SERENDIPIA

Democracia narcisista y el miedo a ver su reflejo 

Reitero la importancia de los conceptos que se tengan, porque el significado que le damos a lo que nos rodea determina en gran medida nuestra postura como seres políticos. En este caso, ya sea como espectador por conformar un país ajeno a la relación Estados Unidos de América con Latinoamérica, o bien porque se vive en esta última, es que no resulta extraño, sino familiar un suceso como el del pasado 06 de enero del 2021. La toma del Capitolio de la aún primera potencia mundial representa su propio debilitamiento.

Cada país, como entidad sujeta al derecho es un estado. Es decir, no solamente las personas somos sujetos o sujetas de derecho. En este sentido, cada estado necesita de una herramienta que le permita reconocerse, validarse, actuar y desarrollarse en tanto su personalidad y capacidad jurídica: el gobierno. El prototipo de gobierno por excelencia es, el democrático, y por supuesto, su modelo estándar, el capitalista occidental.

Es por lo que, la toma del Capitolio es para diversas figuras, un ataque a la democracia. Desde el presidente de Francia Emmanuel Macron, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, el presidente opositor interino de Venezuela, y por supuesto, el próximo presidente electo de los Estados Unidos de América, Joe Biden.

Por su parte, el actual presidente de México, Andrés Manuel tuvo al día siguiente inmediato de los hechos, una actitud esquiva. Evitando responder a los cuestionamientos sobre lo sucedido el día anterior, pero sí comentando datos aledaños. Como no estar de acuerdo con que la cuenta de Twitter del presidente Trump haya sido bloqueada; qué mantiene una buena relación con la administraciones saliente y venidera; qué no irá a la toma de protesta de su futuro homólogo, Joe Biden.

Al día siguiente, celebró que Trump tuviera a bien emitir un mensaje en el que garantizara que la transición del poder sería de manera pacífica. Aunado a esto, y cómo ya se ha visto en repetidas ocasiones, Trump agradeció la colaboración y amistad de Andrés Manuel durante su discurso en la frontera sur de Texas, hace apenas unos días. Es en este tipo de ocasiones en las que cabe destacar que, rehusarse a tener una postura sólida y consolidada, apostándole a la neutralidad, pero coqueteándole a un bando específico, también es tener una postura.

No se pone en tela de juicio que EE. UU. sea un factor real de poder, a nivel global. Por el contrario, se reconoce y reprocha un largo historial que acompaña a su posición como potencia; específicamente, en Latinoamérica y el Caribe. Es ahí dónde puede encontrar su némesis como reflejo por lo ocurrido con anterioridad. Ya sea en Venezuela con Rómulo Gallegos y Hugo Chávez, Guatemala con Jacobo Árbenz, Chile con Salvador Allende, o Argentina con María Martínez de Perón, entre otros tantos ejemplos de golpes de estado.

De hecho, hay que considerar el que se les llame golpes de estado, y no propiamente golpes de gobierno, resulta un tema interesante. Esto, porque pareciera que se sobrepone o sobreestima el aspecto subjetivo de la ficción jurídica que implica el estado. Pues es precisamente el aspecto objetivo del estado, su gobierno democrático en este caso, lo que en realidad se atenta, y en última instancia, lo que se vulnera o se propugna lastimado. Es precisamente lo que vienen a confirmar las declaraciones de los políticos y políticas respecto a la toma del Capitolio, y a sucesos de esta índole.

No reduzco el fracaso o las grietas de la democracia estadounidense a la toma del Capitolio. Netamente tiene qué ver con el cómo se le concibe, y es que, si pretendemos sostener a la iconoclasia como ataque a la democracia, bastante lejos estamos de comprender cómo garantizarla.

Las declaraciones de diversos integrantes del partido demócrata estadounidense denotan que reducen la democracia a un recinto. Esta idea no debería perpetuarse. También prolonga el tema ya discutido de la libertad de expresión, pero con un especial enfoque: que, monopolizadores de los medios de comunicación coarten la libertad de la palabra del principal actor presidencial, ante lo que Biden califica en lugar de una disidencia, como una sedición.

La autora es estudiante de Derecho en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Autónoma de Coahuila