PAPELERÍA EN TRÁMITE

Con la postmodernidad todo cambia, hasta los gustos por la bebida, la música y la fiesta. Ahora las cantinas son muy fresonas, y en su interior ya no deambulan los boleros, chicleros y semilleros; muy apenas dejan entrar al “Toques toques”. Por ello celebro la apertura e inclusión hacia las mujeres. Pero amén a verme machista, el encanto místico de estos lugares se fue con la llegada del público femenino. Aunque existen algunos fortines del alcohol que se resisten a la feminidad, en especial una cantina de mi barrio, “el Farolito” un lugar del Saltillo viejo y triste (como Catón), con techos de madera, de frases repetitivas y llenas de fantasmas (también como Catón).

En la pasada columna hablé del sentimiento romántico que guardaban ciertas cantinas en nuestro Saltillo que en su ADN corre el penar de las canciones de José José. Hoy vale la pena recordar el sentido trágico y triste que también tienen esos emblemáticos lugares, porque desde que tumbaran “El Acuña”, no he vuelto a encontrar un bar como ese, donde se podría amanecer llorando a mares como diría el poeta “del águila del oro” Mario Saucedo. Ahora las cantinas huelen a gel antibacterial, sanitizante y Chanel N° 5. Ya no se escucha la bohemia, la trova o los boleros románticos; ahora se profanan estos recintos con reguetón y bachatas. Mi padre comentaba que Mario Saucedo era su compañero de oficio, ambos albañiles y ambos cantinescos. Papá decía que Mario pertenecía a esa estirpe de juglares que contaban las historias que sucedían en el pueblo, las tomaban y relataban hechos tristes o historias de caballeros que perdían la vida tratando de salvar princesas.  Mi padre me heredó el amor a sus grandes ídolos, el primero: “Gabriel Siria Levario” mejor conocido como Javier Solís, el segundo, Mario Saucedo. Él debe formar parte de cualquier playlist de todos aquellos hombres de figura derrotada y sed interminable.

Los nombres de Juan Salazar, Chuy Rodríguez, Juan Montoya, Pedro Yerena y Catarino Leos, deberían estar tatuados en las paredes de las cantinas de ahora, que en cambio son lugares con luz, Televisiones de 65” que transmiten la Champions League y la NFL. Aún recuerdo al buen amigo Pancho, cantinero del Acuña, quien al parecer absorbía toda la tristeza de sus parroquianos, les ayudaba a cargar sus penas y tomaba con ellos cervezas frías y bebidas espirituosas. “Siempre hay perdón para el dolido”, decía Pancho, como en la canción del Libro de los Dioses:

Quieras o no serás juzgada

Por esa ley del más allá

Y sin clemencia castigada

Por haberme pagado mal

Las voces de las cantinas son de hombres que acuden a calmar la sed del alma cuando los ha dejado la mujer amada o ha sido traicionado por el chichifo secreto. Mario Saucedo retrató estos pesares en sus discos donde inmortalizó el sentir de los saltillenses, gente fría y desconfiada. Y mientras el borracho incremente sus deudas en la cantina, en su garganta retendrá el llanto, como dijera el gran Eulalio González “Piporro”.

Ese mar lo forje

Sin que nadie supiera

Voy llorando en las noches

Y bebiéndome el llanto.

      Pero no todo es llanto y tristeza, estimado lector, que en la próxima entrega hablaremos de lo festivo y alegre que se siente en el alma, cuando deslizamos esas puertas de madera a nuestra espalda y pedimos una cerveza en la barra al sonar del acordeón.

 

 

Autor

Sergio Alvizo
Reportero y conductor de noticias de Canal 6 Saltillo y canal 4 en Monclova. Taurino de nacimiento y Tigre de corazón. Amante de las peleas de gallos.
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