TESTIMONIO DE GRATITUD

BLANCA, EL GRAN milagro de la vida y el amor, con su pequeña hija Mía Amelié

JULIAN PARRA IBARRA 

Solicito el permiso de los lectores para abordar aquí un tema personalísimo, pero que no lleva otro objetivo que rendir un testimonio de gratitud a todos quienes participaron para salvar la vida de mi hija Blanca, gracias a que recibió un trasplante de hígado. Primero como creyente, a Dios; y enseguida a esa gran institución que es el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y todo su personal médico de sus Hospitales 46, 71 y La Raza de la CDMX 

El que está por terminar, es uno de los años que mayores enseñanzas, aprendizajes y experiencias me ha dejado. Como un ser creyente profundamente en Dios, le estoy eternamente agradecido por la gran cadena de milagros y, al final realizar en mi hija Blanca el gran milagro de la vida y el amor. Vivimos sí, momentos complicados, difíciles, las horas más oscuras de mi vida, pero al final con una recompensa extraordinaria y maravillosa.

El nacimiento de su tercer hijo –hija, Mía Amelié, mi primera nieta, después de siete varones- en febrero pasado, puso al descubierto una rara enfermedad, autoinmune nos dijeron, que le estaba atacando a su hígado que sufrió un acelerado deterioro que la llevó a ser ingresada en la primera semana de mayo a la Clínica 46 en Gómez Palacio y por lo delicado de su situación fue trasladada a la Clínica 71 –la Torre de Especialidades- del IMSS de Torreón, y posteriormente llevada al Hospital La Raza del Seguro Social en la Ciudad de México.

Durante su estancia en la Clínica 71, su bebé fue ingresada al mismo hospital -una en el tercero y otra en el quinto piso- y cuando tenía cuatro meses tuvo que ser operada. Mientras la bebé convalecía, Blanca fue trasladada a la CDMX donde el deterioro de su hígado seguía aceleradamente hasta llegar a tener apenas un 3 por ciento de funcionamiento.

Gracias a Dios, en los momentos más complicados, surgió la donación de un hígado que le fue trasplantado el 1 de julio, un regalo de vida que Dios le dio a mi hija como una segunda oportunidad, yo supongo porque su misión es sacar adelante a Mía Amelié que ya cumplió sus primeros 10 meses de vida.

Cuatro meses después, a su regreso a la Comarca, Blanca y Mía Amelié se volvieron a reencontrar, aunque mi hija ha tenido que seguir yendo a la CDMX a sus revisiones periódicas porque aún no ha sido dada de alta todavía, pero en estos días, espero que mi Dios le conceda su sueño y anhelo de pasar las fiestas navideñas con sus hijos –Jorge Arturo y Jorge Adrián-, sobre todo con su bebé Mía Amelié, porque dada su condición a la fecha no viven juntas porque ella no puede cargar a su bebé, pero estos días tan especiales por fin dormirán juntas en la misma cama y podrán volver a abrazarse, lo que no hacen desde el fin de su ‘dieta’.

Para que todo esto sea una realidad, han intervenido muchísimas personas a las que hoy en este escrito quiero dejarles nuestro testimonio de gratitud eterna. Ya lo dije, primero a Dios y a la Virgen de Guadalupe de los que soy –somos- ferviente creedor –creedores-, y enseguida a esa gran institución que es el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Mi agradecimiento profundo y eterno desde su director general, el Maestro Zoé Robledo, a grandes y queridos amigos como Javier Guerrero García, Carlos Lagunas, Julio Gutiérrez Méndez, Penélope Cueto.

Un lugar especial a todo el personal médico de la Clínica 46 de Gómez Palacio, en la Clínica 71 encontramos no un hospital, sino un verdadero templo habitado por un ejército de ángeles encabezados por la doctora Ana Iracema Ramos Sánchez –su más grande ángel-, así como el doctor Francisco Solís Galindo y su equipo del área de gastroenterología, y todo el personal de enfermería. El doctor César Octavio Montero y su asistente Anahí Amador.

En el Hospital La Raza, donde siempre recibimos un trato humano, empático, de mucho respeto, también hubo una multitud de ángeles que nos atendieron, principalmente la hepatóloga lagunera, doctora Belinda Isela Martínez Saldívar y el doctor Oscar Martínez, y todo el equipo de especialistas que participó en el trasplante, Lura Portillo Téllez, Vanesa Valdés, Belén Jacinto, Mario Torres, Armando Alarcón, Javier Avilés, Pedro Gómez, Dulce de Héctor, Oscar López, Verulo Muñiz Toledo y el doctor Rocha. Del área de trabajo social, nuestra gratitud a María Irene Reséndiz Escalera, Silvia Acosta Toriz, Arturo Dávila.

A los doctores Guillermo Uribe y Jorge Herrera, el primero el cirujano pediatra que operó a mi nietecita, y el segundo el especialista que a la fecha me la sigue atendiendo. Ambos de la Clínica 71 del IMSS.

Uno de los más grandes regalos que recibimos fue el cobijo de toda mi familia –la de sangre y la política-, mi papá, mis hermanos y hermanas, mis hijos mayores, cuñadas, cuñados, sobrinos, primos y muchos, muchísimos amigos que siempre estuvieron con nosotros – mención especialísima a mi querida amiga Rosy Payán, a mi hermano Adrián Palma-. De entre mi familia, en especial a mi sobrina Karla del Carmen Vélez Parra, principal cuidadora en los momentos más difíciles de mi hija Blanca; a mi hermanita Lourdes, cuidadora hasta la fecha de Mía Amelié; a mi hermana Juanita, mi brazo derecho en buena parte del proceso.

A mi esposa Gaby Vázquez, y el más pequeño de mis hijos, Carlos Alberto, que se convirtieron en el principal pilar que me dio la fortaleza para poder mantenerme en pie en los momentos más difíciles. Su amor y cobijo, fueron fundamentales.

Al señor José Luis Peressini Talgie, empresario con un alto sentido del humanismo y la responsabilidad social, y a su asistente Hortencia Cortez Favila.

A todos quienes estuvieron ahí para tendernos la mano de manera desinteresada y solidaria, entre ellos la senadora Verónica Martínez, el gobernador de Coahuila, Miguel Ángel Riquelme; su director de Comunicación, Fernando Gutiérrez. Bien dicen que los amigos son como la sangre, acuden a la herida sin que se les llame. A todos muchísimas gracias. Mi hija, yo, y toda mi familia les estamos eterna y profundamente agradecidos.

Gracias a Dios por que nunca nos soltó de su mano, por el regalo de vida para mi hija, por permitirnos conocer a tanta gente buena, por enseñarnos a madurar y entender que lo que fueron momentos difíciles al final se convirtieron en un gran regalo de vida, porque aprendimos que mientras más brillantes son los médicos, mayor humildad, sencillez y empatía demuestran a quienes en los momentos más difíciles lo mínimo que esperamos es un trato digno y respetuoso.

Gracias, muchas gracias, gracias eternas a todos. Dios los bendice.

 

 

 

Autor

Julian Parra Ibarra
Es director del diario digital La Otra Plana y la revista impresa Metrópolis. En cuatro décadas de ejercicio periodístico ha trabajado en diarios como El Norte de Monterrey, La Opinión-Milenio en Torreón, Esto en la Ciudad de México y a.m. en León, Guanajuato entre otros; ha sido conductor en programas de radio y televisión. Es columnista en varios medios impresos y digitales de Coahuila y Durango.
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