EL MESÓN DE SAN ANTONIO

¿A qué huele?

¿Con cuál aroma se acuerda de su infancia, estimado lector? Leche caliente cuando niños, sudor en la adolescencia, hormonas en la juventud, perfume en la adultez, hasta llegar a ese olor a viejo, tan peculiar, tan imposible de quitar.

¿A qué olía la casa de su infancia?

Los que hemos cambiado de residencia conservamos recuerdos de algo que penetró hasta nuestro subconsciente y que brota como un manantial de colores, sabores, texturas, sentimientos y un montón de aromas.

Usted lo sabe bien, existen sensaciones que tenemos impregnadas nuestra vida.  Se distingue el olor de un bebe recién nacido, de un púber en su plenitud, de hombres y mujeres de edad madura que vanidosamente se untan y propagan perfumes de atracción o con los cuales se les identifica. Espacios, tiempos, personas, cosas y animales se caracterizan por un olor.

A mí me encanta el aroma de las flores, de hecho me gustan las flores por eso y por su colorido. Pero algunas ya tienen una connotación distinta, cultural digamos, por ejemplo: los nardos me gustan, pero las relaciono con los muertos, al igual que el colorido del cempasúchil.

Mi cena invariablemente huele a huevo con chorizo, tortillas de maíz y un suculento té de limón o de azahares. El desayuno tiene un olor a omelette con algo y café con leche. Y cuando hacen puchero (caldo de res) lo saben todos a la redonda.

La limpieza siempre huele rico: las sábanas recién lavadas, la pijama suavecita. En casa los martes olían un poco a lavanda y frescura.

La iglesia huele a incienso, los sacerdotes a penitencia. En mi pueblo, el señor cura olía a colonia, los jóvenes huelen a juventud y el Vic VapoRub a enfermo.

Los mercados tienen poli-olores: comida, fruta, carne, granos, quesos, nopales, pescado, chorizo, carnitas, sangre, caldo, tortillas. Se puede ir por la calle e identificar el olor a camote con miel o a elotes cocidos.

¿A qué olerían personajes importantes de la historia? Atila, el gran guerrero, imagino que olía horrible entre tanta sangre de sus enemigos. Miguel Hidalgo supongo que tenía olor de iglesia y Pancho Villa seguro a malteada de fresa que tanto le gustaba.

A mediados del siglo pasado y gracias a la publicidad, fueron tomando claridad conceptos que hilan un producto a una sensación, a fin de hacer un click con el consumidor.

“El nuevo cepillo Colgate vale pro tres: limpia dientes, pule mejor, dura más”. El café –que es otro de los aromas favoritos- lo hace a uno madrugador y activo, “me despierta”, dicen unos, “me desapendeja” dicen otros. Los desodorantes huelen a valentía, los perfumes a éxito, el shampoo a solvencia económica.

Si relacionamos oficios y olores, un mecánico huele a aceite y grasa, un albañil a mezcla y ladrillos, los peluqueros a lavanda o a vil alcohol, los militares a cuartel, las monjas a rompope, y un burócrata, no importa el nivel, huele a oficina.

El diablo huele azufre, Cristo a vino, los ángeles a pureza, la virgen a flores y todos los santos a vela y cera.

En el campo según la producción es el olor: los hortelanos que producen limones, los que cosechan manzanas o guayabas o membrillos o fresas.

Nuestras costumbres se van significando por los aromas; el olor es un eje que manifiesta conductas. Hay algo que caracteriza los olores de los Vázquez, de los García, de los Pérez, los Ibargüengoitia, y sí, hay apellidos que emanan alcurnia. Quizá el acoplamiento más íntimo entre las parejas está en la recepción y acostumbramiento de los olores.

En uno de sus cuentos peregrinos “El avión de la bella durmiente”, Gabriel García Márquez escribe “El clima de su respiración era el mismo de la voz, y su piel exhalaba un hálito tenue que sólo podía ser el olor propio de la belleza”.

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo