SERENDIPIA

 

Feliz día de San Valentín… ¿y el amor qué tiene que ver? 

El amor es entre otras cosas, el acto político por excelencia. Funciona como un detonante de coacción, y la razón para la sumisión de al menos, 3.803.439,71[1] mujeres en el mundo actualmente. Darle una connotación negativa parece subversivo para quiénes se benefician en proporciones descomunales, y ofensivo para quienes necias, vemos una afrenta a nuestra existencia. Porque, ¿qué cosa no hacemos por amor a lo largo de nuestra vida? Sea amor al padre, a la familia, a los amigos, a la iglesia, a la patria, al novio, al marido, o al desconocido en quién ponemos expectativas de un cuento bastante bien vendido.

Normalmente asociamos lo político con algo malo. “No me gusta la política” dicen muchas personas, pero lo que realmente quieren decir, es: “no me gusta el partidismo[2]”, o, “no me gusta involucrarme o reconocerme en una relación supra subordinación en la que no me veo beneficiado”. Y, ¿qué otro ente mayor al hombre en el México contemporáneo, sino el Estado? ¿Quién disfruta de verse mermado en su libertad y voluntad? Es por esta razón que uno de los enfoques primarios para estudiar la política, es desde el Estado; más no debe ser el único y desde una perspectiva feminista, es fácil advertirlo.

En cualquier caso, es política siempre toda agrupación que se oriente por referencia al caso ‘decisivo’. Por eso siempre la agrupación humana que marca la pauta y de ahí que, siempre que existe una unidad política, ella sea la decisiva, y sea la ‘soberana’ en el sentido de que siempre, por necesidad conceptual, posea una competencia para decidir en el caso decisivo, aunque se trate de un caso excepcional. (Schmitt, 1998, p. 68)

En un primer momento, el origen del día de San Valentín es conmovedor. Qué el emperador de Roma en aquel entonces haya prohibido que los jóvenes contrajeran matrimonio fue en pro de su sincrónico Leviatán. El qué los varones se desempeñasen de mejor manera en la milicia sin tener vínculos afectivos o algún tipo de obstáculo para no dar su vida (literalmente) por y para el Estado, era algo que no estaba a discusión para el Gótico. Sin embargo, Valentín, un rebelde sacerdote desacató el decreto, y se dedicó a celebrar secretamente matrimonios de personas jóvenes. Su destino no podría ser otro, sino la muerte ordenada por el emperador, el 14 de febrero del año 270.

Carlos II representaba la soberanía de esa unidad política para decidir qué hacer como sociedad. Qué Valentín le haya desafiado fue sin duda un acto político a costa de la obediencia que se le debía al Estado. ¿Desobediencia civil? Sí. ¿Plausible? También. ¿Necesaria? Quizás, depende de qué podamos identificar objetivamente el sujeto receptor del beneficio mayoritario ante el matrimonio.

Después del Estado como ente superior, es “el hombre[3]” quién se hace de una posición de superioridad sobre las mujeres, traducido en diversas formas de vida en la mayoría de las culturas. ¿Por qué habríamos de romantizar evocando ineludiblemente un sentimiento genuino las uniones maritales o sentimentales? Maxime, en esta fecha, qué poco o nada tiene que ver con el amor. No al menos sobreviniendo por parte de ambos contrayentes. Si, por el contrario, desde antaño el matrimonio ha representado una relación de hipotaxis por las categorías sexo-género desde la imposición patriarcal.

En nuestra cultura se dice que el amor es el motor de la vida y el sentido de la existencia. Para las mujeres el amor es definitorio de su identidad de género. Para las mujeres el amor no es sólo una experiencia posible, es la experiencia que nos define. Cuando se pregunta para qué estamos las mujeres en este mundo, más allá de generaciones, la respuesta más frecuente es “para amar”. Las mujeres hemos sido configuradas socialmente para el amor, hemos sido construidas por una cultura que coloca el amor en el centro de nuestra identidad. (Lagarde, 2001, p. 12)

El amor nada tiene que ver con la conmemoración del famoso 14 de febrero, día de San Valentín. Una institución social con tantos “éxitos[4]” como fracasos, como lo es el matrimonio, ha sido la herramienta clave para supeditar a las mujeres desde su creación. Objetivos varios como lo es la procreación con el fin de preservar la especie, el intercambio de bienes materiales, la unión de intereses políticos y/o económicos, así como la colonización entre otros, no encarnan la materialización del amor. Al menos no para la mujer que se moldea como un ser del y para el amor sin la premisa o consecuencia de ser correspondida en sus múltiples manifestaciones.

Referencias bibliográficas:

Lagarde, M. (2001). Claves feministas para la negociación en el amor. Managua, Puntos de Encuentro.

Schmitt, C. (1998). El concepto de lo político. Madrid, Alianza Editorial.

La autora es estudiante de Derecho en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Autónoma de Coahuila

 

 

[1] Banco Mundial, población mujeres, disponible en: https://datos.bancomundial.org/indicator/SP.POP.TOTL.FE.IN?end=2019&most_recent_value_desc=true&start=2019.

[2] En el contexto mexicano ante la falta de diferenciación entre ambos conceptos, sin excluir otras sociedades.

[3] En lugar de persona, para englobar ambos sexos.

[4] Preponderantemente asociados con objetivos o finalidades heteronormadas.