EL ASESINO DE LAS POSTALES

Este filme se sumerge en ese subgénero de los asesinos en serie que tuvo sus mejores cartas en “El silencio de los inocentes” y en “Los siete pecados capitales”, aunque desaprovecha una idea estupenda y perturbadora que, en el segmento final, se deshace y se queda nada más que en las intenciones, haciendo que el notable trabajo interpretativo de su protagonista quede como un detalle aislado. Lástima, el filme debió tener más fuerza para contar una historia que se siente postizo y con demasiados acomodos argumentales. La cinta está disponible en la plataforma de Netflix. 

Este filme, dirigido por el bosnio Danis Tanovic, se inicia de manera estupenda y provocadora: el detective de Nueva York Jakob Kanon (un notable Jeffrey Dean Morgan) se entera de que su única hija, recién casada y en plena luna de miel, ha sido asesinada junto a su marido de manera brutal y simulando una pieza artística, en un departamento de Londres.

La película, basada en la novela de James Patterson y Lisa Marklund, oscila entre la profundidad del drama que implica este crimen que es parte de una serie de asesinatos con características similares y demasiados pausas explicativas que frenan el ritmo dramático de una historia que tenía todos los elementos para destacar como una pieza inquietante, sofocante y definitiva en el tema de los serial killer, pero se queda empantanada y sale adelante solo gracias a la puesta en escena y la calidad de sus intérpretes, en especial del protagonista que transmite el dolor, la furia contenida y la imposibilidad de comprender qué ha sucedido con su hija.

¿Por qué no funciona como debiera esta historia que se inicia tan bien?

De partida, una de las razones por las que no se alcanza el clima ominoso que debería tener es por el guion, escrito por Andrew Stern y Ellen Brown Furman, que no logra profundizar en las aristas más fascinantes que tenía el relato y se queda atrapado en soluciones demasiado simplistas, teniendo minutos en los cuales, literalmente, no sucede nada, no avanza y eso reduce el efecto de la tensión y hace perder la fuerza a todo el conjunto.

Gran parte de los mejores instantes los sostiene el padre que, destrozado, debe partir hacia Londres para investigar el caso, contra la oposición de sus colegas ingleses que solo siguen las pautas establecidas. En esa ciudad descubre que el asesino en serie tiene la costumbre de enviar postales de piezas célebres de la pintura y la escultura, con mensajes cifrados, los cuales llegan a manos de determinados periodistas, advirtiendo en qué ciudad será el próximo crimen, pero, obviamente, ocultando el dónde y el cuándo.

“El arte es una herida convertida en luz», dice uno de esos mensajes. Los cuerpos sin vida de las víctimas en ‘El asesino de las postales’ recuerdan a una famosa pintura o estatua histórica. La misión de los policías es tratar de entender qué relación existe entre los mensajes de las postales y las características brutales de cada crimen que se esparcen por Londres, Madrid y Estocolmo.

Una de esas fatídicas postales le llega a la reportera Dessie Leonard (Cush Jumbo) en Madrid, hecho que la relaciona con el detective Kanon para aunar sus fuerzas en la búsqueda del asesino que parece tener un gran conocimiento del arte y de las connotaciones que tienen las obras escogidas para cada una de las postales.

Como Kanon no se adapta al estilo y a los reglamentos de sus colegas europeos, decide seguir su propia intuición y seguir sus propios procedimientos, usar sus contactos para acceder a una información clave que podría ayudarle a encontrar al autor de la muerte alevosa de su hija.

Dejando de lado su trabajo como Negan en ‘The walking dead’, la falta de ritmo y el exceso de clichés que posee la película, se minimizan gracias a la brillante actuación de Jeffrey Dean Morgan. Es él, con su físico, sus movimientos y sus conductas quien le da dignidad a una película fallida que entretiene, pero no alcanza el nivel que pudo tener.

También es un dato importante el criminal: sus motivos, su pasado, su lógica retorcida y sus obsesiones le definen como un monstruo, pero al que podemos entender en algunas de sus facetas porque tiene elementos bien trabajados como antagonista.

El gran fracaso de la película está en que, promediando la mitad de la cinta, los hechos, el estilo y las fórmulas narrativas cambian, se convierte en una obra distinta y comienza un nuevo tono que siempre debió tener, donde el director Tanovic logra elevar su trama, maneja con más soltura los elementos argumentales, aun cuando no alcanza a sortear los lugares comunes de su débil guion.

El problema está en que con ese giro que alcanza al promediar la película, muchos espectadores se pierden porque la historia, de pronto, se complica a límites casi telenovelescos, dejando la sensación de que todo lo que sucede desde ahí en adelante es inverosímil, a costa de echar por tierra el ritmo que se ha alcanzado.

Es una película entretenida si se le perdonan todos esos baches, fascinante si se admira y aprecia el estupendo trabajo interpretativo de Jeffrey Dean Morgan, entregado por completo a su rol y si se tiene especial apego a estas películas de asesinos seriales donde, más allá del efecto, cabe siempre la pregunta: ¿cómo es posible que hayan hecho todo ese montaje para un crimen, considerando los elementos con que cuenta cada uno de los asesinatos?

Imposible no reseñar la secuencia final, en la nieve, que debe estar entre las más extrañas y anti climáticas de los últimos años que permite dos lecturas: o el director nunca logró dar con el tono de la película que estaba filmando o, en un giro inédito, se pretende de todas maneras lograr una segunda parte, en especial con el tramposo plano final que debe ser uno de los más innecesarios cortes que hayamos visto. Usted decide si se embarca en esta aventura que, visualmente, compensa muchas lagunas en su trama.

 

Autor

Víctor Bórquez Núñez
Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación