CHICUAROTES

De dulce y de agraz, el segundo filme que dirige el actor Gael García Bernal (el primero fue Déficit), ha despertado loas y pifias por partes iguales, aunque se reconoce en su estilo la herencia de las películas que surgieron en México en los años 50 y cuyos exponente -Los Olvidados, de Buñuel, por ejemplo- sirven para entender esa ligazón con la violencia, la marginalidad y la muerte de una juventud que deambula entre los límites de la legalidad y lo criminal, teniendo un retrato feroz y desconsolador respecto de la familia y la violencia de género.

El ajolote es el corazón de este relato dirigido por el actor García Bernal. El anfibio aparece en un par de escenas clave del filme y se reflexiona respecto de su naturaleza, de su posibilidad de ser libre o de morir en un entono diferente al cual habita. Encerrado en una pecera, el ajolote se convierte entonces en un símbolo que lleva consigo significados específicos para este trabajo fílmico.

Conviene recordar que el ajolote es un anfibio mexicano que se encuentra en peligro de extinción y que, de acuerdo a lo expresado por el antropólogo Roger Bartra, este animal “vive una adolescencia perenne porque no termina de evolucionar” y eso sucede con los personajes de este filme que tiene como protagonistas a dos amigos de la zona de Xochimilco, que buscan de manera desesperada escapar de la pobreza de su entorno, sin medir las consecuencias y quedando psicológicamente anclados a la adolescencia con sus luces y sombras.

Como los ajolotes, ellos están condenados a vivir en la pecera, aun cuando podrían salir de ella, pero sabiendo que se enfrentarán a lo desconocido de la muerte.

Esas ideas están en la base del guion de Augusto Mendoza y que se desarrolla en 95 minutos de metraje, sin dar tregua a los espectadores en su despliegue de la violencia y el abuso, aun cuando se ha criticado que esa visión ya ha sido mostrada por diversos directores y con diferentes sensibilidades desde los años 50 de , cuando aparecieron películas que son clásicos: “Los Olvidados”, de Luis Buñuel (1950) fue el más destacado, pero no se debe olvidar la vertiente crítica y social que estaba en películas que analizaron los contrastes económicos y sociales de México. En ese mismo período Pedro Infante protagonizó la trilogía “Nosotros los pobres” (1948), “Ustedes los ricos” (1948) y “Pepe el Toro” (1953), utilizando el formato del melodrama para narrar el tema de la caída y la redención.

En el caso de este filme, se pretende mostrar una realidad social similar, pero con desniveles en su manera de entender la pobreza y la desigualdad social, tema que resta impacto a “Chicuarotes”, por mucho que en lo técnico el director Gael García Bernal demuestre conocimiento y sepa dónde ubicar la cámara, partiendo por el muy logrado inicio con el protagonista, disfrazado de payaso, en la parte trasera del microbús.

El mayor lastre de esta película es que todos los personajes están mostrados de manera estereotipada, sin dobleces, donde cada uno sufre la cuota correspondiente, considerando que ellos sobreviven a la miseria y están en el borde mismo de la criminalidad, a lo que se suma el retrato del maltrato que sufre la madre del personaje protagonista.

Otro elemento en contra son las subtramas que no siempre se cierran del modo en que debieran, dejando así historias incompletas que, potencialmente, podrían haber sido material importante. Estas subtramas deambulan entre el drama extremo, la comedia, el romance adolescente, el melodrama o el tema de la amistad a toda costa a pesar de las condiciones paupérrimas.

Con un inicio impecable, que instala de lleno en el periplo de los personajes protagonistas, pronto la película se desvía, aparecen clichés molestos y el guion se llena de elementos extremos, muchas veces tratados en el cine y que tienen como centro una mirada moralista acerca de la pobreza y la marginalidad.

De este modo, Cagalera y su mejor amigo Moloteco, deambulan por San Gregorio Atlapulco en Xochimilco. Ellos son Chicuarotes (gentilicio de los habitantes de ese lugar) y elaboran planes para salir de la pobreza, anhelan viajar y descubrir otras realidades, aunque todo parece estar en su contra. Ellos se ganan algo de dinero contando chistes malos en los autobuses de la ciudad, vestidos como payasos}, pero como todo les resulta mal pronto se embarcan en un proyecto arriesgado: integrar una banda que realiza pequeños robos en el sector.

“Chicuarotes” intenta ser un fiel reflejo de la dramática realidad de los pobres, de la gente que vive ad portas de la delincuencia, pero en su retrato de la desgracia social cae en evidentes incongruencias y el guion no da tregua a los personajes en su escalada hacia el derrumbe y la exageración hace que se pierda el sentido global de la cinta.

Para el director Gael García Bernal, en ese mundo ya no caben las esperanzas. Solo predomina el desencanto, la violencia en todas las esferas y el abuso. Incluso, el retrato de los padres es nefasto y ni siquiera la pareja romántica parece no tener ninguna posibilidad para seguir adelante.

Queda entonces una película impactante a ratos, desnivelada casi siempre, con elementos interesantes desde el punto de vista técnico, pero en donde prevalece una mirada demasiado cliché respecto del tema que intenta retratar. En todo caso, es importante entender que de obras como éstas está plagado el camino para revelar el ser y el destino mexicano.

 

Autor

Víctor Bórquez Núñez
Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación