SALTO DE LETRA

 

Heridas que duelen

En Sabinas, Coahuila, en el Pinabete, habitantes de la comunidad de Las Conchas reportaron al sistema de emergencias 911 el miércoles 3 de agosto unos minutos después de las trece horas, el colapso de una mina de carbón, una de las llamadas “pocitos”, cercana al rio Sabinas se inundó atrapando en su interior a 10 mineros.

En la región carbonífera de Coahuila existen un total de 67 pequeños y medianos productores de carbón que se constituyen en dos asociaciones mineras y productores independientes. Los pocitos, como son llamados, son construcciones artesanales, tiros profundos de un poco más de un metro de diámetro, por el que bajan en canastas o en cuerdas los mineros para acceder a las minas subterráneas, tienen escasas medidas de seguridad y se vuelven trampas mortales por el poco cuidado en su construcción. En Coahuila, con 1967 títulos de concesión, se entregó la operación del 11% del territorio con yacimientos. El 88% del territorio aún no cuenta con una concesión entregada, su explotación se realiza al margen de cualquier autoridad.

Coahuila es el principal proveedor de Carbón en el país. El negocio del carbón, con una extracción anual de 2 millones 161 mil 197 toneladas, representa un ingreso de $1,293,654,592 según los datos del Servicio Geológico Mexicano. Este accidente minero nos duele una vieja herida. El dolor lo focalizamos y arreglamos una zona adolorida que no es la que más aqueja. Existen otros trabajos al margen de cualquier derecho, los mal llamados empleados de confianza que incluso en el Estado se encuentran desprovistos de las prestaciones sociales que les corresponden. Los nuevos modelos económicos presionan a hombres y mujeres a trabajar sin las prestaciones mínimas, incluso quienes deben participar en sorteos para poder jubilarse o disfrutar de su pensión. Nos hemos acostumbrado a partir de un mundo que va tan rápido como para fijarse en los derechos y conquistas.

Aplaudimos el ingreso de nuevas plataformas de transporte como Uber, Didi, Rappi, obviando que sus empleados no cuentan con los servicios mínimos de seguridad social, no acceden incluso a los beneficios de seguros que cubran los percances en que pudieran verse afectados. Son como pocitos, pero en el asfalto de la ciudad.

Los pocitos parecen ser la expresión de un apetito económico que no se satisface invirtiendo en el trabajador, pero eso pasa en muchos lados. El propio estado separa en dos apartados los niveles de funcionarios, sin saber que el trabajador es trabajador. Hay sectores, al aire libre, cuyos empleados están bajando en un pozo de difícil retorno. La oferta laboral presiona y estimula que estas prácticas pasen de largo. El crecimiento empresarial exige reducir al por mayor los gastos para hacer frente a cualquier desafío, pero, así como en una empresa que hace paros por una excesiva producción afecta el salario de un trabajador, se vuelve una normalidad en un mundo en la que el trabajador es lo menos importante.

Quienes ingresan a un pocito se despiden, quizá con la misma intensidad que quien decide viajar por carretera en el país. La gestión que concluya con prácticas desleales en los que la persona ocupa un espacio secundario en la fórmula económica debe ser una realidad en los pocitos de la minería y en otros trabajos que duelen por igual, pero nos hemos acostumbrado.

Hay heridas que duelen, pero que no son las únicas.