COWBOYS DE FILADELFIA

VÍCTOR BÓRQUEZ NÚÑEZ 

Una película no para todos los públicos, para quienes deseen ver una trama diferente, a partir de la historia de un adolescente rebelde que está obligado a pasar un verano con su padre, a quien casi no conoce, y que encuentra sólida amistad con un grupo de vaqueros urbanos. Este filme formó parte de la selección oficial del Festival Internacional de Toronto 2020 y que se encuentra en la plataforma Netflix, debiendo ser apreciado por los que gustan de historias atípicas y contracorriente de la tendencia del cine comercial.

Partamos por un dato importante para entender mejor este filme: en el norte de Filadelfia realmente existe una pequeña organización llamada “Fletcher Street Urban Riding Club”, formada por vaqueros urbanos, los que cuidan caballos y los utilizan para enseñar equitación a jóvenes, como una manera de ayudarlos en su reinserción social, mantenerlos alejados de problemas y devolverles la autoestima.

Este entorno es clave para narrar una historia fascinante, sobre todo cuando se asiste a un drama familiar profundo que tiene como telón de fondo el más estadounidense de los símbolos -el cowboy- que refiere a muchos significados culturales y representa un valor que se impregna firmemente en la idiosincrasia de esa nación.

Otro dato para considerar: “Cowboys de Filadelfia” (Concrete Cowboy), el debut como director de Ricky Staub, no es una película para ser apreciada por un espectador de filmes comerciales, llenos de efectos visuales y sonoros y que siempre esperan más de lo mismo. Acá lo que predomina es la mirada, lenta, serena, sin prisa, de un estilo de vida que se enfrenta a la necesidad de un adolescente que busca entender mucho acerca de sí mismo, de su padre y de los valores que le presenta este grupo de vaqueros del concreto, es decir, de la calle y no de las praderas.

Partimos por conocer al personaje central, Cole (Caleb McLaughlin), un chico problemático que expulsado habitualmente de distintas escuelas. Tras un nuevo incidente escolar, su madre decide enviarlo a Filadelfia, obligándolo a pasar el verano con su padre, que casi no lo conoce, después de disuelto el matrimonio. Este padre extraño es Harp (Idris Elba), un hombre callado que vive con un caballo en su casa y se dedica a enseñar equitación en las calles.

Como es de imaginar, el padre apenas le presta atención y Cole decide asociarse con un amigo de la infancia, quien vende drogas y va camino a la delincuencia mayor. A partir de esto, deberá escoger entre la posibilidad que le indica su amigo traficante o aprender a cuidar caballos con su padre, meterse en un grupo extraño a la vista de los demás, pero que mantienen un lazo firme con un pasado glorioso y lleno de recuerdos.

Estos cowboys de asfalto afroamericanos son prácticamente desconocidos fuera de Estados Unidos y claro está son algo más que una anécdota en la historia de la conquista del Oeste.

El historiador estadounidense William Loren Katz, autor de The Black West y uno de los grandes especialistas en el tema, asegura que el papel de los afroamericanos en la construcción de Estados Unidos ha sido prácticamente ignorada, razón por la que este filme reivindica una escena urbana heredada de esos vaqueros negros que la historia ha minimizado pero que sobrevive, a duras penas y con mucha porfía.

Por estos antecedentes, detrás de esta historia, se nos entrega una mirada (limitada, pero necesaria) de los actuales cowboys afroamericanos que siguen la tradición de sus ancestros de la monta y doma de caballos en medio de una gran ciudad.

La película cuenta con actores naturales interpretándose a sí mismos, ataviados con toda la parafernalia de los vaqueros de los rodeos y un emocionante después de créditos, donde aparecen y entregan breves apreciaciones respecto de la fraternidad que los une.

Es cierto que la película de Ricky Staub, que mezcla esta pasión real por los equinos con la ficción de un padre y un hijo que se reencuentran después de años, no alcanza una estatura mayor y cae en ripios narrativos innegables en sus 111 minutos de metraje. Se hace lenta y predecible en varios segmentos, pero a ratos emociona y deja reflexionando respecto del clásico drama sobre padres e hijos que deben aprender a conocerse, a pesar de las circunstancias hostiles, donde lo más destacado (y menos aprovechado) resultan unas pocas cuadras que se ha convertido en un símbolo del pasado, de ciertas tradiciones que no solo les pertenecen a los blancos, sino que también son parte de la herencia afroamericana.

Por eso el conflicto entre el padre y su hijo no termina de fluir, principalmente por la simpleza del guion, pero también porque el director no acaba de encontrar ni el tono ni el punto de vista adecuado y se salva justamente cuando enfrenta ese drama con el pasado que ellos representan, con esos vaqueros de asfalto que se deben enfrentar a la policía y a un entorno que no siempre lo mira con buenos ojos, partiendo por la inevitable separación racial que sabemos es parte de esa cultura.

No se trata de una gran película o de una pieza maestra, qué duda cabe. Pero tiene elementos dignos de conocer, el drama se pasa volando y nos enfrenta con una leyenda desconocida de amor, fraternidad y cariño de un grupo humano que de verdad existe y que sigue luchando por mantener intactos sus valores, en medio de una sociedad grande y asfixiante.

En síntesis: “Cowboys de Filadelfia” (Concrete Cowboy/Cowboy de asfalto) es un western dramático que debutó en el Festival Internacional de Toronto del año pasado, pero su distribución global se llevó a cabo a través de Netflix. El filme está basado en la novela Ghetto Cowboy, escrita por Greg Neri, la cual vio la luz hace una década. Es una película que busca apelar a la emotividad de la relación entre un padre distante y su hijo, pero añadiendo como contexto la cultura vaquera urbana.

 

FICHA

Cowboys de Filadelfia (Concrete Cowboy). Dirección: Ricky Staub. Elenco: Caleb McLaughlin, Idris Elba, Jharrel Jerome, Byron Bowers, Lorraine Toussaint. Guion: Dan Walser y Ricky Staub. Fotografía: Minka Farthing-Kohl. Score: Kevin Matley. Edición: Luke Ciarrocchi. Diseño de producción: Timothy Stevens. País: Estados Unidos. Duración: 111 minutos.

 

Autor

Víctor Bórquez Núñez
Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación