EL PANTANO

La inundación de Tabasco está por convertirse en el pantano político de López Obrador.

El, –y nadie más– es el responsable directo del mal manejo de la presa Peñitas y de que la población  más pobre del estado esté bajo el agua.

Para variar, ha dado explicaciones retorciendo la verdad. La decisión de inundar las zona chontal no fue producto de una valoración  pensada y responsable, sino de un error cometido por él y sus funcionarios.

Es más, fue resultado de un menosprecio indignante  hacia los más pobres. Tan es así, que él mismo ordenó dirigir las aguas hacia las comunidades más vulnerables, sin antes desalojar a la población.

Ahí, hay un delito que perseguir. López obrador debe ser juzgado por atentar contra la vida y el patrimonio de miles de familias indígenas a quienes de manera premeditada se decidió convertir en víctimas de una arbitrariedad.

El 18 de octubre, de gira por Chiapas, presentó en la presa Peñitas, el nuevo modelo de manejo de hidroeléctricas. Ahí, erguido como un Saturno sobre las aguas, dijo que nunca más se inundaría la planicie. Era la palabra de Dios sobre la tierra.

Menos de un mes después ,Tabasco enfrentaba una de las peores inundaciones de su historia. Para variar, López Obrador maniobró para echar la culpa a otros y encubrir a los verdaderos culpables.

El ex gobernador de Tabasco, Manuel Andrade denunció en un video, la cadena de errores: “A pesar de que el protocolo científico y el manual de procedimientos de la presa establece que en caso de que el nivel del agua llegue hasta el tope se debe desfogar inmediatamente no lo hicieron”.

“La responsabilidad aunque lo nieguen y lo quieran disfrazar es del presidente Andrés Manuel López Obrador, de la CFE y de todos los funcionarios que por miedo, cobardía o incompetencia no tuvieron los tamaños para decirle al presidente que  su orden  iba a inundar Tabasco”.

Lo inundaron, los mismos a quienes exige 90 por ciento de obediencia ciega y solo un 10 por ciento de experiencia.

Quien paga hoy las consecuencias políticas directas es el gobernador Adán Augusto López Hernández, a quien, por cierto,  AMLO ya dejó en el abandono.

El presidente prefirió salir a proteger por enésima vez a su socio colaborador cómplice: Manuel Bartlett. El director de la CFE, consciente de la protección e impunidad de la que hoy goza, salió a decir con sus característico cinismo que le daba risa la demanda que iba a interponer el gobernador en su contra por los daños causados al estado.

Tabasco, la tierra del presidente, ha sido convertida por él mismo en un infierno. Miles de damnificados, entre llantos y gritos de auxilio, preguntan sumergidos en el agua:  ¿por qué los odia López Obrador? ¿Por qué tiene tanto rencor a los mexicanos?

Los tabasqueños son hoy victimas directas de su paisano el presidente. De su autoritarismo, soberbia y centralización del poder. Son los primeros en pagar las consecuencias de la desaparición del Fondo de Desastres Naturales y del robo que ordeno el propio López Obrador para quedarse con los recursos del fideicomiso.

Niños, jóvenes y mujeres de las zonas más afectadas no tienen agua, comida, ni casa donde vivir. Y mientras los más pobres se ahogan, AMLO les dice desde un helicóptero que los mandó inundar para salvar Villahermosa y tal vez también la refinería Dos Bocas, el “orgullo de su corrupción”.

Las frases con las que apuntaló su leyenda de honrado y justiciero social comienzan a derrumbarse. Los tabasqueños se sienten hoy olvidados y traicionados por quien les prometió sacarlos de la pobreza, por quien en lugar de ayuda, les mandó millones de metros cúbicos de agua para que se asfixien.

Tabasco se ha convertido en el pantano del sexenio y sus paisanos no tardarán en levantar un tribunal para enjuiciar a López Obrador, con las mismas armas que él utiliza para destruir a sus adversarios en cada “mañanera”.