LA GRAN CONQUISTA

Nada en la vida debe ser temido, solo comprendido

Marie Curie

La vida es, ante todo, un heroico viaje interior desde miedo hasta el amor. De ahí la gran importancia y sustancial enseñanza de entender como alegoría la brillante mítica de Joseph Campbell en El Camino del Héroe, que consiste en un épico recorrido en 12 etapas de gradual transformación, hasta retornar a casa, para después comenzar una nueva saga.

Cada uno de nosotros es el héroe de su propia vida. La gran conquista debe ser la comprensión de la naturaleza del miedo y el dominio, por tanto, de cada uno de nuestros personales temores, para dejar de ser sus esclavos.

El destino siempre es el amor. Más allá del sentimiento que nos inspiran otros o, incluso, nosotros mismos, vivir amando es existir sin ese miedo que nos somete, reduciéndolo a su justo medio de mecanismo de defensa.

Cada cosa que pensamos, sentimos y hacemos desde el miedo tiene su opuesto o incluso su equivalente distorsionado desde el amor, y viceversa. Donde no hay miedo solo puede haber amor, porque ambos son absolutos y se excluyen uno al otro. Todos nuestros estados anímicos están en uno u otro polo.

Mientras el miedo es el instinto básico de sobrevivencia sobredimensionado y descontextualizado, el amor es el estado perfecto del ser, al que se llega por medio de la voluntad, no del sentimiento.

El miedo es inevitable como primordial mecanismo de alerta del inconsciente para mantenernos a salvo. Su voz puede ser estridente o susurrante, pero siempre engañosa y constante; no para si no la paramos; por eso ya ni le prestamos atención, solo actuamos en consecuencia, controlados por ella, sin discernir qué la motiva.

El amor abre el corazón, en tanto el miedo lo cierra, por eso no pueden coexistir. Todos vivimos sometidos por el miedo, aunque no lo sepamos. A cada evento perturbador sentimos una opresión en el pecho: se está cerrando el corazón, y tan acostumbrados estamos a ello que lo pasamos por alto.

Veamos un caso de actitudes opuestas: desde el miedo envidio a los demás por lo que tienen, lo quiero para mí. Al extremo, considerando que lo merezco más o que ellos no lo merecen, deseo que lo pierdan.  Esta es una las miserias del miedo que aprovechan más quienes quieren manipularnos. Pero nadie acepta ser envidioso, porque nos han enseñado a avergonzarnos de ello, y pocos aceptan su miedo, porque nos han hecho creer que nos debilita.

Desde el amor, actúa la generosidad, que más allá del acto de dar, consiste en bendecir lo que tienen otros que a mí me falta (por ahora); agradecer infinitamente lo que tengo y compartirlo. Así, sin más; sin raciocinio de por medio, justificación o necesidad de entender la razón de ello, porque mientras el miedo utiliza al pensamiento todo el tiempo, el corazón prácticamente no lo necesita.

Vamos ahora al ejemplo de la equivalencia: mientras desde el miedo sentimos culpa y, por tanto, vemos en cualquier cosa que nos perturba el castigo, o lo buscamos activamente sin darnos cuenta; desde el amor hay un genuino remordimiento por nuestros actos, que nos lleva al arrepentimiento, ese acto íntimo de asunción, ante Dios, de los daños que hemos causado.

La culpa, por supuesto, es otra de las miserias del miedo que nos hace sumamente manipulables, pero que no está basada en la dimensión y el impacto reales de nuestros actos, sino en nuestra falta de correspondencia interior con los cánones morales del deber ser.

El arrepentimiento, por ser una rendición desde el corazón ante las consecuencias de nuestras acciones, se hayan o no manifestado, nos limpia por dentro, nos hace valientes para afrontar lo que haya que afrontar.

El amor se aprende y se entrena, ese es el verdadero milagro del amor. Y no se hace buscándolo, ni dándolo o recibiéndolo, sino identificando y afrontando el miedo.

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