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Orfeo y la pandemia covidiana

La mitología griega suele ser tan densa y caprichosa que arrebata a nuestra imaginación el derecho de pensar con rectitud y solidaridad realista. Robert Graves (1895 Londres-Mallorca 1985), estudioso de esa materia tan antigua como la misma Grecia, conmina al lector a leer y conocer a países con historia arraigada en la fábula y el esplendor mítico desde Homero, en el que toda una pléyade de protagonistas olímpicos, dioses y diosas, rescatados desde miles de años antes de la llegada de Cristo, conformaron sociedades que estaban por encima de los humanos y ellos tenían el poder teocrático y divino.

Apunta el maestro Graves que sobre el sitio de Troya y las aventuras de Ulises fueron los primeros dos libros escritos por el poeta Homero, La Ilíada y La Odisea, libros primigenios que dieron origen a grandes historias que sin compararse con las de la Biblia crearon personajes inmortales por una sencilla razón, los griegos no creían en un solo dios ni en una sola diosa, querían como los egipcios que los cielos deberían ser gobernados por familias divinas y todo mundo debería de soportar los caprichos y las leyes impuestas por ellos.

Comenzando por Zeus, dios padre y la reina Hera, la diosa madre que junto con todos los dioses olímpicos deberían reinar sobre las ciudades griegas de Atenas, Tebas, Esparta, Corinto, Argos y Micenas. Y una de tantas extraordinarias historias míticas es la de Orfeo hijo de Calíope, una de las Nueve Musas que inspiraba a los poetas y que es sinónimo ahora de cultura universal.

Orfeo era un joven bien parecido y amante de tocar la lira, tan prodigioso con dicho instrumento que tenía el poder que con su música movía piedras y rocas y las llevaba de un lugar a otro. Además, amansaba animales feroces con su música.

Su magia tenía el efecto del mismo Coronavirus actual, moverse a grandes distancias por órdenes de algún titán aún vivo que haya quedado soterrado por mandato milenario del padre Zeus, pues proveniente de un lejano país como es China, nada nos detiene a pensar que alguien por ahí exhumó la lira y la tiene en su poder para dominar al mundo.

China y Grecia son países realistas y mitológicos, la ignorancia de Occidente para con ellos, además de la lejanía, obedece a lo oculto de estas sociedades, ajenas a países de otros continentes como el Americano y la misma Europa.

Siguiendo con el joven Orfeo, cabe destacar que siendo un personaje olímpico también sentía dolor como cuando su esposa Eurídice murió a causa de una picadura de serpiente pues al pisarla mientras ésta dormía la despertó y al mismo tiempo mordió la pierna de la amada Eurídice. Muerta ya, Orfeo se dirige al Tártaro o inframundo, cuya facilidad para llegar a él se la proporcionó su amada lira. Con ella dominó y hechizó a Caronte, Cerbero, a las Furias y a la reina Perséfone, hechizando de la misma forma al poderoso Hades.

Algo debe tener el Coronavirus después de siglos de existencia, escondido en aquellos lugares mitológicos y realistas que se abrieron al mundo a semejanza de los egipcios, otra sociedad engalanada con el encanto y la hechicería faraónica. Magia que siempre ha estado presente en el avatar de los siglos pero que permanece oculta.

Ya en el Hades (o infierno), Orfeo pactó con éste para rescatar a su esposa Eurídice. “Tendrás a tu esposa de nuevo con una condición, le dijo el Hades: no miraras hacia atrás hasta que Eurídice esté a salvo bajo el sol”. Robert Graves conocedor de esta y mil historias griegas nos dice: “Salió Orfeo del Hades feliz y contento, cantando y tocando su lira mientras le seguía Eurídice. En el último momento Orfeo, con su poca experiencia de lo que pueden hacer y jugar los dioses, dudó que Hades lo estuviera engañando, olvidó la condición y se volvió a mirar a su esposa y en ese instante la perdió”.

A semejanza del mismo Coronavirus, éste te invita a salir de la enfermedad pero si recaes y te enfermas de nuevo perderás a tus seres queridos, de igual forma como Orfeo perdió a Eurídice. Cuando Zeus supo de esta muerte convirtió a su hijo Dionisos en un olímpico que el mismo Orfeo se negó a adorar y a quien acusó de malos ejemplos.

No contento con ello Zeus al saber de la actitud de Orfeo, mandó traer todo el sufrimiento, y encolerizado el mismo Dionisos mandó cortarle la cabeza que echaron a un río, despedazaron su cuerpo en pequeños pedazos a semejanza de un coronavirus que se ensaña con su víctima y la hace sufrir de una manera increíble y espeluznante con dolor de cabeza, gripa, sangrado, cardiopatía, temperatura y al final te convierte en un ente irreconocible.

Tanto la cabeza como el resto del cuerpo de Orfeo los enterraron al pie del monte Olimpo. Hubo quienes rescataron la cabeza de Orfeo y la enterraron en la isla de Lemnos. El resto de las Nueve Musas recogieron tristemente cada uno de los trozos pequeños del cuerpo de Orfeo con todo el dolor de su corazón y desde entonces los ruiseñores cantan más dulcemente como en ningún otro lugar.

La historia recopilada y sintetizada por al maestro Robert Graves, autor de libros como “Yo Claudio”, “Claudio el dios y su esposa Mesalina”, “Los mitos hebreos”, ensayos antropológicos como “La diosa blanca”, termina diciendo que Zeus le ordenó a Apolo colocara la lira de Orfeo en el cielo para formar parte de las constelaciones, o agrupaciones de estrellas que hasta en la actualidad se conocen, siendo la constelación que llamamos Lira una más del firmamento.