NOSFERATU CELEBRA SUS CIEN AÑOS

Referencia inevitable en el séptimo arte, no existe película más imitada e influyente en el género del terror que la de este vampiro lánguido que está aburrido de la eternidad y solo anhela el descanso que se le ha negado por siglos. Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, o Nosferatu, La Sinfonía del horror, es una película muda de 1922, dirigida por Friedrich Wilhelm Murnau y representa la primera adaptación fílmica del Drácula de Bram Stoker. A estas alturas, es no solo un clásico, sino una invitación para reflexionar respecto de la naturaleza humana y sus oscuros y laberínticos designios.

El primer vampiro del cine está de cumpleaños. Alcanza un siglo de existencia y su valor como pieza fílmica está en perfecto estado, considerando que se trata nada menos que de la poco disimulada versión del texto Drácula, de Bram Stoker, estrenada el 15 de marzo de 1922 y distribuida por todo el mundo a partir de junio de ese mismo año.

La novela Drácula, cuenta la leyenda, nació en junio de 1816, en la Villa Diodati, cerca del lago de Ginebra. Quiso el azar que en ese lugar se encontraran tres personalidades tan diferentes como complementarias: Lord Byron, su amante, la hermanastra de ella, Mary Shelley, el poeta Percy Shelley, que sería su marido y el doctor John Polidori, que era el médico de cabecera del delicado Byron. Estaban allí reunidos porque el clima se había convertido en un caos, debido a la erupción del volcán Tambora, en Indonesia, un año antes, pero cuyas repercusiones se dejaban sentir todavía.

Enclaustrados en ese lugar, estaban ad-portas de convertir aquella jornada en un hito para la literatura: allí nacerían los elementos fundamentales del género romántico y de la literatura gótica. La leyenda asegura que, para escapar del frío acechante, hicieron un desafío magnífico: contar historias terroríficas y determinar su valor como relato, sentando la base para tres portentos literarios: Frankenstein de Mary Shelley y El vampiro del doctor Polidori. Pero el tema -cual telenovela- prosigue más allá de la escritura: dicen que Polidori, que era un escritor aficionado se inspiraba directamente en Byron, que era un tipo de fortuna, pero de vida licenciosa. Fue tal la molestia que esto provocó en Byron que inició una persecución permanente del médico, el que años después se suicidó.

Pero es Bram Stoker el que se considera siempre como padre del vampiro más famoso de todos los tiempos, Drácula. Fascinado con el tema vampírico, este irlandés que ejerció el periodismo fue quien dio las claves para entender un mito que se arrastra desde la siempre inquietante Rumania, cuna del no muerto.

En Drácula, el personaje central es un conde de Transilvania que compra una propiedad en Londres y que en su viaje por mar arrastra la peste, siendo la causa real de su viaje el deseo incontenible de poseer a una mujer y descansar por fin de la soledad que lo ha acompañado durante siglos. La hermosa novela recoge la esencia de los relatos folklóricos de la vieja Europa.

En estricto rigor Drácula es, a no dudarlo, el último de los románticos literarios, cuya esencia se encuentra asociada a la eterna lucha entre el bien y el mal, oscilando en la magia, en el poder que le produce el maleficio de su existencia y el dolor de su inmortalidad.

Con todos estos antecedentes, el terrible balance de la Primera Guerra Mundial, con diez millones de muertos y la denominada fiebre española que provocó la muerte de otros diez millones de personas en un continente cansado de tanta desgracia, aparece entonces el cine como elemento de escape y fascinación y los ecos de un período que en América sería denominado los Años Locos, el anticipo de la caída de la bolsa y el surgimiento de la depresión.

En ese contexto, Alemania fue una de las naciones que más sufrió con la derrota militar que le significó esta guerra y sus secuelas y fue el cine con pocos años de vida, que proporcionaría una válvula de escape a la depresión y al sentimiento de derrota que prevalecía en el ambiente, caldo de cultivo para la otra gran peste que se avecinaba: el nazismo. Así nació el expresionismo en el cine, luego de su impacto en la pintura y en el teatro, un estilo que deformaba la realidad, que proponía las sombras y los laberintos como una suerte de símbolo del estado de las cosas. Su propuesta estética era inquietante a la vez que una estilización máxima de la realidad que se patenta con la primera película expresionista propiamente tal: El Gabinete del Doctor Caligari, de Robert Wiene, director calificado como mediocre, dado que el peso de su obra radica en el esfuerzo que hicieron los guionistas para articular una historia donde el monstruo surge como respuesta al desencanto y a la desidia social.

El director alemán Friedrich Wilhelm Murnau (1888-1931) quedó embelesado con la propuesta visual que ofrecía la tendencia expresionista y cautivado a la vez por la novela Drácula, del ya fallecido Stoker que deseaba llevar a la pantalla, pero cuyos derechos eran impagables porque la viuda del escritor se negaba a negociarlos. Ante esto Murnau no se inmutó: cambió el nombre y algunos leves detalles y dio vida a Nosferatu, el no muerto, un vampiro lánguido, romántico y trágico en el mejor sentido de la palabra que sería la película inicial para uno de los géneros cinematográficos más nobles del cine: el terror. Nosferatu era el nombre que los serbios daban a los no muertos, a los vampiros y zombis.

Lo primero que seduce de su relato fílmico es la pulcritud de la escenografía expresionista, el respeto por la carga romántica de la novela y por el empleo de los exteriores que incluyeron escenas en Lübeck, Wismar, Rostock, Checoeslovaquia y en los Cárpatos. De la carencia de recursos sacaría recetas que se siguen empleando a la hora de generar tensión y suspenso.

Apenas ocurrido el estreno de Nosferatu, la viuda de Bram Stoker demandó a la empresa productora, razón por la cual la venta del filme al extranjero fue dificultosa y es de agradecer que se encuentren copias impecables de esta primera pieza maestra del cine ya que la viuda ganó el juicio, las copias de Nosferatu se destruyeron en Alemania y, aparentemente, se había terminado con la nefasta influencia de este vampiro. Con astucia, los poseedores de copias las guardaron hasta la muerte de la mujer y para los estudiosos del cine quedó la duda respecto de cuál de todas las copias que se distribuyeron con posterioridad era la que había autorizado el realizador Murnau.

Hay que reconocer el tremendo impacto de Nosferatu, una sinfonía del horror (su título original), considerando que su valor va mucho más allá de ser una muy lograda versión de una novela famosa, por cuanto un análisis detenido de la película revela el empeño que puso Murnau: todo indica que, aun cuando fuera un encargo realizado por el productor Grau, que amaba los temas del ocultismo, esta pieza fílmica es de una poderosa seducción en lo visual, en el empleo de los emergentes efectos especiales, de la cuidadosa interpretación y de la conciencia del valor del argumento que representaba el original literario.

Ni qué decir de la influencia de Nosferatu en el arte posterior. Es tan poderosa su iconografía que se convertiría en moda, tendencia y en estudios: la aparición del coche que conduce a Jonathan al castillo, el ingreso de éste a la mansión del vampiro, la forma en que surge el conde desde las sombras, la apariencia del castillo, el sepulcro, el aspecto mismo del conde, ese poderoso contrapicado en el barco fantasma, las ratas, el cortejo de los ataúdes, los edificios en que Orlok se mueve para espiar a su víctima, la sombra que sube las escaleras y el amanecer final. ¿Podría alguien olvidarlas?

Resulta imposible no mencionar dos hitos posteriores y que se desprenden de este filme mítico: la adaptación plano por plano de Werner Herzog de este filme, al que solo le alteró el sentido de su final y la película La sombra del vampiro, donde un inquietante Willem Dafoe da vida a Max Schreck, el actor que interpretó a Orlok en Nosferatu que, de acuerdo con lo que plantea el filme, todos pensaban que era un auténtico vampiro por la manera en que filmó cada una de sus escenas y porque jamás se le vio de día durante el rodaje..

Criticada y subvalorada, el tiempo hizo justicia al estilizado esfuerzo que en 1979 hizo el alemán Werner Herzog cuando hace su particular homenaje a Murnau con Nosferatu, príncipe de las tinieblas, donde otro actor extraño, Klaus Kinski, hace de Orlok y bordea la caricatura, aun cuando su desempeño y el de la pálida Isabelle Adjani en el mejor momento de su carrera actoral, son motivo más que suficiente para revisar esta elegante, refinada y fiel película que reproduce escenas del original de manera notable, con una fascinante fotografía en colores y una banda sonora plagada de inquietantes melodías.

Y la guinda para la torta, aunque más que desagradable: en 2015 la tumba del realizador Murnau, que se encuentra en Berlín, fue profanada y desapareció la cabeza del cadáver y hasta hoy no aparece. De este modo macabro, pareciera que la ficción se mezcla con la realidad hasta límites insospechados.

En cualquier caso, el siglo de vida de Nosferatu, su indudable influencia en el mundo de las artes y su consistencia como pieza fílmica fundante, son motivos más que suficientes para desearle larga no-vida a este personaje indispensable en el imaginario del séptimo arte.

 

Autor

Víctor Bórquez Núñez
Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación