CIELO DE MEDIANOCHE

Una vez más el cine del actor y director George Clooney saca ronchas. Ni la crítica ni los espectadores logran ponerse de acuerdo para calificar su último trabajo fílmico, Los comentarios que ha recibido su séptimo filme para corroborar el hecho que no hubo unanimidad para admirar los méritos o subrayar las deficiencias del séptimo largometraje que este popular actor ha dirigido.

¿Por qué sucedió esto?

Clooney adaptó la novela de Lily Brooks-Dalton (2016) y dejó patente lo que muchos de sus críticos más acérrimos le enrostran: que carece de la suficiente sutileza y que no todo lo que se muestra está adecuadamente justificado desde el punto de vista dramático. En otras palabras, en las siete películas que ha dirigido George Clooney, se evidencia su manejo de la gramática cinematográfica, aunque no consigue darle emoción a todo el conjunto.

Este actor ha combinado su participación en películas como Ocean’s Eleven, Solaris (Steven Soderbergh, 2001, 2002), Michael Clayton (Tony Gilroy, 2007) o Gravity (Alfonso Cuarón, 2013), mientras desarrolló su labor como cineasta dirigiendo siete filmes, incluyendo éste donde se reserva también el rol protagónico.

El gran defecto de su cine es que Clooney suele hacer películas frías, cerebrales, carentes de emoción que atenta contra el conjunto de su obra: desde la entretenida Confesiones de una mente peligrosa (2002), pasando por la muy interesante pero sobrevalorada Buenas noches, y buena suerte (2005), dejando en el camino películas como Ella es el partido (2008), la muy inquietante Los idus de marzo (2011), la desangelada The Monuments Men (2014), hasta la fallida Suburbicon (2017). Con estos antecedentes, Cielo de medianoche no hace sino reiterar sus limitaciones habituales porque gran parte de este filme nos deja fríos al no existir un compromiso emocional con los personajes y los acontecimientos que estos viven.

Pero, para ser justos, Cielo de medianoche no resulta un producto mediocre ni tedioso como algunos aseguraron, demasiado apresuradamente. Es un filme que se sostiene, no cansa y la exquisita banda sonora de Alexandre Desplat (El curioso caso de Benjamin Button), contribuye y de manera notable a mejorar el todo.

Hacia el tramo final, la película emerge y levanta vuelo, logrando incluso crear una especie de fascinación, de tensa incomodidad y de gran emotividad que debió ser la tónica, pero por lo menos se alcanza en el cierre para dejar en alto el recuerdo del espectador.

Se trata de un filme de ciencia ficción donde el planeta sufre de una extraña catástrofe, y los sobrevivientes buscan refugio bajo tierra o huyen hacia otros lugares habitables. George Clooney, quien interpreta a Augustine Lofthouse es un astrónomo reconocido que toma la decisión de quedarse a observar las condiciones del planeta en la base en el Ártico. La razón de su decisión es clave para entender mucho de la película.

En ese paraje inhóspito descubre a una niña pequeña que fue abandonada en la base. La comunicación con ella se ve dificultada, ya que la niña a penas logra decir su nombre. El científico y la pequeña emprenden viaje a otra base con mejor capacidad, y es ahí donde establece contacto con una estación espacial ubicada en una de las lunas de Júpiter y comandada por Sully, interpretada por Felicity Jones. Ella le pide desesperadamente ayuda para regresar al planeta.

En resumidas cuentas, se trata de una elegía meditativa, demasiado lenta para algunos espectadores, fascinante a ratos y demasiado cerebral, que puede tener un impacto muy profundo, sobre todo en quienes buscan reflexionar respecto del destino de la Humanidad. Puede resultar un tanto pedante la solemnidad del filme, con algunos tramos de fascinante provocación visual, mientras que en otros ratos decae su ritmo y todo resulta demasiado estructurado y alejado de manera evidente de los deseos de los espectadores habituados a los efectos visuales.

Con sus pro y contra, merece ser vista, porque sobrepasa la media habitual de los filmes de este género y si bien no se trata de una obra maestra ni alcanza la lucidez y capacidad de abstracción del cine de Andréi Tarkovski, es una experiencia que, una vez iniciada, logra cautivar.

 

Autor

Víctor Bórquez Núñez
Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación