EL MESÓN DE SAN ANTONIO

¿En dónde nació Jesús? En un pesebre

La forma más didáctica de explicar el nacimiento de Jesús o Cristo es a través de la representación de este pasaje bíblico en el pesebre. En este ideario cada familia católica contempla la esencia del amor personificada por la Sagrada Familia: María y José junto al Niño Dios en un establo, acompañados por el calor de unos animales y varios pastores.

Lo más sensato era ambientarlo a las características y elementos que se dan en el Medio Oriente, pero aquí entraba la imaginación, la destreza, el humor, la tradición y el presupuesto de quien montaba el escenario en esta fecha. En la casa familiar era una actividad que siempre la realizó mi padre, mesura y buen gusto daban un toque agradable y enfático, operaba como sinfonía su hechura, imaginaba en un palmo de terreno montañas, cascadas, arboledas, ríos, desiertos que en conjunto alegraban el famoso nacimiento.

“La leyenda del nacimiento de Jesús cuenta que nació en invierno, en un pesebre, entre animales que le ofrecían calor, adorado por tres reyes de Oriente que le llevaron de regalo oro, incienso y mirra”.

Con esta fantasía, el nacimiento, debería tener escarcha, porque si era invierno hacía frío y si hacía frío caía nieve, los árboles, aunque fueran cedros, tenían una gélida mirada, no importaba que estuvieran los desiertos o las cascadas. El lugar preciso del nacimiento de Jesús creaba confusión. Los propios evangelistas estaban divididos en su opinión. Mateo dice: “Cuando nació Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes”. Y Lucas escribe: “Cuando José y María estaban en Belén, ella dio a luz a su hijo primogénito”. En cambio, los otros dos evangelistas, Marcos y Juan, sostienen que Jesús nació en Nazaret, que para efectos prácticos era Medio Oriente.

El mero día 24 de diciembre mi padre se dedicaba a elaborar el nacimiento, después del desayuno se pedía traer las cajas donde estaban las figuras protegidas. Se hacía un recuento del estado y la condición, pues lo frecuente era que algunas roturas se asimilaran como parte de la renovación de piezas. Venían tres burros de los cuales uno traía una pata mocha, las orejas completas pero desprendidas, los ángeles con las alas rotas. Con mejor cuidado estaban los peregrinos Jesús, José y María; cambiar un burro como quiera, pero no así el misterio que imponía una ceremonia especial, ya que tenían un lazo de mayor jerarquía y se convertían en compadres a los que llevaban a acostar al Niño.

Se hacía la lista de qué se compraría: lazo, clavos, pingüica, cedro, cinta, cartones, copal, pescaditos de cera, papel aluminio, estrellitas, series de luces y un pesebre. Al filo del mediodía mi padre se regresaba del mercado, como todo buen torero vestido para la ocasión, con un estorbarte multifacético dispuesto a pasar el martillo como quien pasa los bártulos a un cirujano. Faltó la anilina para pintar el papel, y como no había teléfono, cada faltante era una carrera y vuelta hasta conseguirla. “¡Ahhh! Faltó una extensión, ve de nuevo a la ferretera”. A cada regreso se veía progreso en la creación, yo lamentaba que en cada vuelta me perdía las historias que mi padre platicaba del propio nacimiento.

Al filo de las cuatro de la tarde, todo había tomado sentido, ahí estaban los reyes magos dispuestos a ofrecer sus obsequios al recién nacido, los ángeles parecían entonar una sinfonía suave apropiada al nacimiento, los ríos tenían aguas cantarinas, el desierto tenía arena de verdad, lo verde era verde y lo azul brillaba con estrellas y firmamentos.

Había un cerco hecho de ramas de pingüica, cedro y romero, creado ex profeso para que se resguardase la bella estampa.

El nacimiento estaba dispuesto para cumplir su protagonismo, mismo que se daba al término del arrullo del Niño, y entonces los compadres cargaban al Niño para que nos acercáramos y uno canjeaba besos por dulces.

El Niño Dios era depositado en el pesebre y ahí se quedaba hasta el 2 de febrero, Día de la Candelaria, y volvíamos a recibir dulces en la Levantada antes de meterlo con cuidado a su caja para volverlo a ver hasta la siguiente navidad.

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo