caudillo; es decir, como jefe de una banda militar. El plan de Agua Prieta fue el inicio de una contra revolución cuyos efectos no han concluido. Calles asestó otro golpe por la muerte de Obregón: establecer el poder fuera de la ley en nombre de la revolución.

La democracia mexicana no habría impedido el ascenso capitalista, pero en la lucha de clases la mayoría pudo conquistar límites legales al salvajismo de ese desarrollo; uno, esencial: detener el poder personal del presidente por una vía estrictamente electoral. El partido del gobierno y en el gobierno impide la democracia y hace de la representación popular una simulación política. La democracia mexicana no es una excepción histórica, no existe una política mexicana sin antecedentes en nuestra historia ni analogías externas.

Comparar al presidente con un rey del siglo XVIII es una aproximación histórica, no una exageración.

‘El presidente, agregó Carpizo, tiene en sus manos toda la materia agraria, laboral, educativa, minera, petrolera, de electrificación, de hacienda pública, política monetaria y de crédito público, seguridad social y culto religioso. Es el jefe del ejército y de hecho de su partido. Nombra a los personajes políticos diplomáticos judiciales y militares más relevantes del país. Es quien tiene el ejercicio de la acción penal y quien decide las situaciones más importantes de la nación, como la declaración de guerra; legisla en los casos de emergencia, y aún en tiempos normales es el colegislador más importante, ya que la gran mayoría de las leyes fueron proyectos”. Esta inaudita relación descubre el país que hemos construido durante 55 años.

Varias generaciones han sido aplastadas en esa acción política y obligadas a admitir el fallo, la orden, al parecer los desatinos y las venganzas. Cada seis años del propio gobierno, y de su basta red de sirvientes, surge el mandatario del pueblo enmudecido y cada seis años le cuesta la nación lo que no tiene en su tesorería llevarlo al poder; una vez en él, se propaga que era el predestinado para gobernar.

Algunos admiten que el presidencialismo es la más alta y dura barrera frente a los empresarios, los discrepantes y los Estados Unidos; que es él quien regula las luchas de las clases, impone la moderación, el buen sentido nacional que no yerra ni desfallece, que ninguno puede comparársele a su conocimiento de la nación, de sus hombres; todo lo sabe; todo se le consulta; sus atribuciones son las del poder personal. En tal régimen ¿que significa, qué representa, el partido oficial? ¿Cómo puede hacerse política: discurrir los problemas nacionales, dar el parecer sobre los actos de gobierno, proponer, oponerse, indicar lo conveniente para el país o exponer demandas, quejas y aspiraciones del grupo sin voz?

Así planteaba el Maestro García Cantú, hace años, lo que hoy vuelve a ser tema de reflexión en nuestro México.

José Vega Bautista

@Pepevegasicilia

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