LA OTRA CRISIS

La tierra firme queda lejos

Marc Lipsitch, epidemiólogo 

A pocas cosas tenemos tanta intolerancia los seres humanos como a la incertidumbre, especialmente en esta época en que las seguridades psicológicas están, predominantemente, fincadas en las materiales, y éstas son mucho más fáciles de alcanzar que antaño.

Comparada con la vida de generaciones pasadas, hoy en la nuestra podemos resolver muchos problemas de manera casi inmediata, gracias a la tecnología, y contamos con más de una opción para ganarnos la vida, y aun para competir materialmente en nuestro entorno social, a través de la ropa, la vivienda, el vehículo o cualquier otro trofeo a nuestro esfuerzo.

Estabilidad y seguridad han sido los principales propósitos de la modernidad. Para ello, construimos una ilusión de control sobre nuestras vidas, sellada con bienes materiales; es decir, una zona de confort que nos impide ver cuán frágiles y temporales son nuestras certezas.

Mientras más bienes materiales, predictibilidad en nuestras vidas y rigidez en nuestras rutinas, más seguros nos sentiremos. Cualquier circunstancia que venga a rompernos la seguridad, nos causará estrés, ansiedad y muy probablemente angustia, si no es que pánico, porque nos obliga a salir de la zona de confort y enfrentarnos a lo incierto.

No todo cambio nos lleva a lo incierto. Los hay planeados, de manera que vamos lidiando con los obstáculos hasta alcanzar la meta. Los hay imprevistos, pero manejables si se tiene una perspectiva clara del resultado.

Pero los hay imprevistos, zarandeadores, de cursos completamente imprevisibles y, sobre todo, fuera totalmente de nuestro control en cuanto a la intensidad, extensión y duración de la crisis que los produce.

Este es el caso de la pandemia por Covid-19 en todo el mundo, y el nivel de incertidumbre que ocasiona es directamente proporcional al trastorno que supone para la vida diaria de las personas. Mientras más las trastoca, más estrés, ansiedad, angustia y miedo produce.

Millones de personas están, por tanto, teniendo consecuencias psicológicas en la medida en que deben realizar cambios para adaptarse a nuevas circunstancias o en que se resisten a realizarlos, en cuyo caso la resistencia va precedida por la creencia de que no hay otra forma de hacer las cosas más que la habitual.

Desafortunadamente, para la mayoría no existe como opción una terapia que les permita afrontar las naturales reacciones emocionales ante circunstancias como éstas, para evitar que se conviertan en patologías, ya sea porque no cuentan con recursos para pagarla o porque consideran que no la necesitan.

Sin embargo, en su vida cotidiana comienzan a presentar conductas distorsionadas que aumentan los problemas derivados de la situación que no pueden controlar, como la violencia intrafamiliar, la depresión, los ataques de pánico, y otros patrones conductuales destructivos y trastornos mentales que pueden ir degenerando si no se les atiende.

Tenemos entonces otra crisis de salud pública paralela al contagio: la psicológica. Las personas comienzan a vivir con miedo a perder sus trabajos y no poder con los gastos, a contagiarse, a que se contagien sus seres queridos e incluso a la muerte, propia y/o de sus familiares, a que la situación se prolongue más de los necesario y a que la vida jamás vuelva a ser la misma. En fin, la cantidad de escenarios trágicos posibles para una mente humana es ilimitada.

Así pues, las personas solemos adoptar dos extremos conductuales: actuamos bajo pánico, saturando la asistencia sanitaria con demandas de ayuda inadecuadas, exigiendo cantidades crecientes de productos protectores y haciendo compras de pánico para tener reservas el mayor tiempo posible; o normalizamos la desgracia, insensibilizándonos y, por tanto, perdiendo la capacidad de empatía y solidaridad.

Actuamos como si no pasara nada, como si no hubiera cada día más contagios y más muertos que el día anterior e, incluso, que aquellos días en que comenzó la pandemia y nos aterraban las cifras de los afectados.

El resultado es que nos descuidamos, y eso solo empeora la tragedia.

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