VEINTE AÑOS

Este 11 de septiembre se recordó con dolor, el 20 aniversario de los ataques yihadistas a Estados Unidos y aunque ese día todos sentimos miedo y se han dado otros actos terroristas, el mundo occidental está empeñado en evitar que gane el temor.

Era martes y estaba yo a las 9 cincuenta de la mañana -8.50 de Nueva York- en un café internet de la ciudad de Chillán, terminando de enviar un artículo sobre los murales que pintaron David Alfaro Siqueiros y Xavier Guerrero en la Escuela México; obsequiada a Chile por el general Cárdenas, en solidaridad por el terremoto que en 1939, destruyó esa zona sureña.

Iba ya a cerrar la computadora, cuando la pantalla empezó a titilar porque un avión comercial había impactado una de las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York.

Me puse a buscar más datos de lo que creí accidente, cuando apareció un avión embistiendo una torre; pensé era repetición, pero no; un segundo avión pegaba en la otra torre.

Alarmada, fui al Gran Hotel Isabel Riquelme distante a pocos pasos y nombrado así por la madre del libertador Bernardo O´Higgins, originaria de Chillán, donde me esperaban Matías, su hermano Pablo y su esposa Arlette, para ir más al sur porque pasaríamos unos días en Pucón; municipio de la IX Región de la Araucanía, cuyo nombre en mapudungún, lengua de los indígenas mapuches, significa “entrada a la cordillera.”

Les conté lo que pasaba, les pareció imposible y seguimos camino con el radio del coche encendido.

Cuando al rato dieron la información, nos detuvimos en Parral, tierra de Pablo Neruda, para ver las noticias y almorzar en un restaurant de Matucho, hijo de Matías.

Justamente la televisión estaba trasmitiendo lo que ocurría en NY: nubes de polvo, gritos, llamas, gente que corría espantada, personas que caían o se aventaban desde los pisos altos, sirenas de ambulancias y bomberos, y alertas sobre aviones que iban al Pentágono, el Capitolio y la Casa Blanca.

Decían que eran atentados y los autores habían entrado a EU desde México; rogué internamente que no fueran a ser mexicanos y no hubiera represalias contra mi país.

Con los minutos fueron esclareciéndose las cosas y se supo que eran 19 los suicidas y cuatro los aviones secuestrados.

Dos de American Airlines estrellados a 790 kilómetros por hora a la mitad de la torre norte del WTC, causando su caída y contra la sede del Pentágono, en Virginia.

Y dos aparatos de United Airlines; el lanzado a 950 kilómetros por hora a los pisos altos de la torre gemela sur, generando tremenda explosión; y el que hacía el vuelo 93 de Newark a San Francisco, desplomado sobre un campo en Pensilvania porque al enterarse los pasajeros de que estaban secuestrados y se dirigían a chocar el Capitolio o la Casa Blanca, decidieron enfrentar a los terroristas en la cabina y estos perdieron el control de la nave.

Fueron ataques precisos contra los símbolos económico, militar y político de EEUU.

Osama Bin Laden y su organización Al-Qaeda, se los atribuyeron desde Afganistán; calificándolos como “revancha islámica contra Occidente.”

Dejaron 2 mil 976 muertos de 92 nacionalidades, miles de heridos, un país agobiado y el mundo incrédulo y aterrado.

El presidente George W. Bush estaba leyendo un cuento a niños de una escuela de Sarasota, Florida, cuando fue informado del segundo ataque.

Ordenó cierre del espacio aéreo y el inmediato aterrizaje de 4 mil 500 aviones que en esos momentos volaban y se trasladó a una base militar en Nebraska y de ahí, a la Casa Blanca; desde donde pidió oraciones por los fallecidos y sus familias, declaró la guerra al terrorismo y advirtió “la gente que derribó estos edificios, nos escuchará pronto”.

Los ataques provocaron perdida de la confianza y enojo mundial; que aumentó, con la aparición del Estado Islámico (ISIS).

Un mes después, Afganistán fue invadido por EEUU y la OTAN; diez años más tarde, Bin Laden murió ejecutado por marinos gringos y el 31 de este agosto las últimas tropas salieron del país.

Tres mil 900 personas han muerto después, por daños sufridos al quitar escombros en la “zona cero”.

Entre las consecuencias están, el incremento de los presupuestos de defensa y los sentimientos anti islámicos; las medidas de seguridad en los aeropuertos con revisión antes de abordar hasta de los zapatos; dificultades para obtener visas; y cambio de los cubiertos de metal a plástico, en las bandejas de comida de los aviones.

Y podrían aumentar las restricciones, porque este sábado 11 de septiembre Ayman al Zawahiri, actual líder de Al-Qaeda, amenazó: “agotaremos al enemigo hasta que lloriquee…”

 

Autor

Teresa Gurza