LOS CLÁSICOS NO DEBERÍAN TOCARSE

“REBECCA”: débil nueva versión del inmortal filme de Alfred Hitchcock

Recién estrenada en Netflix, todo lo que relucía en el clásico de 1940, que en ese año ganó el Óscar de la Academia a la mejor película, se pierde en este remake que no alcanza ni siquiera a atisbar el clima opresivo y gótico plasmado por el maestro del suspense, cuando adapta la novela escrita por Daphne du Maurier. 80 años después esta cinta protagonizada por Lily James hace agua por los cuatro costados, se torna anacrónica y carente de sello propio, constatando una vez más esa gran verdad: los clásicos del cine no debieran tener nuevas versiones

La historia es exactamente la misma que en 1940: una joven, dama de compañía de una insoportable estadounidense, conoce a un duque multimillonario que trata de sobrellevar su reciente viudez. El verano, los encuentros y la espontaneidad de la chica se confabulan para que se enamoren y se casen. Hasta ahí el cuento de hadas.

El cuento de terror comienza cuando la chica recién casada llega a Manderley, la impresionante mansión de su esposo, que administra una siniestra ama de llaves que se empeña por mantener vivo el recuerdo de la difunda mujer, haciendo la vida imposible a esta chica de escasos recursos que, ante el asombro de todos, se ha convertido en condesa y la nueva señora de Winter.

Este filme dramático, de dos horas de duración es dirigido por Ben Wheatley, en cuyo elenco aparecen Armie Hammer y Kristin Scott Thomas, como la maléfica ama de llaves, en ningún momento alcanza siquiera a rozar la genialidad del maestro inglés Alfred Hitchcock quien, ochenta años antes, realizó una de sus piezas más intensas respecto del suspenso, del agobio y el espíritu gótico de cómo una muerta, Rebecca, es capaz de dominar un relato y modificar el sentido de unas existencias.

Esta nueva versión realmente languidece en comparación con el clásico de 1940 y, aun cuando el espectador desconozca la versión original, el filme se resiente precisamente porque resulta anticuado en su estilo, en sus diálogos y en la caracterización de los personajes que, cada uno de ellos, aparecen como estereotipos, de una sola línea, sin mayor estudio de sus comportamientos, salvo quizás en el rol de la ama de llaves que sigue siendo (y sobre todo con el dedicado trabajo de Kristin Scott Thomas) uno de los más interesantes y perversos.

El filme en general es bonito, en el peor sentido de la palabra, con escenarios de ensueño en la Costa Azul, al inicio, muy de paquete turístico y mucha sombra y brumas en el tramo final, como si solo eso bastara para crear un ambiente gótico, tenebroso e inasible que sí tenía el filme de Hitchcock. Si bien tiene un look agradable, escenas muy lindas y cuidado en el vestuario, carece de toda inspiración y no aporta con ninguna arista novedosa, aun cuando el relato en que se basa está lleno de posibilidades para una mirada mucho más contemporánea.

FALTA DE IDENTIDAD

El grave problema de ‘Rebecca’ es que no encuentra su identidad: tiene eficiencia técnica pero no aporta nada nuevo al brillante clásico que pretende emular, no es un filme irrespetuoso -como sí lo fue la inútil nueva versión que alguna vez perpetró Gus Van Sant con “Psicosis”- pero uno igual se pregunta por qué se hizo, con qué objetivo.

Y esto de los remakes es una de las más fuertes tentaciones que siente la industria hace nuevas versiones de películas que ya marcaron sello en su época, donde resaltan como ejemplo “El Gran Gatsby” que se rehízo sin necesidad, en una suerte de alocada y grandilocuente escenificación de Baz Luhrmann, en contraste de la exquisitez de 1974 cuando Jack Clayton realizó su intenso drama acerca de la novela de Francis Scott Fitzgerald.

Las razones para hacer nuevas versiones son múltiples, desde homenajes sinceros a meros pretextos para apoderarse de la fama alcanzada y vender entradas para las nuevas generaciones. En el caso de ‘Rebecca’ nunca queda claro que pretendió el director al reflotar esta película, sobre todo considerando que los cinéfilos y el público en su gran mayoría sabe que existe la famosa cinta de 1940, elogiada, venerada y pieza de colección a estas alturas, aun cuando pueda no estar entre las más logradas del maestro inglés.

Tratando de ser indulgentes, lo mejor de “Rebecca” sucede en sus primeros minutos, sobre todo cuando se encuentran los protagonistas, se suceden los encuentros entre ellos y se enfatiza muy bien en la diferencia abismante que existe entre ambos: ella es una humilde dama de compañía que sueña con conocer el mundo y que debe soportar a una odiosa patrona y él es un duque deseado por todas las mujeres porque es viudo, atractivo y posee una fortuna descomunal que intenta olvidar un misterioso pasado con su ex mujer, convertida en un doloroso recuerdo.

El romance es evidente, surge como todos suponen que debe aparecer y hasta allí todo bien, nada nuevo, pero muy bien fotografiado y con ciertas cuotas de humor. Lo más desafortunado es que, pasados esos minutos iniciales de comedia romántica, el director cambia el tono y despliega un melodrama romántico y con cierta tendencia a lo gótico, que no sabe controlar, sobre todo si se considera que los tiempos, las costumbres y los comportamientos de hoy difieren con mucho de hace 80 años y eso se evidencia en el filme: diálogos encorsetados, actuaciones unidimensionales y una puesta en escena que no alcanza a ser inspirada ni menos creativa en comparación con el original.

Así, “Rebecca” despliega sus mayores esfuerzos en agradar visualmente, con una fotografía que se dedica a mostrar prados, acantilados, senderos y bosques con agrado, pero ello no constituye motivo suficiente para alcanzar nerviosismo, suspenso de alto nivel ni menos, estatura de gran cine.

La actriz protagónica tampoco es una buena razón para ver el filme por cuanto Lily James se muestra siempre igual, como una chica asustadiza e insegura, sin alcanzar transmitir la manera en que la sombra de la difunta Rebecca la va transformando.

Lo mismo sucede con Hammer: su conde no aparece delineado con sutileza y su conducta solo es una oscilación entre la furia y la calma, perdido en un guion que tampoco lo favorece, ni siquiera cuando sale a la luz la verdad de sus sufrimientos.

En resumidas cuentas, lo más aconsejable es buscar la película original y disfrutar de la trama, el estilo y el suspenso efectivo que solo Alfred Hitchcock supo dominar. Porque el director Wheatley, pese a ser especialista en thrillers macabros, como Kill List y High-Rise, se pierde con el material que le ofrecía la historia básica de Du Maurier y su película termina siendo una obra sin identidad propia, que a ratos brilla por sus decorados y paisajes, otras veces se torna como aburrida en sus vueltas y soluciones y casi siempre es un filme errático que no sabe lo que quiere lograr.

 

Autor

Víctor Bórquez Núñez
Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación