AVISO DE CURVA

 

Primer tercio de AMLO, balance democrático (II)

 Si tuviéramos que sintetizar las dificultades que ha enfrentado el presidente Andrés Manuel López Obrador para superar los déficit de democracia que, a decir de los simpatizantes de la Cuarta Transformación, dejaron en el país los denominados regímenes neoliberales, podríamos señalar dos aparentes contradicciones.

Por una parte, la incuestionable legitimidad y popularidad de la que goza el Presidente contrasta con esa sensación de que la democracia “posautoritaria” no será plena o estará consolidada si AMLO cancela en forma definitiva el diálogo político con las fuerzas opositoras y con los gobernadores emanados de partidos distintos a Morena y sus aliados.

Decíamos en la pasada colaboración que los integrantes de la denominada Alianza Federalista sencillamente no han encontrado la forma de entablar un diálogo republicano y constructivo con el Presidente. Optaron, en consecuencia, por salir de la CONAGO, para después crear un foro de acuerdo y coordinación, independiente del Gobierno de la República.

Lo mismo sucede con los partidos de oposición, los cuales, en la generalidad de los procesos legislativos en donde se aprobaron las reformas e iniciativas enviadas por el Ejecutivo a las distintas Cámaras, su presencia ha sido deliberadamente ignorada y ensombrecida por la mayoría oficial.

Sin entrar en la polémica discusión respecto a la calidad moral de las fuerzas opositoras, o sobre el derecho de las mayorías para imponerse, existía la esperanza de que los rigores de la intolerancia de los que fueron víctimas muchos de los que hoy gobiernan, incluyendo al actual presidente de la República, fuera motivo suficiente para no repetir las distorsiones democráticas del pasado y relajar el uso desmedido del poder.

Porque si bien las elecciones de 2018 mostraron el hartazgo ciudadano frente a los excesos del antiguo régimen bipartidista, y, al mismo tiempo, cristalizaron un proyecto transformador con enfoque de izquierda, la forma de hacer política del nuevo Gobierno, imponiendo su mayoría, rehuyendo al diálogo y debilitando a la oposición, estarían indicando que las condiciones efectivas para consolidar un Estado plenamente democrático y prospero podrían estar en riesgo.

En segundo lugar, se entiende y se valora que el movimiento que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador se encuentre comprometido con los cambios profundos en el país. Sin embargo, para hablar de una autentica democracia recuperada, habrá que hacer hincapié en la economía. Porque en efecto, el déficit en la desigualdad, pobreza y marginación generados por los denominados gobiernos neoliberales, fueron los que desencadenaron, en gran parte, el maremoto de votos a favor de Morena en 2018.

Hoy por hoy, la renovada política económica se centra en la cobertura y profundidad de los programas sociales. Loables y efectivos apoyos para los adultos mayores, jóvenes, personas con discapacidad, trabajadores agrícolas, entre otros grupos de población vulnerable.

No obstante, dicho de la mejor manera, resulta un tanto paradójico que la nueva democracia esquive la obligación de generar crecimiento económico, desarrollo productivo y empleos formales, siendo ésta la triada estratégica más eficaz por medio de la cual los regímenes democráticos han impulsado el mejoramiento definitivo de las condiciones de vida de la población de escasos recursos.

Las crisis económicas profundas y prolongadas siempre terminarán desviando las trayectorias de los procesos de transición hacia la democracia. Así que, la ausencia de un crecimiento económico suficiente y sostenido, podría instaurar dudas fundadas sobre la utilidad práctica del nuevo régimen.

A juzgar por lo sucedido en el primer tercio del nuevo Gobierno, su amplia legitimidad y vocación democrática, contrasta con los problemas de eficacia para asumir, entre otras tareas, las de impulsar el desarrollo productivo y la creación de empleos formales y bien remunerados en México.

Quiero insistir en que el impulso transformador de AMLO, junto a su probada preocupación a favor de los que menos tienen, es una buena oportunidad para dar un salto cualitativo en el fortalecimiento de la democracia. No obstante, como ya lo he mencionado en otras ocasiones, la democracia no se agota con las mayorías parlamentarias y en los rankings de popularidad.

La democracia debe asegurar su eficacia en la construcción de acuerdos por medio del diálogo político y el establecimiento de las condiciones para garantizar el crecimiento y la creación de empleos. En esta tarea, una fuerza política democrática y progresista tiene, necesariamente, que encontrar un denominador común que garantice la edificación de consensos con el resto de las fuerzas políticas, por un lado, y estar dispuestos a realizar los ajustes que se deben efectuar para regresar al país a la órbita del desarrollo económico, por el otro. Sin ambos componentes, no habrá transformación.

 

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