COOPERANDO, POR FAVOR

 

La perfecta cooperación es un atributo de la civilización

John Stuart Mill

Si hay algo en lo que coinciden sin duda alguna la ciencia política, la sociología y la psicología es en la importancia de la cooperación. Los sistemas políticos cuyos poderes, órdenes de gobierno, autoridades e instituciones cooperan estrechamente entre sí son más democráticos, justos y efectivos; las sociedades con un alto nivel de cooperatividad son más avanzadas, solidarias, ordenadas y pacíficas y las personas más cooperadoras son más sanas y felices.

Las personas que cooperan entre sí tienen mejor calidad de vida emocional que aquellas que compiten. Mientras las primeras tienden redes de apoyo, las segundas se aislan. Evidentemente, las cooperativas son las que están en posibilidades de alcanzar aquello que solo puede concretarse a través de otros, que es prácticamente todo.

Por supuesto, tanto cooperación como competitividad tienen valor en su propio momento, espacio y contexto. Se debe aprender a competir como una forma de autosuperación; no, como acostumbramos, de compensar nuestro sentimiento de insuficiencia e inseguridades.

Se debe aprender a cooperar para establecer relaciones del alma, que nos proporcionen la certeza de que somos aceptados, de que pertenecemos y contamos con los demás; no, como acostumbramos, para cumplir expectativas ajenas y complacer a otros en busca de agradar.

Ni todo en la vida puede ser cooperación ni todo, competencia. Cada una de estas actividades es importante si entendemos su naturaleza y utilidad. Esto puede sonar obvio, pero la realidad es que la competitividad se ha convertido en un “valor” sobredimensionado en la vida actual.

Todos queremos ser ganadores, porque nuestra sociedad desprecia a los perdedores. Ese es el motivo principal. La gloria, aunque importante para alcanzar el siempre deseado reconocimiento, es secundaria, lo importante es evitar la vergüenza de la derrota.

Hay también, sin embargo, un motivo bioquímico: competir genera adrenalina y ganar, endorfinas, que nos producen un estado de bienestar más cercano a la euforia que a la felicidad, y que por supuesto irá requiriendo con el tiempo –debido a nuestra capacidad de adaptarnos a la intensidad emocional– de más frecuentes y mayores “dosis” de aquello que nos lleva a esos estados. Efectivamente, se trata del proceso de adicción.

Quien tiene un permanente impulso competitivo siempre está estresado y ansioso, es desconfiado, poco solidario, no encuentra una conexión genuina y profunda con otros. Es, en esencia, infeliz. Establece relaciones románticas, de amistad, fraternales e incluso maternales o paternales a partir de su necesidad de competir para ganar. Perder o sentir que ha perdido, aunque en la realidad la persona con la que compite no se haya involucrado, lo hace resentirse, amargarse, envidiar.

Quien coopera sin ninguna expectativa, incluso sin esperar lo mismo a cambio, genera dos importantes hormonas: dopamina y serotonina, que lo hacen sentirse tranquilo y feliz.

La cooperación es, como instinto, mucho más fuerte que la competitividad, pues es parte de la naturaleza social de los seres humanos. Es, de hecho, el factor que nos ha llevado, primero, a sobrevivir, después a civilizarnos y progresar, pero también a la realización personal. A partir de la competencia compensatoria, la que produce esa intensa sensación de superioridad que da el poder, solo nos volvemos crueles y nos destruimos unos a otros.

Cooperar es innato incluso en los animales, que compiten solo en determinadas situaciones. Los seres humanos lo hacemos claramente al revés, por eso nos hemos vuelto tan depredadores. Competimos entre nosotros y contra la naturaleza.

Un humano mata y subyuga sobre todo para demostrar su poderío, porque el estado mental eufórico que esto produce es sumamente adictivo. Aprender a resistirlo es cuestión de extinción o supervivencia de la especie.

El que a pesar de nosotros mismos no nos hayamos autodestruido hasta ahora, aunque estamos cerca, es prueba de que nuestra naturaleza es más cooperativa que competitiva.

Recuerde, además: cooperativo, feliz; competitivo, infeliz, porque mientras la cooperación lleva al genuino amor, la competitividad lo excluye.

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