A LA BÁSCULA

¿Por qué matan periodistas? 

Como una forma de recordar a nuestro compañero periodista Eliseo Barrón Hernández a 13 años de su artero crimen, la agrupación de periodistas lagunera ‘Voces Irritilas’, que encabeza Juan Noé Fernández Andrade, y en la que tienen una importante participación Jesús Máximo Moreno Mejía y Dagoberto Hernández, realizó este miércoles en las instalaciones de la Universidad Autónoma de La Laguna (UAL), el foro ‘¿Por qué matan periodistas?’, el cual resultó todo un éxito entre compañeros de medios y jóvenes estudiantes universitarios.

Un grupo de compañeros del gremio entre los que estuve incluido, tuvimos una breve participación, entre las que hubo algunas brillantes ponencias que ya habrá oportunidad de ‘desmenuzar’. Aquí, les comparto el texto leído durante mi participación:

Entre 2009 y 2010 en una charla que tuve con Ricardo Ravelo, reportero entonces de la revista Proceso y uno de los primeros periodistas en México especializado en cobertura de narcotráfico y la inseguridad generada por los grupos del crimen organizado, me dijo que a los periodistas no los mataban por lo que publicaban, sino porque se involucraban con los grupos delincuenciales.

En aquél momento le respondí que esa era su opinión, como la de la mayoría de los periodistas de la capital del país, porque estaban en un nicho de confort que les permitía al estar en la capital, porque en ésta como en todas las guerras, la última plaza que se conquista es justo esa, la capital. Al tiempo, ya ni la CDMX ni ninguna otra plaza del país, está intocada por el narco y el crimen organizado, al grado que su secretario de Seguridad Pública fue víctima de un atentado espectacular y de milagro salvó su vida.

Desgraciadamente los atentados contra periodistas no son nuevos. En La Laguna, Cuauhtémoc Ornelas, fue desaparecido en octubre de 1995, cuando realizaba una investigación de la colusión entre el poder político y el narco. Simplemente desapareció, jamás se volvió a saber de él. Fue, creo, el primer periodista lagunero víctima de ese maridaje entre los poderes político y fáctico.

A nivel nacional, en mayo de 1984 fue asesinado Manuel Buendía, columnista de Excélsior y uno de los periodistas más influyentes de México. Muchas veces su trabajo fue objeto de la censura y su muerte siempre ha sido considerada como una muestra de la violación a la libertad de prensa y de expresión desde el poder.

La nuestra no es en efecto, una profesión que resulte cómoda por el material con el que trabajamos, y que tiene como objetivo encontrar la verdad, escudriñando entre los lugares más oscuros para poner al descubierto el maridaje muchas veces establecido entre el poder público y el económico, pero peor aún en los años recientes, con los grupos de la delincuencia organizada. Eso, nuestra labor, incomoda mucho a los poderosos que, sobre todo en tiempos muy recientes, han encontrado en deshacerse de los nuestros la forma más simple de quitar del medio del camino a quienes los señalan, inquieren, cuestionan y denuncian, amparados en una impunidad que ha crecido en la misma proporción que el número de periodistas asesinados en este país.

Entre 2007 –recién declarada la ‘guerra contra el narco’ decretada por el entonces presidente Felipe Calderón- y lo que va de este 2022, 157 periodistas han sido asesinados en México. Solo en el sexenio del panista tuvimos que lamentar la pérdida de medio centenar de compañeros, pero esos no han sido los peores años, como sí lo han sido a partir de 2017 (10 periodistas asesinados), 2018 (11), 2019 (15), 2020 (17), 2021 (10) y en este 2022 ya contabilizamos 11 antes de que termine el quinto mes del año; dos más de los que han perdido la vida en la cobertura de la invasión rusa en Ucrania, y sin que seamos en apariencia un país que está en guerra, al menos no formal. En la trágica suma, en lo que va de este sexenio se contabilizan ya 55 periodistas asesinados.

El alarmante crecimiento de muertes de periodistas podría tener una explicación, o al menos atiende una lógica cuando desde las más altas esferas del poder en el país, hay una permanente campaña de odio contra los periodistas –así, metidos todos en un solo costal-, a quienes no se nos baja de chayoteros, de corruptos, de fifís, de estar al servicio de los conservadores, los neoliberales y de los intereses de quienes por años han saqueado al país, sin que se haya presentado una sola prueba, una, en contra de ninguno.

El mensaje desde la cúpula es que los periodistas –así, metidos todos en un solo costal- somos enemigos de la ‘transformación del país’, aunque los casos más emblemáticos del supuesto ‘combate a la corrupción’, sean producto no de la investigación de las instituciones de la actual administración, sino de trabajos periodísticos como la ‘Estafa maestra’, o el reparto de sobornos de la brasileña Odebrecht, que llevaron a la cárcel a la ex secretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles; y al ex director de Pemex, Emilio Lozoya Austin.

Pero el mensaje es lanzado casi de manera permanente, y la idea se mantiene fortalecida además por los altísimos niveles de impunidad, es decir, quienes atentan contra periodistas, tienen casi garantizado que no les va a pasar nada, que no habrá consecuencias por sus actos, que no van a ser castigados. Nunca antes como ahora el periodismo en nuestro país, había tenido que trabajar bajo esa enorme sombra de amenaza.

En medio de este ambiente hostil, quienes hemos abrazado al periodismo con pasión, porque es lo nos gusta, porque es lo que amamos, seguiremos cabalgando y avanzando, enfrentando no a molinos de viento, sino a gigantes verdaderos y poderosos. Seguiremos sosteniendo esa desigual lucha de la espada contra la pluma –aunque ahora sea de la pluma contra las armas de grueso calibre-, con la ilusión de que pronto el periodismo deje de ser visto como enemigo de nadie, sino como una parte fundamental y esencial de cualquier democracia, y no que recibamos un trato privilegiado por encima de cualquier otro ciudadano o gremio, pero al menos que haya un respeto por la vida de quienes ejercemos ‘el mejor oficio del mundo’, como lo definió Gabriel García Márquez.

 

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@JulianParraIba