EL MESÓN DE SAN ANTONIO

Tristezas de invierno

La situación es extremadamente delicada, los médicos han salido a dar un parte de novedades, se nota la intensidad de la batalla, “está colapsado su organismo, ¡no hay signos de respuesta!”. Los riñones sin actividad, el corazón, con previos infartos, débil, los pulmones sin respirar. Los procesos médicos siguientes son invasivos y lastimosos, advierten; su cuerpo, inclusive superando este cuadro, no será de la calidad a la que estábamos habituados.

Los comentarios se confunden con los deseos, balbuceamos deteniendo el llanto en vilo, buscamos la mejor entonación pero algo nos pone en espejismo, somos un hueco que se convierte en eco, todos deseamos un milagro. Se ha hecho todo lo humanamente posible, lo científicamente adecuado, sólo quedan los lejanos rezos, las cercanas plegarias. Así fue con mi madre, su cuerpo dio lo máximo, es necesario buscar otras soluciones, sólo la fe. Hay, sin embargo, calma; temíamos esta ardua situación desde hace tiempo, las constantes recaídas al hospital fueron una a una, lesiones que mermaron su ánimo y sus fuerzas. Esto es agobiante. ¿Se prepara uno para estos momentos? Yo pienso que no, aunque afirmemos lo contario como una cortesía para mejorar el ambiente. Duele, cada quien toma su recuerdo y acaricia el sentimiento. Nos tratamos de dar aliento, se nos caen las palabras y la cara se pone con un rictus de aflicción. Soñamos como cuando pensábamos que éramos un rey y una reina, cuando todo el futuro se tenía por delante y las abejas sin cesar trabajaban la miel.

Pichis tiene ese don de saber hacer amigas por las buenas, sin rivalidades. Su peculiar forma de apoyar tiene fanáticos que llegan hasta el embeleso. Firme es su forma de actuar, se pone retos innecesarios, da la ayuda y luego desentraña. Además, todo lo ofrece con tal lealtad que en ocasiones llega al abuso de los otros, propio de quien tiene mezquindades. Sus gustos barrocos cargan sus acciones de explosividad. Es una melómana consumada. Era un arquetipo de energía que iluminaba todo…

Falleció el 1 de enero de este nuevo año. Se fue al cielo, estoy seguro.

La noticia cayó triste sobre mi endeble estado de ánimo. Incomprensibles designios de Dios que, a los pocos días, mi hermana Coco la siguió en su camino.

Qué bueno que me tocó vivir la vida compartiendo la de ellas. El regalo siempre fue su compañía, ahora lo entiendo.

Las últimas noches las he dedicado a reflexionar, a recordar, a extrañar. ¿Qué es eso que nos define, que nos hace, que nos distingue?

“Gustan los que tienen fe, porque tienen una mirada cálida y profunda.

Los que tienen esperanza, porque siempre traen sonrisas en el pelo y en la piel.

Los que tienen caridad, porque sus manos siempre están llenas de obsequios, son una festividad andando.

Me gustan los que ponen el rostro a la brisa para sentir el vigor de la vida.

Me gustan los que se ilusionan, pues ellos crean puentes en los vacíos interminables de las congojas.

Me gusta el hombre feliz, porque da armonía al mundo”.

Los apuntes se amontonan indescifrables en la libreta que me espera en el buró. Sólo yo soy capaz de leerlos porque las letras parecen jeroglíficos egipcios. Y sonrío.

“Anoche descubrí que para orientarme tengo el Norte, está en mi cabeza.

El Sur en los pies.

El Este en la mano derecha.

El Oeste en la izquierda.

Pero hay un afuera, un adentro y el centro, donde ahora estoy.

Estoy aquí con los pies en el viento

Como pájaro silbando

Como alba mañanera

Como crepúsculo en el ojo

Como noche alta con una luna distinta”.

 

Descansen en paz los muertos, y encuentren consuelo los vivos.

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo