ALEJANDO LA PARTICIPACIÓN

Me gustan los cuentos, ellos narran las vidas que no tuvimos o incluso aquellas que si tuvimos. Cuenta una historia que en un pueblo lejano transcurría la vida entre árboles que regalaban su sombra y el viento que acariciaba. Pescaban, sembraban, cazaban y cosechaban, así vivían ahí. Un día llegó un nuevo habitante al pueblo, tenía por profesión la de médico, se había cultivado y conocía los secretos de la ciencia de los síntomas, pero también de los remedios.

A su llegada, dudosos los pobladores veían como abría su consultorio, un lugar blanco y limpio desde el que prometía traer salud. Llegó la primera familia a consulta, el abuelo estaba enfermo, tuvo un infarto clamó el galeno, no hay mucho que hacer. El abuelo murió.

La noticia corrió, el abuelo había muerto, y por culpa del médico y su llegada murió ahora de un infarto. Eso no pasaba antes, gritaban los pobladores que se reunían en la plaza, antes se moría uno de viejo, pero nunca de estas cosas de un infarto. Un hombre gritaba sobre el tumulto; es cierto antes nunca de esto pasaba. No queremos morir de infarto.

La violenta turba se dirigió al consultorio, quemaron y destruyeron todo, gritaban mientras destruían que así acabarían con esa peste del infarto. El médico sorprendido veía destruido lo suyo, el horror fue patente, cuando otro de los viejos, el que más golpes asestaba enfurecido, cayó al piso agarrando su pecho. Lo ven, gritaron otros, el médico es el culpable.

Salió corriendo del pueblo el doctor, con la culpa de haber puesto nombre al padecimiento. No recordaron el mérito de los alivios, ni lo que él había salvado, solo había sido castigado por nombrar lo que sabía.

El pueblo siguió viviendo, cuenta uno de los pobladores, pero ya sin infartos, ahora solo nos morimos como acostumbramos, nos apretamos el pecho y nos caemos, así se muere aquí, pero no de esas cosas modernas de los infartos.

El mundo entero debe dignificar la política. No podemos andar quemando lo que nos nombra, adjudicándole erradas consecuencias. Con que facilidad nos dejamos engañar, con el odio también se hace política, con la venganza por igual. La esperanza por el futuro se vende igual que el odio por el pasado, pero cuando no sabemos conducir el enojo negamos todo. Hoy debemos dignificar la política.

En mi país nos estamos doliendo de ello, se está cambiando la disciplina y técnica pensando que ella es la causa de la corrupción, cuando el robo y la maldad no es por el saber o la preparación sino por los valores y la vocación. No se está aprovechando la ciencia, la técnica, la participación ciudadana, la educación. Este malestar no es geográfico, es temporal, rebasa fronteras, son tiempos en que la política ya no es estudiada sino huida, mientras tanto se nos sigue escapando el futuro.

Ojalá cambiemos a tiempo, abramos los ojos y aplaudamos a quien combate la corrupción, pero no a costa de destruir lo bueno que ya había, porque hoy al único que se está alejando de la política es a la población y la participación ciudadana.