A LA BÁSCULA

Discapacitados

 En el mundillo de la política, salvo honrosas excepciones, muchos de sus actores tienen una extraña discapacidad que los convierte en sordos y ciegos, misma que les aqueja no cuando andan en campaña, sino una vez que asumen el poder.

Sordos, porque a partir de que se convierten en gobernantes, dejan de escuchar a la gente a la que en campaña la visitaron cualquier número de ocasiones y les pedía, casi les suplicaban que les dijeran cuáles eran sus principales necesidades para llegado el momento darles solución, pero una vez en la silla ‘ni los oyen ni los ven’.

Y ciegos, porque una vez que pasan de candidatos a ser gobierno, dejan de ver las necesidades de la gente a la que acudieron a pedirles su voto, mismo que los llevó a ocupar las posiciones de poder. Y no se diga con los más pobres, necesitados y marginados, éstos se vuelven invisibles, no existen ante su vista.

Pero también el poder les provoca otro tipo de trastornos, porque ya no que los oigan ni los vean, sino que no interpreten o entiendan el mensaje que los ciudadanos les dejan en las unas durante las elecciones, a muchos de los cuales repudian y rechazan con sus votos, sobre todo ahora que ya es válida la reelección, figura que les permite a los ciudadanos ejercer inmediatamente el castigo que se merecen los que no le respondieron desde el gobierno.

Todavía después de ese repudio o castigo, muchos hacen como que ‘la virgen les habla’.

Un botón de muestra: Jorge Zermeño Infante, como alcalde de Torreón, había logado despertar una gran expectativa cuando volvió a contender por la alcaldía torreonense, para el excepcional periodo de un año, y aunque en ese lapso no dio muestras de tener muchas ganas de gobernar –más bien transmitió siempre la imagen de que siempre estaba enojado, que le molestaba que ciudadanos y medios lo cuestionaran-, y en la reelección para volver a los periodos de tres años para las alcaldías coahuilenses, le refrendaron la confianza. Pero en su siguiente periodo el enfado fue creciendo en la misma medida que iba decreciendo su entusiasmo por gobernar y hacer las cosas bien.

Daba la impresión de que ya lo que quería era irse de la alcaldía, lo que consiguió al solicitar permiso para separarse del cargo para ir en busca de una diputación federal a través de las urnas, que suponía que obtendría con cierta facilidad, pero ahí justo los ciudadanos le mostraron su decepción y descontento y repudio por la forma como ha venido gobernando el municipio.

El mensaje fue muy claro, pero él no lo entendió así, y aunque no se le ven muchas ganas de gobernar, regresó quizá para no dejar de cobrar su sueldo como alcalde por lo que resta del año, como si no cobrarlo lo fuera a sumir en la pobreza extrema. Durante el periodo de licencia, en un corto interinato Sergio Lara Galván realizó un mejor papel que en el resto de los casi cuatro años de gobierno zermeñista.

Regresó Zermeño, pero sin muchas ganas de gobernar. Le doy un ejemplo, este jueves terminó septiembre, el llamado mes patrio y muchos laguneros estuvimos esperando a ver si al menos en el último día del mes, se acordaba de colgar un distintivo patrio en los puentes que comunican a Torreón con Gómez Palacio y viceversa. Los puentes lucieron motivos patrios, hermosos, pero tristemente solamente la mitad de cada puente, del lado de Gómez Palacio. Del lado de Torreón nada, ni siquiera se mereció un simple rehilete.

Si ya no tenía ganas de estar gobernando ¿para qué regresaba? La gente en las urnas le dijo en la elección que le reprobaba su actitud como alcalde.

Pero no es el único, otros alcaldes laguneros que también fueron ciegos y sordos con el pueblo, tuvieron el cinismo de buscar la reelección, y algunos incluso como el matamorense Horacio Piña, lo hicieron por un partido distinto al que los postuló para llegar a la alcaldía.

La política, insisto, a la gran mayoría que ingresan a ella, los transforma y les provoca una serie de discapacidades, de las que milagrosamente se curan cuando viene una siguiente campaña en la que intentan conquistar otra vez el voto y la confianza de los ciudadanos. Mágicamente vuelven a oír, a ver, a sonreír, y a entender los problemas de la gente, mismos que, una vez más, prometen que van a solucionar una vez que lleguen de nueva cuenta al cargo ‘si el voto popular así lo decide’.

Más que sordos, ciegos, mudos y todo lo que quiera. Más bien de lo que se enferman es de cinismo, y de desvergüenza. Salvo honrosas excepciones.

 

laotraplana@gmail.com

 

@JulianParraIba

 

Autor

Julian Parra Ibarra
Es director del diario digital La Otra Plana y la revista impresa Metrópolis. En cuatro décadas de ejercicio periodístico ha trabajado en diarios como El Norte de Monterrey, La Opinión-Milenio en Torreón, Esto en la Ciudad de México y a.m. en León, Guanajuato entre otros; ha sido conductor en programas de radio y televisión. Es columnista en varios medios impresos y digitales de Coahuila y Durango.
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Es director del diario digital La Otra Plana y la revista impresa Metrópolis. En cuatro décadas de ejercicio periodístico ha trabajado en diarios como El Norte de Monterrey, La Opinión-Milenio en Torreón, Esto en la Ciudad de México y a.m. en León, Guanajuato entre otros; ha sido conductor en programas de radio y televisión. Es columnista en varios medios impresos y digitales de Coahuila y Durango.