COMO DECÍA MI ABUELA  

Comen santos… 

POR LEONOR RANGEL

Crecí en el seno de una familia católica. Y para los que compartan esta característica resultará muy fácil adivinar el papel que mi abuela desempeñaba en todo esto. Era la matriarca. La que indicaba el horario y ritmo de los rezos, las idas a misa y las fechas de los sacramentos. Mi abuela nos enseñó el rosario, para los días de agradecer y para los días de luto y duelo. Para celebrar la navidad con cantos y pidiendo posada cargando a los peregrinos en la fría noche del veinticuatro de diciembre, para antes de comer y acostarnos.

Mi abuela era como se dice “católica de hueso colorado” pero no se dejaba cegar por su fe. Ella sin censura ni tapujos, se refería a las personas que profesaban la religión hipócritamente, con prácticas contrarias a lo que profesaban y solía exclamar:

Desconfía de aquéllos que “Comen santos y cagan diablos”.

Luego de que la semana pasada se despenalizara el aborto en Coahuila por orden de la SCJN, se alzaron las voces de diversos grupos de la sociedad en contra de esta resolución, y puedo estar o no de acuerdo con esa postura, pero respeto el hecho de que se manifiesten haciendo valer su derecho a la libertad de expresión.

Sin embargo, no se puede alegar esta cuando tras ella se esconde un discurso de odio, como el que el pasado domingo se viralizó en redes sociales.

Un sacerdote cuestionaba delante de los fieles asistentes a la misa en una iglesia de Monclova “¿Porque no matamos a la mamá que tampoco va a servir para nada? Una mujer que aborta ya no sirve para nada, está hueca moral, física y psicológicamente. Una mujer que siempre va a estar amargada, una mujer que a lo mejor no va a volver a tener hijos y entonces le va a reclamar a Dios” (SIC, Sacerdote).

No se puede tolerar bajo la premisa de que todos somos libres de expresarnos la apología del delito y menos en un país donde la violencia machista arrebata la vida de más de diez mujeres por día, demostrando así, que no requieren permisos ni mandatos divinos para hacerlo. La vida de las mujeres es ya de por sí menospreciada en una sociedad misógina como la nuestra.

Juzgamos desde nuestras circunstancias las situaciones particulares de otras mujeres y creemos que la nuestra es la única opción viable o moral. Obviamos o tal vez olvidamos que lo que se pide son condiciones para dignificar la vida de la mujer como se expresa en el lema de campaña: “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir

Entendamos que el aborto es una práctica a la que han recurrido las mujeres a lo largo de la historia ante la desesperanza. Ninguna mujer se embaraza solo para vivir la experiencia de abortar, como pueden llegar a imaginar las mentes más suspicaces.

Tampoco la despenalización del aborto significa que todas vamos a abortar. Bajo esta premisa, podríamos suponer que todos acudimos a las urnas a votar, ya que es un derecho, pero sólo entre el 51.7 y 52.5 por ciento del padrón votamos en las elecciones de julio, según datos del propio INE. Los derechos se ejercen libremente, no se obliga a nadie a ejercerlos.

Ya basta de odio y de definir a la mujer por su capacidad de concebir o no, y más aún, de considerar que si esta no puede o decide no hacerlo “ya no sirve para nada” y “está hueca”.

Dice la Biblia en 1 Juan 4:8 “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.” Si la Iglesia de amor, ya no promueve el amor, ¿no será esta institución la que se quedó hueca?