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Lo que somos es resultado de los que pensamos

Buda 

Un error muy común del ser humano es creer que sabe lo que piensa y que, a partir de ello, sabe quién es. Se da el lujo, incluso, de creer que sabe quiénes y cómo son otros; pero, sobre todo, quiénes y cómo deberían ser. Y con la seguridad que le da la ignorancia sobre sí mismo y los demás, juzga, condena, exige, condiciona, manipula, controla, somete.

El ser humano no conoce su poder. Vive en la superficie de sí mismo. Existe una ilustración muy usada en psicología, sobre un iceberg que representa nuestra mente: solo la punta de ese inmenso bloque de hielo es terreno conocido para nosotros. Abajo están el subconsciente y el inconsciente.

Y el que la punta del iceberg sea el terreno conocido, no quiere decir que sea explorado. Ahí hay cerca de 60 mil pensamientos diarios, de los cuales el 90 por ciento nos pasa completamente desapercibido; es decir, no sabemos realmente lo que pensamos.

Créame que, si lo supiéramos, si estuviéramos plenamente conscientes de ello, nos horrorizaríamos, porque la mayoría de esos pensamientos operan en nuestra contra. Son los que nos boicotean todo el tiempo, los que atraen a nosotros justamente lo que no queremos o tememos.

Todos provienen de la parte oculta del iceberg, a donde pocos se aventuran. Algunos ni siquiera sumergen la cabeza. Estos últimos son quienes más frecuentemente padecen del síndrome de pensamiento acelerado o taquipsiquia. Es gente que trae mucho “ruido” en la cabeza y poca o nula reflexión.

Generalmente, el síndrome de pensamiento acelerado le ocurre a personas que tienen que mantenerse constantemente bajo presión, vigilantes de las circunstancias o creativas. Es una sobreestimulación del lóbulo izquierdo del cerebro, encargado de la actividad intelectual y la atención. Es común por tanto en escritores, profesores, periodistas, ejecutivos, políticos, etc.

Pero hoy en día se está haciendo cada vez más frecuente en cualquier tipo de persona, debido a… sí, las redes sociales y el internet en general. Todo el tiempo estamos consumiendo información y emociones.

Así que nada raro es que cada vez nos sintamos más ansiosos, especialmente si se “caen” las redes. Es en ese momento en que nos damos cuenta de cuánto dependemos de ese consumo.

El problema del pensamiento acelerado no es solo el desgaste físico, mental y emocional que nos produce, sino que nos imposibilita acercarnos siquiera a esa seguridad y felicidad que anhelamos.

Vivir a plenitud requiere sosiego mental. Las mentes “revolucionadas” no tienen tiempo ni espacio para experimentar la vida.

Así que, si usted quiere vivir a plenitud, y no solo pasar corriendo por la vida, es importante que se dé cuenta, en primera instancia, de que la mayor parte del día su atención está en el mitote mental que trae, al cual, además, le cree todo lo que dice.

Después tiene que estar convencido de que es imperativo detenerlo o lo destruirá. Para ello, dese tiempo varias veces durante el día de respirar hondo, con conciencia, concentrado en ello. Mire que respirar a todo pulmón, en tiempo de Covid, puede ser una experiencia espiritual.

Estudie o trabaje con música relajante, que le dé sensación de paz, a un bajo volumen, pero suficiente para que la escuche con claridad.

Hable con sus amigos sobre lo que siente, pues el ruido mental proviene en muchas ocasiones de un caos emocional. Verbalizar pone en orden pensamientos y sentimientos.

Solo vea sus redes sociales dos o tres veces al día, en horarios establecidos. Si eso le causa ansiedad, observe entonces cuánto depende de esos estímulos; en lugar de resistir con angustia la compulsión, respire hondo.

A estas alturas, con la mente más calmada, ya podrá observar su mitote interno, y estará en condiciones de decirle: “ya te oí. Y nada de lo que me dices es importante o siquiera útil en estos momentos. Gracias por participar”.

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