LA MUERTE DE STALIN

Hilarante retrato de la muerte del dictador comunista Josef Stalin, realizado con absoluto dominio de la sátira descarnada, demuestra que cualquier hecho histórico puede ser desacralizado aun cuando se mantenga una profunda reflexión en torno de ese episodio. El director Armando Iannucci regresa al cine tras un largo período como agitador televisivo y que se vio reconocido plenamente con el filme In the loop, con esta brillante y sarcástica reconstrucción de lo que pudo ser el escenario de la muerte y el funeral de Stalin, dejando a la vista las luchas de poder, las intrigas y el clima de decadencia moral que se respiraba en la antigua Unión Soviética, en marzo de 1953 que, vaya ironía, está plenamente vigente en el convulsionado mundo de hoy.

Conviene recordar que los teóricos sociales -Brzezinski, Friedrich- plantearon que el totalitarismo se caracteriza por ser una ideología monolítica, representado en un partido único, controlado por diversas manifestaciones de terrorismo policíaco y guiado por un dictador que controla desde los medios sociales de comunicación hasta los actos más íntimos de la población, partiendo por las normas morales, la economía y las libertades esenciales. Lo característico de esta forma de Estado, aseguran, se revela en un control total mediante la ideología y el terror.

La Alemania de Adolfo Hitler, la Italia de Benito Mussolini y la Rusia de Josef Stalin son las muestras que entrega la historia, de manera indiscutible.

El régimen comunista de Stalin sentó sus bases al finalizar la Segunda Guerra Mundial, ejerciendo el control absoluto del Politburó en desmedro de la importancia del Presidium. En 1936 fue aprobada una Constitución que exigió el nacimiento del denominado Soviet de la Unión, pretendiendo seguir los designios de una voluntad más colectiva que, sin embargo, se fue radicalizando hasta otorgarle a Stalin los poderes más absolutos, perdiendo lo colectivo del discurso en aras de un sistema rígido, centrado en un poder absolutista y dictatorial.

Valga toda esta explicación para aquilatar a cabalidad la riqueza del trabajo que efectúa el director Armando Iannucci, adaptando una novela gráfica de Fabien Nury y Thierry Robin, sobre los últimos días del dictador comunista y todos los grotescos episodios que ocurrieron buscando obtener la sucesión del poder.

“La muerte de Stalin”, significativamente, se centra en unos pocos (los que ostentan el poder policial, económico, legal y militar) antes que dar voz a la masa (son escasas las escenas de multitudes) y deja de lado contarnos el cómo y por qué Stalin llegó a ser el dictador que fue. El filme, con inteligencia, se inicia con un montaje paralelo que da cuenta de un concierto que debe repetirse para entregar una grabación a Stalin, la serie de muertes y torturas de los disidentes en una noche de purga política y el derrame cerebral que deja al tirano en un charco de orina en su oficina central. Todos los jerarcas que, horas antes han cenado con Stalin, son convocados para enfrentarse con el cadáver y presentados con rótulos que nos dan su nombre y cargo.

Allí convergen Lavrenti Beria (Simon Russell Beale), el implacable perro guardián de Stalin, ejecutor de todas las detenciones y asesinatos en las tristemente célebres listas de acusados; Georgy Malenkov (Jeffrey Tambor), quien por mandato debe ser el subrogante hasta que se designe al sucesor oficial, tan inepto como manipulable; Vyacheslav Molotov (Michael Palin), que oscila entre la vida y la muerte por sus actividades dudosas a la voluntad del dictador y Nikita Khrushchev (Steve Buscemi), que, como se sabe, terminará siendo el nuevo Secretario General y presidente de la Unión.

A partir del encuentro de estos hombres frente al cadáver de Stalin se compone un filme coral de irresistible encanto, de irónico desarrollo, en donde abundan los absurdos y la crítica descarnada. Para muestra el estúpido análisis burocrático de si llamar o no a un médico para constatar la muerte del dictador y la no menos desquiciada secuencia del funeral, incluyendo ese discurso interrumpido del hijo de Stalin que es de una comicidad tan negra como necesaria.

Incluso el director se da el gusto de llevar al límite el absurdo cruzado con las decisiones basadas en el acatamiento jurídico-burocrático en el instante en que estos individuos tratan de comprender por su cuenta qué quiso decir Stalin cuando en un acto postrero señala un cuadro con una pastora dando de beber a un cordero.

Recordando lo que fue el estilo de los Monty Python (incluso en el elenco aparece Michael Palin, ex miembro de aquel grupo) con su humor ácido y deslenguado, este filme constituye un delicado juego de verdad histórica con el más exquisito juego de la imaginación.

Y el director no escatima el horror de una época oscura, dominada por las delaciones, las acusaciones injustificadas y la prepotencia de un régimen que no tenía límites para oprimir a sus adversarios políticos, aun cuando para ello utilice la parodia, el humor negro y el absurdo de este puñado de burócratas que ostentan tanto poder que terminan siendo ellos mismos títeres de un orden establecido mediante mano férrea.

Sus comportamientos entre histéricos e infantiles nos provocan risa, aunque estemos conscientes de cuánto poder y maldad se anida en sus corazones, incluso entre ellos mismos existe tal grado de desconfianza que la escena del bosque, en que cada uno delibera respecto de qué está planeando el otro, es una exquisita demostración de un estado moral predominante en ese período en la ex Unión Soviética.

Para acentuar esto, el director ofrece un trabajo de cámara al hombro soberbio y sus actores -brillantes cada uno en su estilo- obedecen a una elaborada teatralidad que los hace tan ridículos como dignos de nuestra compasión. De este modo, “La muerte de Stalin” está definida por el protagonismo de los pretendientes al poder y la correspondiente marginación del resto de la población, visible apenas cuando llegan en masas a Moscú para despedir al déspota comunista.

“La muerte de Stalin” es una demostración estupenda y necesaria, en un momento en que muchos de sus excesos representan, por desgracia el pan diario de muchas naciones donde los límites entre la cordura y el absurdo de sus líderes ha alcanzado ribetes surrealistas. Esto eleva todavía más la calidad de esta comedia negra indispensable.

FICHA TÉCNICA

La muerte de Stalin

Dirección: Armando Iannucci. Reparto: Steve Buscemi, Olga Kurylenko, Andrea Riseborough, Jason Isaacs, Paddy Considine, Michael Palin, Simon Russell Beale. Título original:   ‘The death of Stalin’. Países:  Francia / Reino Unido. Duración:  106 minutos. Año:  2017. Género:  Comedia. Disponible en la plataforma de Netflix.

 

 

Autor

Víctor Bórquez Núñez
Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación