SERENDIPIA

Camino a casa

Cuando hablamos de casa, solemos asociarle de inmediato con la imagen de un espacio de tierra delimitado en sus medidas y colindancias. Lo cierto es que si bien, muchas personas tenemos la fortuna de poder tener un espacio más o menos seguro en donde habitar, no es la misma realidad que comparten aquellas personas que emprenden el sinuoso camino de salir de sus lugares de origen, sea este una ciudad, estado o país principalmente motivadas por obtener una mejor calidad de vida.

Si bien el flujo migratorio a través de textos históricos es ilustrador, la experiencia deja a su paso una amplia brecha para poderle comprender a consciencia. Actualmente no es extraño tener amistades, familia o vecinos provenientes de otros países, especialmente de Centroamérica y Sudamérica, que por una u otra razón han encontrado como casa a México, en alguna de sus entidades federativas. Muchas de estas personas han tenido la dicha de “hallarse”, estableciéndose.

Aunque hasta ahora no había estado exenta de toparme en las calles y esquinas de Piedras Negras, Saltillo, o Ciudad de México con una de las realidades más escabrosas de lo que es ser migrante, estaba equivocada al pensar que esa podría ser el escenario más desfavorable. Fue precisamente en el trayecto de Saltillo a Piedras Negras del pasado sábado dieciocho de septiembre del presente año que, a lo largo de los cincuenta y dos kilómetros, podías encontrar dos cosas: numerosas personas y familias inmigrantes provenientes de Haití, y múltiples operativos de seguridad migratorios.

Si una o uno no es indiferente al dolor ajeno, la impotencia deviene natural. Es ver a hombres, mujeres, niñas y niños caminando largos trayectos debajo del sol, con las gargantas secas y sin agua, y/o con los estómagos vacíos y sin alimentos. Por si fuera poco, con una temperatura que oscilaba los 23° a 35°, al tiempo que cargaban en sus brazos, espaldas y cabezas, sus cosas, o a sus crías. Todo esto, luego de ser obligadas y obligados a descender de los distintos camiones que los transportaban por las autoridades, no sin antes indicar a quienes transitábamos por allí o prestaban algún servicio de transporte que no se les atendiera.

Esas imágenes podían perfectamente ser la representación de aquellos juegos de la sección de entretenimiento en los periódicos a los que les tienes que encontrar todas las diferencias, solamente que, en este caso, el ejercicio consistiría en encontrar todos los derechos humanos violentados.

Esta situación no se encuentra únicamente enmarcada en los sentimientos o emociones que evocan, sino en un marco jurídico constitucional. Ya se lee en el primer artículo de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (CPEUM) que, “En los Estados Unidos Mexicanos todas las personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en esta Constitución y en los tratados internacionales de los que el Estado Mexicano sea parte, así como de las garantías para su protección, cuyo ejercicio no podrá restringirse ni suspenderse, salvo en los casos y bajo las condiciones que esta Constitución establece.”.

Ya todos y todas hemos oído hablar de los derechos humanos, y muchas personas no creen en ellos, ya que les consideran solo un conjunto de buenas intenciones, o el deber ser del derecho. Sin embargo, este pensamiento no es más que el producto de la normalización de la violencia, la corrupción y la impunidad.  Cuestiones que alimentan que estos derechos humanos se encuentren en la lucha política de los distintos factores del poder. Por este motivo es que es menester que la sociedad civil, la academia y el gobierno no desistamos en los esfuerzos por visibilizar, reconocer y combatir estas violaciones.

El mensaje del gobierno mexicano por medio de su secretario de Defensa, Luis Crescencio Sandoval, emitido hace apenas unas semanas es claro: “el objetivo principal del operativo del Ejército, la Marina y la Guardia Nacional es detener toda la migración y cubrir la frontera norte, la frontera sur con efectivos”.

Es evidente que, la política nacional del país en sus diversas vertientes se encuentra supeditada a otras políticas universales, internacionales o en las que intervengan otros sujetos del derecho. En este caso, es lógico que la política de contención migratoria atiende a los intereses de las relación bilateral Estados Unidos de América y los Estados Unidos Mexicanos, con uno de ellos por encima del otro. Establecer un asunto de migración como la prioridad de diversos elementos con uso de la fuerza pública no atiende solamente a la enorme cantidad de personas que emigran de sus tierras hacia México o por medio de este, sino a un claro mensaje en un esquema replicado del país vecino. Máxime teniendo otro tipo de detonantes de inseguridad latentes y presentes a lo largo y ancho del país, con el crimen organizado.

La migración es un fenómeno que atraviesa de punta a punta a México. Desde Tapachula, Chiapas de donde recientemente se hizo conocido un acto de violencia por parte de dos agentes del Instituto Nacional de Migración por golpear a un migrante, hasta Piedras Negras, Coahuila. Siendo este último uno de los puntos donde se pretende evitar que lleguen quienes emigran, precisamente para que no crucen del otro lado del charco, como coloquialmente se dice.

El deber de la ciudadanía es estar en constantes cuestionamientos sobre el actuar gubernamental, para poder señalar por medio de la crítica sus deficiencias. Lo cierto es que, a veces más que indicar obviedades, tampoco se excluye la capacidad de condenar lo que es inhumano sin necesidad de tener un libro o código en mano. El Alto Comisionado de la Organización de las Naciones Unidas y la Organización Internacional para las Migraciones ya han externado su preocupación por el proceder y cómo lo lleva a cabo el estado mexicano.

En actual presidente de México insiste en que, “no se han violado los derechos humanos de migrantes”, en su informe del tercer año de gobierno. Sería bueno que, antes de sostener afirmaciones de esa magnitud, y a diferencia de las pasadas y recientes visitas que ha tenido al estado de Coahuila, se abriera a diálogo con la comunidad nacional y extranjera, para modificar o retractar tal enunciación, pues no es acorde a la realidad.

Al final del día, y durante el transcurso de cada uno de ellos, las personas que emigran llegando a México como inmigrantes, no hacen otra cosa que buscar el camino a casa. Porque la casa no es necesariamente una estructura edificada sobre la tierra donde nacemos o crecemos, más bien la casa se conforma indistintamente del lugar  en donde se tiene tanto la calidad de vida digna como la dignidad humana de quién o quiénes la habitan.

La autora es egresada de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Autónoma de Coahuila