TERRENCE MALICK, UN REALIZADOR IMPRESCINDIBLE

 

Directores fascinantes 

Excéntrico, reservado, intenso o presuntuoso. Todo vale para calificar a Terrence Malick, un director que no concede entrevistas ni hace apariciones públicas y del cual, con suerte, se tienen algunas pocas fotos. Es un creador perfeccionista al cual se ama o se odia, sin términos medios y del cual tenemos al menos tres filmes memorables, considerados entre lo mejor del cine contemporáneo: “Días de cielo”, “La delgada línea roja” y “El árbol de la vida”. De fuertes convicciones religiosas y misteriosa vida privada, sin dar entrevistas ni dejar que le fotografíen, su cine ha aumentado su frecuencia, pero también su eclecticismo, lo que implica una filmografía indispensable y seductora por descubrir.

Es el director que divide a los espectadores, se le ama con pasión y sin reservas o se le odia con la misma fuerza, aunque nadie puede negar que su importancia, influencia y capacidad para generar filmes de largo aliento es evidente.

El creador de esa obra tremenda, importante y discutida hasta la saciedad que es “El árbol de la vida” merece, y con creces, un análisis a partir de sus constantes temáticas y su estilo lleno de perfección visual.

Terrence Malick es un cineasta imprescindible y cuya filmografía es necesaria de conocer, sobre todo porque es acotada, reconocible en su estilo y poseedora de esa fuerza que solo logran quienes aman con fervor el cine, considerado claro está como una experiencia alejada del concepto comercial y emparentada con las sensaciones y los riesgos estéticos.

Malick nació en Waco, Estados Unidos, en 1943, estudió filosofía en el American Film Institute, de donde se tituló con honores y reconocimiento por la Universidad de Harvard. Se reconoce que como estudiante era brillante y exigente y que su pasantía como freelance para publicaciones como New Yorker o Life le condujeron rápidamente al mundo del cine, hasta graduarse en sus estudios fílmicos.

Trabajó inicialmente en el tema de la corrección de guiones (entre ellos, cuentan, el de ‘Harry el sucio’) hasta que con esfuerzo y dedicación logró realizar su primera película, “Malas tierras” (1973), considerada una excepcional promesa y con la entonces emergente Sissy Spacek y Martin Sheen. Con apenas 300 mil dólares de presupuesto, Malick logró crear una road movie sobre el asesino real Kit Carruthers, que mató a la familia de su novia adolescente y se fugó con ella, dejando una decena de cadáveres más por el camino. Su opera prima le consiguió un gran reconocimiento de la crítica, aunque fue su segunda película, la muy notable “Días de cielo” (1978) la que cimentó su leyenda: estábamos ante un director de exquisita sensibilidad, con ideas claras y de una tremenda exigencia para el acabado técnico.

Tardó veinte años en volver al cine con la deslumbrante “La delgada línea roja” (1998), un filme aclamado por los críticos, adorado por los cinéfilos y que levantó tantas buenas opiniones y premios que perjudicó a su película siguiente, la injustamente olvidada “Un nuevo mundo” (2005), acerca de la leyenda de Pocahontas y que es considerada el filme que mejor refleja la exuberancia del Nuevo Mundo.

Otra vez pasaron muchos años para que regresara como maestro indiscutido, con una película que ya está considerada como una de las más importantes de este siglo, “El árbol de la vida” (2011), un filme tan aplaudido como criticado y que significó para Terrence Malick su consagración como autor, logrando la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Con esta obra magnífica, exigente y llena de matices dividió definitivamente a su público entre los que le aman y le odian, a tal punto que se han generado auténticos debates a la hora de analizar el peso de su cine en el concierto mundial.

Quienes lo critican centran sus enojos en que el trabajo de Terrence Malick con los actores deja a estos en un plano secundario, donde parecen que no son el centro de su preocupación, en especial en sus filmes actuales, que ha decantado en un eclecticismo en su estilo y motivaciones. Casi siempre, en este último período, los diálogos de los actores se oyen en off mientras que las imágenes las ocupan sus movimientos, aun cuando, dicen, tiene más importancia el rayo de luz que atraviesa el encuadre.

Otros critican que el guion parece deshacerse, convirtiéndose en estrofas sueltas con un leve hilo conductor, dejando a los espectadores con la incógnita de si es un truco o efectivamente detrás del montaje existe algo más por descubrir.

No obstante, se alaba su calidad técnica, que raya en el manierismo visual, con encuadres, iluminación y sonido que son de una exquisitez impresionante. Terrence Malick ha ido evolucionando poco a poco su filmografía hacia las imágenes, que parecen ocupar todo en un sentido mucho más rítmico y visual que narrativo. Este estilo equivale más a una poesía visual, donde cada pieza, incluidos los intérpretes, son partes de un todo que el espectador debe asimilar, sentir y reconocer para decodificar sus significados.

De este modo, calificado como pretencioso por algunos y como poeta por otros, lo que nadie puede discutir es que su cine, cada una de sus películas, es una experiencia en todo el sentido de la palabra. Filmes donde se pone a prueba la paciencia del espectador que debe sumergirse en un estilo donde la historia cede paso a la interpretación, a la deconstrucción y a la sensibilidad.

Alguien dijo de su cine que es como sucede con las obras musicales: no necesitas entender la letra para emocionarte con una melodía, pero si eres capaz de entenderla el placer de seguro aumentará.

Recorriendo su cine, nos encontramos con escenas memorables, tanto en lo visual como en el significado mismo que conllevan dentro del relato: el incendio provocado por los amantes que se fingen hermanos en esa pieza de culto que es “Días de cielo” (también conocida como “Días de gloria”) o la escena final de “El nuevo mundo” con una secuencia que parece aunar todo su cine, desde sus inicios hasta sus últimas películas.

Tampoco hay que olvidar entre las imágenes destacadas de su cine la intensidad de “Malas tierras” que, con evidente estilo europeo pero plena cercanía con el paisaje de la América profunda fue una cinta que contribuyó con fuerza al cambio del cine estadounidense en la década del 70. Como anécdota, la película cuenta con un pequeño cameo del propio director sustituyendo a un actor, una de las escasas ocasiones en las que podemos llegar a ver su rostro y oírle hablar, aunque solo sea una frase.

Imposible no mencionar la calidad de ‘La delgada línea roja’ que apareció después de dos décadas de silencio de un director que, con apenas dos películas, ya tenía la etiqueta de genio del cine. Y su retorno con este relato bélico fue a lo grande, con uno de los repartos más estelares que se recuerdan: Sean Penn, Nick Nolte, John Cusack, Adrien Brody, John C. Reilly, Woody Harrelson, Jared Leto, John Travolta, George Clooney… Todos querían trabajar en el esperado regreso de un mito, de una leyenda viva como Malick.

Todo el esfuerzo se vio coronado con premios, nominaciones, aplausos y el ingreso de este filme a la lista de las películas bélicas más aclamadas de la historia del cine. Sin un protagonista claro, cuenta las desventuras de una compañía por tomar una colina de vital importancia, durante la Segunda Guerra Mundial, contra el ejército japonés. Como es su estilo, Malick no hace una película bélica con receta; acá existen cobardes, traidores y personas que están en una guerra que no alcanzan a entender ni a dimensionar y donde las muertes llegan rápido y sin el característico discurso sentimental, las batallas no tienen un ritmo artificial ni existen esas escenas para resaltar a los protagonistas. Todo ello resultó un trabajo fascinante, exigente, vibrante y con un claro sello autoral.

Desde luego es imposible no referirnos a “El árbol de la vida’ que muchos reconocen como una de las películas más importantes de este siglo y que significó el quiebre definitivo de sus admiradores y detractores. Todo acá resulta una constante provocación tan perfectamente filmada, con un estilo tan sutil en lo técnico y con una reflexión tan profunda acerca de la humanidad, de la existencia, de la vida y de la muerte, que resultó todo un acontecimiento desde su estreno con un Malick que, decididamente, había tomado un nuevo camino en su cine. La película parte desde la creación del mundo hasta la extinción de los dinosaurios para llegar al individuo en toda su singularidad. Ese individuo es Sean Penn, pero a Malick le importa más su yo infantil, ese que recibió la dulzura, sensibilidad y amor de su madre (Jessica Chastain) y la violencia, la presión y el odio de su padre (Brad Pitt). Solo los espectadores con garra consiguen entrar a la esencia de ‘El árbol de la vida’, que es un viaje sideral que logra atrapar lo extraordinario, y no solo por los planetas y los dinosaurios, sino porque los filma de la misma forma y con el mismo asombro que a una madre jugando, riendo y mirando a su hijo. Tanto en unos como en otros está la humanidad (y el milagro que representa) al completo, solo hay que saber mirarla.

En ‘Song to Song’ (2017) que, de acuerdo con la crítica, se acerca mucho más a la forma de contar historias de las letras de una canción o los versos de un poema. Una turbulenta historia de amor entre Rooney Mara y Ryan Gosling, pero lo hace volando de un sitio a otro, uniéndose, reflexionando y dejando muchas cosas en el aire. Tal vez no nos hayamos dado cuenta de que Malick ha creado una nueva manera de contar sus historias y eso es un gran desafío para quienes ingresan, se sumergen y reflexionan acerca de su cine.

FILMOGRAFÍA:

Lanton Mills (1969) Cortometraje

Malas Tierras (Badlands) (1973)

Días de Cielo (Days of Heaven) (1978)

La Delgada Línea Roja (The Thin Red Line) (1998)

El Nuevo Mundo (The New World) (2005)

El Árbol de la Vida (The Tree Of Life) (2011)

To the Wonder (2012)

Knight of Cups (2015)

Voyage of Time (2016)

Song to Song (2017)

A Hidden Life (2019)

 

 

 

Autor

Víctor Bórquez Núñez
Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación