ALIANZA O NO ALIANZA, ESA ES LA CUESTIÓN EN LOS ESTADOS DE MÉXICO Y COAHUILA

 

“El mejor método para resolver diferencias es el método democrático, en la democracia es el pueblo el que manda”. López Obrador regresa siempre al ambiente que le es más cómodo, al que más se le da: la campaña política.

Y, con ello, logra activar a sus seguidores para que en los espacios públicos en los que se mueven, tanto mediáticos, redes sociales, etcétera, sigan con ese plan de campaña.

La premisa de su estrategia, según se deduce, es: los pueblos no están gratis ni por que sí con ningún movimiento. No es un capricho colectivo, masivo. No se trata de una reacción de simple simpatía, sino de algo mucho más hondo y significativo: la convicción de que se han alcanzado realidades que hace poco todavía parecían un sueño.

El paraguas de la campaña le permite recordar a sus electores por qué optaron por él. Les recuerda que la gente decía: ‘no sólo no voy a votar por ellos (llámese PRI, PAN, PRD, empresarios, líderes sindicales y jerarcas católicos), sino que además voy a votar por el que más les duele, por el que más afecte sus privilegios’.

Y a la vista de ellos, tan les están afectando las decisiones de López Obrador, que estos grupos privilegiados y sus personeros actúan con una feroz crítica hacia todo lo que haga y diga el presidente. Con lo cual se fortalece la percepción, ante ellos, de que este último está actuando tal y como lo prometió en campaña y respondiendo al sentimiento de los ciudadanos que en su mayoría se decían indignados por los abusos de quienes ostentaban posiciones de poder y la impunidad con la que actuaban.

 

El hartazgo hacia las élites, política, empresarial, sindical y religiosa hoy sigue siendo una de las fuentes de legitimidad del gobierno de López Obrador. Por tal motivo, a pesar de errores y omisiones, cada vez que reactiva su campaña, logra que la percepción de su actuar no caiga a niveles peligrosamente negativos para él.

Además de que cuenta aún con el apoyo de una mayoría silenciosa, algunos incluso beneficiarios de sus programas sociales, que no se manifiestan en ningún medio. Y, otro activo más, una oposición pulverizada que no atina a organizarse para articular una opción viable en contraposición al actual mandatario.

El resultado: El partido del presidente López Obrador gobernará en 20 estados, 22 si consideremos alianzas. En 2017 Morena no tenía ni un solo gobernador.

Tomando en cuenta, que la resonancia política nacional la domina el presidente López Obrador y que, por ejemplo, Miguel Riquelme, el gobernador priísta de Coahuila, goza de una muy buena aprobación y sus últimas elecciones han sido exitosas, carro completo en la de mitad de administración, para elegir el Congreso del Estado; mayoría en la de diputados federales; las principales alcaldías, incluida la recuperación de Torreón y de Piedras Negras, antes de Morena esta última, la pregunta sería: Para las próximas elecciones que se realizarán en los estados de México y Coahuila, ¿no sería mejor dejar que los comités directivos estatales del PRI actuaran con autonomía, respecto a sus directivos nacionales, en sus decisiones y operación política? Y así no cargar con el ruido que ocasionan las dirigencias nacionales y sus problemas con el presidente.

 

José Vega Bautista

@Pepevegasicilia

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