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Autos eléctricos: el caso de la Fórmula E

La idea de desarrollar una competencia de automóviles totalmente eléctricos no es ajena a los fabricantes de automóviles. En 1899, el conductor e ingeniero belga Camille Jenatzy), alcanzó los 100 km/h en su vehículo “La Jamais Contente” (nunca satisfecho). Dicho vehículo tenía la forma de un torpedo y esta hazaña la realizó en una región escasamente poblada al noroeste de París, siendo la primera persona en alcanzar esa velocidad. Como imagen publicitaria, Jenatzy ocupó un lugar en la creciente demanda de transporte de automóviles, a pesar de que la tecnología eléctrica que lo puso en los libros en el primer lugar no logró dominar la industria automotriz en el siglo XX. Tres años más tarde, el récord fue roto por un coche de vapor y poco después fue demolido por un coche impulsado por un motor de combustión interna que registraba 120.83 km/h.

Las razones de la desaparición del coche eléctrico fueron políticas, tecnológicas y culturales. Henry Ford y Thomas Edison se unieron para un proyecto de automóvil eléctrico en 1913-1914, pero debido a deficiencias tecnológicas y desacuerdos comerciales Ford abandonó el proyecto, y la campaña de electricidad de Edison perdió un aliado importante.

Gracias al éxito de los grupos de presión de las compañías petroleras para transformar las sociedades a través de automóviles impulsados por gasolina y una infraestructura que se adaptó al uso de los automóviles con fines de ocio, el desarrollo y la expansión del automovilismo siguieron. La industria automovilística europea se sumó al desarrollo mediante el establecimiento de la Association Internationale des Automobile Clubs Reconnus (AIACR) en 1904, que a partir de 1945 se convirtió en la Fédération Internationale de l’Automobile (FIA) y se estableció como el organismo rector mundial del automovilismo

Cuando la Fórmula 1 lanzó su primer campeonato mundial en 1950, y el Campeonato Mundial de Rallys (WRC) de la FIA siguió en 1973, los fabricantes de automóviles confiaron en el ingenio de los motores de combustión para las victorias y la exposición de la marca. La Fórmula 1 se ha convertido en el epítome de las carreras y en un gigante comercial. En 2019, los equipos participantes gastaron un total de US$ 2.6 mil millones en sus esfuerzos para ganar el campeonato.

Mientras tanto, la Fórmula E apareció en el mundo del automovilismo con su primera carrera en Beijing, China, en 2014. Fundado en 2011 por el dúo español Enrique Bañuelos y Alejandro Agag, un empresario multimillonario y ex miembro del Parlamento Europeo y empresario del automovilismo, respectivamente, este fue un campeonato totalmente eléctrico que en 12-14 sedes de todo el mundo mostró una combinación de sostenibilidad, espíritu emprendedor y conocimiento comercial que eran exclusivos de las carreras. Todos los equipos utilizaron coches que eran aerodinámicamente similares pero que tenían diferencias tecnológicas.

Una de las características de la Formula E, es que debido a que las baterías de los automóviles que participan en dichas carreras no cuentan con la autonomía suficiente para terminar el circuito, aproximadamente a la mitad de la carrera tienen que cambiar de vehículo, lo que resulta en menos tiempo que cambiar de batería, situación que a los puristas del automovilismo no les es del todo satisfactorio.

Independientemente de lo que uno pueda pensar de la credibilidad de la Fórmula E en términos de desafíos de sostenibilidad, hay algo fascinante en su camino: la descripción de Agag como una «idea en una servilleta» en 2011, hasta que la FIA le otorgó el estatus de campeonato del mundo en 2020 y un fenómeno global de la cultura popular. En 2014 Agag dijo: «Empezamos como una start-up con muchas ideas y un poco de dinero”.

Hoy por hoy, el modelo de innovación en la gestión deportiva toma forma como ecosistema. Si bien el ecosistema no es una metáfora nueva para describir la circulación de ideas y prácticas en la innovación de la gestión deportiva en la vida laboral o en la academia, se traduce como un marco de análisis, con una definición tan simple como una red vagamente interconectada de empresas y otras entidades que co-evolucionan capacidades en torno a un conjunto compartido de tecnologías, conocimientos o habilidades, y trabajan de manera cooperativa y competitiva para desarrollar nuevos productos y servicios.

 

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