EL MESÓN DE SAN ANTONIO

Soy de la tribu de los que mueren cuando aman

 Para Socorro Sotelo Hurtado, mi madre

             Mi madre nació en un poblado de Jalisco: la Unión de San Antonio en los Altos de Jalisco. Era jalisquilla de cepa y con un cariño mítico a su terruño. En sí misma, era ella mítica y de raíces muy profundas, de religiosidad adquirida en una tierra llena de cristeros, como mis abuelos y sus familiares. La religión los selló permanente: todo era Dios, buscarlo en algún sitio, adorarle de forma devota, ser agradable a sus ojos siempre. Dios estaba en todo lugar y en todo momento.

Vivió cobijada y confortada por la Divina Providencia, que era la protección excelsa en su existencia.

Cada paso que dio en la vida fue con esa bitácora precisa, con rumbo firme que la hacía verse como capitana de un barco, mostrando su cara hermosa que sonreía con frecuencia.  Siempre me pareció que olía a flores silvestres. De hecho, esas le gustaban mucho, sobre todo las flores de San Juan.

También le gustaba el cielo, la bóveda celeste con la que dialogaba a solas o en compañía, y cuando algún astro cambiaba su rumbo, saltaba impresionada y volvía a sonreír. Toda la existencia la enfrentaba con empuje: “¡Vamos adelante!”, “¡vamos a hacerlo!”, era su preocupación y lo hacía. El tiempo no era importante, ni preocupante, ella lograba incluso manejarlo a conveniencia de manera discreta, sin que nadie se diera cuenta.

Lo más sorprendente era su capacidad de escuchar, atender era una promesa de confesión: nada salía de su pecho y nada de su corazón una vez que lo confesaban. Era confiable y amiga. La buscaban para platicarle delicados asuntos de cada existencia.

Hace quince años de su partida, los mismos quince años que tienen un aroma de ausencia. Melancolía sin separación, pues antes de partir logró sembrar su semilla para no ser omitida.

¿Dónde está mi madre? Seguramente en el cielo, pues el fervor con el que vivió en el bien es una garantía.

Ahora nos toca puertas por las noches, las derriba. Se ha convertido en una poeta a la manera de Jaime Sabines. Ella es instante que consuela, memoria que arrebuja. Abrir los ojos y cerrarlos guiando los sueños. ¿Quién la puede detener?

Yo creo que algo escudriñó en estas fechas de recordación del Día de las Madres, algo mío que soy por ella se vuelve inquieto.

Que tú eres, que tú fuiste y no acabé de entender o recibir, aparece tocando el corazón. ¿Dime que es? Mientras dejas de caminar, el horizonte es bueno con tu pauta. Yo creo que me dice “hijo, te estás volviendo más dulce, más frágil, no sueñes tanto, lánzate al río, crúzalo”.

Venga tu fuerza hoy que es Día de las Madres. Tu palabra “hijo” es una red que enlaza nuestras vidas. Conéctate cuando quieras.

Por ello agradezco la fecha de recordarte, decirte que sigues siendo una columna firme, un amor perfecto.

Cuando hablo de ti, hablo del amor perfecto de la mujer completa.

Tú que en cada uno te comportas como hostia inmaculada.

Amas, igual que antes de tu muerte, no te cansas, eso lo sé; por ello me identifico con el poeta árabe que decía “dile que soy de la tribu de los que se mueren cuando aman”.

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo