Prevalece la discriminación en el siglo XXI

La falta de información ocasiona exclusión hacia las personas con la COVID-19, asegura Juan Carlos Mendoza Pérez, de la FM

El color de piel, las creencias religiosas o políticas, no dominar el idioma principal que se habla en un país determinado, ser hablante de una lengua materna, la condición socioeconómica o física, preferencia sexual, por razones de género o ser extranjero, son motivos de discriminación.

La historia de la humanidad da cuenta de esta situación que, sin embargo, es una problemática que persiste en el siglo XXI. Los actos discriminatorios se presentan cotidianamente en cualquier sitio; incluso en México los integrantes de los pueblos originarios se sienten “extranjeros” en su propio país, en especial si no se pueden comunicar con el resto de la sociedad al no hablar español.

Con el fin de concienciar y sensibilizar a la población mundial sobre la diversidad, la tolerancia y la inclusión, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 1 de marzo como el Día Internacional de la Cero Discriminación, basándose en el Artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, señala que todas las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos.

“Esta conmemoración se inscribe en el principio de igualdad, reconocido desde el siglo XVIII en la declaración de Virginia en los Estados Unidos, y que busca crear conciencia a partir de acciones positivas para que este derecho sea efectivo. La lucha del ser humano ha sido por su reconocimiento, y de ahí que principios como la libertad y la igualdad sean el eje transversal de lo que conocemos como dignidad humana”, afirma Luis Raúl González Pérez, coordinador del Programa Universitario de Derechos Humanos (PUDH) de la UNAM.

La dignidad humana, aclara, está intrínseca por el hecho de ser personas, es algo que nos iguala e identifica como tales y es la que prevalece en el principio de igualdad, por eso nadie puede ser discriminado por motivos de raza, religión, nacionalidad, sexo o forma de vestir. Además, parte de una buena convivencia social pacífica y tranquila son los principios de tolerancia, que es respetar el pensamiento de los demás.

El especialista refiere que este día conmemorativo busca que el mundo tome conciencia de que todavía son muchos los desafíos para alcanzar esa dimensión, porque no basta que la ley diga que todas las personas son iguales frente a ella, sino que las naciones deben generar las condiciones para que sea efectiva. Esos derechos deben ser plenos y extendidos para todos y todas, para que la sociedad sepa sus alcances, y haga un mejor ejercicio y exigibilidad de ellos.

González Pérez indica que de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Discriminación de 2017, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, el 20.2 por ciento de la población de 18 años y más declaró haber sido discriminada en ese año. Los motivos más frecuentes fueron la apariencia (51.3%), las creencias religiosas (32.3%) y el género (29.5%) para las mujeres; en tanto que para los hombres son la apariencia (56.5%), la manera de hablar (27.7%) y la edad (26.9%).

Además, 23 por ciento de esa población afirmó que le fue negado de manera injustificada el ejercicio de algún derecho, esta falta de respeto a los derechos humanos fue percibido por las personas de la comunidad LGBT (66 por ciento), indígenas (65 por ciento), trabajadoras del hogar (62 por ciento), afrodescendientes (56 por ciento), mujeres (48 por ciento) y personas de distintas religiones (45 por ciento).

Para el experto la educación es el eje para la cero discriminación y la difusión de valores, como el respeto, la tolerancia y la libertad de expresión. Por ello, el Programa Universitario de Derechos Humanos de la UNAM lleva a cabo investigación para estar al servicio del país y de la humanidad con un sentido ético y de servicio social.

“Generamos conocimiento alrededor de los derechos humanos, buscamos su difusión al interior y al exterior de la Universidad Nacional a través de foros de discusión con el fin de vincularnos con la sociedad civil, entidades gubernamentales de los tres órdenes de gobierno y con el sector privado. Tenemos una clínica jurídica compuesta por estudiantes de diversas disciplinas, como psicología, trabajo social, derecho y antropología”, enfatiza.

Asegura que en la Universidad se investiga, enseña y difunden valores humanos porque debe ser parte de la identidad de cualquier universitario tener un compromiso social que trascienda más allá de las aulas, pasillos y jardines. Independientemente de la carrera que los jóvenes elijan, es necesario escuchar al otro, no lastimar dignidades y dejar atrás el lenguaje y los simbolismos estigmatizantes.

Discriminación por condición de salud

El Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida (ONUSIDA) elaboró un documento que aborda el estigma y la discriminación en temas de la COVID-19, basado en experiencias y lecciones obtenidas de la pandemia por el VIH, infección que está presente desde hace 30 años y con ella un historial de discriminación.

Establece que cuando se promueve o genera la estigmatización en ciertas infecciones, como el sida o la COVID-19, evita que las personas enfermas lleguen a los servicios de salud para recibir la atención adecuada, ya que existe un prejuicio, que ellas mismas se apropian, en el sentido de que si lo comentan serán señaladas socialmente.

“La COVID-19 es muy semejante a lo que se experimenta con la infección por VIH, ya que ambas tienen una relación directa con las relaciones sociales e interpersonales, y han evidenciado las desigualdades que poblaciones alrededor del mundo presentaban desde hace tiempo y habían sido ignoradas. Las enfermedades no solamente son un tema biológico, sino que tienen una determinación social, por lo que el abordaje de la salud-enfermedad conlleva obligatoriamente a ver el contexto social en el que éste se lleva a cabo”, asegura Juan Carlos Mendoza Pérez, académico de la Facultad de Medicina (FM) de la UNAM.

Añade que una vez que en México se tuvo la presencia del actual coronavirus, el personal de salud fue de los primeros en experimentar la discriminación porque la sociedad pensaba que habían adquirido en automático el virus; luego fueron las personas con la COVID-19 y sus familiares, porque la comunidad los aislaba; después, las personas que se han recuperado de esta infección, porque se creía que seguían transmitiendo la infección.

“Si se conociera el proceso de transmisión del virus, es decir, cómo se replica, el tiempo que dura la infección y cuáles son los cuidados de ésta, se podría ver reducido el impacto de la discriminación en la actual pandemia. La solución para ello es la información, realizar estrategias para fortalecer el tejido social e incrementar la solidaridad para generar empatía entre la sociedad. Además, es importante crear las condiciones de bienestar social para tener una mejor respuesta ante la actual contingencia sanitaria”, opina.

Al enterarse de que tenía la COVID-19, Mendoza Pérez recuerda esa sensación de vulnerabilidad debido a que no se encontraba con su red de apoyo más importante: su familia. Oriundo de Chihuahua, fue asistido por su compañero de departamento quien forma parte de su familia elegida. A pesar de ello, la red de apoyo fue reducida, y se vio afectado por la condición de aislamiento de 15 días.

“Experimenté el estigma que se vive por tener la COVID-19, evité comentarlo en mis redes sociodigitales por temor a señalamientos o críticas, y eso hizo que en términos psicológicos la pasara mal ya que actualmente estos medios son la principal forma de comunicación; te aíslas y te sientes vulnerable, te das cuenta de que el acompañamiento es un elemento muy importante para el manejo de esta infección”, revela.

Cuando acudió a realizarse la prueba de la COVID-19 algo que no olvidará es ese sentimiento de culpabilidad que le provocaron las miradas de las personas que caminaban cerca del lugar donde se encontraba. Estas microagresiones hicieron aún más pesada la espera, sumando a los síntomas de la propia enfermedad.

Expresa que la COVID-19 es una enfermedad de clases, porque dependerá de los elementos que cada quien tenga para pasarla mejor o peor. Algunas personas adultas mayores que adquirieron esta infección tienen acompañamiento familiar y no experimentan señalamientos, sino que se les cuida y protege; pero este ejemplo no siempre se repite, no todas las personas cuentan con la oportunidad de tener quién los procure, la capacidad de pedir comida o comprar alimentos en línea, y es ahí cuando se destapan temas de desigualdad preexistentes.

Juan Carlos Mendoza comenta que esta enfermedad deja secuelas físicas y emocionales, de ahí que es necesario brindar mayor atención psicológica cuando la gente se encuentra en aislamiento por la infección, pues durante 15 días “se sobrecarga de emociones por la falta de interacción con otras personas, lo que tiene gran peso porque somos seres sociales”.

“Una lección que aprendí fue mejorar mis estrategias de ayuda, trabajar con el estigma y para futuras ocasiones, evitar pasar estos momentos sin una red de apoyo. Finalmente, necesitamos mejorar como sociedad para evitar esos mensajes de odio, estigma y discriminación ante cualquier situación y ayudar a quien lo requiera, en la medida de nuestras posibilidades”, concluye. (UNAM)