PERDÓNAME… CHAPO

 

El cinismo y la amoralidad política se ha apoderado de las “Mañaneras”. Dos días después de que se cumpliera un año de la liberación de Ovidio Guzmán, López Obrador volvía a dejar en claro —ante los ojos del mundo— que su relación con los integrantes del cártel de Sinaloa, es de afecto y gratitud.

En esta ocasión, el mismo presidente de México, no solo ofreció una sentida disculpa al narcotraficante que está condenado a cadena perpetua en Estados Unidos por llamarlo “Chapo”, sino que lo exoneró.

“Se llegó a decir que el Chapo estaba entre, no me gusta decirle así; Guzmán Loera ofrezco disculpa, estaba entre los hombres más ricos del mundo. Yo dije en su momento que no. Hablando en términos de béisbol, cuando mucho jugaba en AAA, pero no en grandes ligas”.

Esta declaración se suma a hechos y expresiones que muestran y demuestran una relación añeja. Difícil olvidar el saludo cordial, atento, servicial a la señora María Consuelo Loera, madre del el Chapo. Imposible ignorar aquel lamento de López Obrador cuando condenaron al narcotraficante a cadena perpetua.

“Una cadena de… está en la cárcel de por vida —dijo un compungido AMLO— conmueve”.

México está ante el primer caso de un presidente que trata de decirnos de todas las formas posibles que es amigo de uno de los criminales más poderosos y sanguinarios del mundo y… nos negamos a creerle.

Por cierto y es pregunta: ¿Sabrá algo de esta vieja, evidente y estrecha relación el ex Secretario de la Defensa, el General Salvador Cienfuegos, detenido en Estados Unidos por cargos que hasta hoy no le han podido demostrar?

Difícil que no la conociera. Un funcionario de tan alto rango, encargado de la seguridad nacional, debe guardar información, audios, videos, que dan cuenta de una biografía que de ser publicada, tendría el efecto de una bomba de neutrones sobre los 30 millones de mexicanos que votaron por el Mesías.

Estamos obligados a entender la trascendencia de todos esto hechos. Tener a un presidente y a un gobierno dedicados a destruir el prestigio de la Corte y del Ejército, a utilizar el combate a la corrupción como pretexto para destruir instituciones y exonerar al mismo tiempo a narcotraficantes nos dice que el Estado mexicano está en riesgo.

Que a un presidente complaciente con el crimen, no le costaría ningún trabajo convertir en candidatos de Morena a familiares, cómplices y amigos del Chapo Guzmán para entregarles alcaldías o espacios en los congresos locales.

Indica que, en muchos sentidos, la llamada Cuarta Transformación está más cerca de las exigencias de los criminales que de las exigencias de la sociedad.

López Obrador llora y se pone de rodillas para que el Chapo lo perdone, pero saca el látigo del tirano cuando se trata de dejar sin medicamentos a los niños con cáncer, sin fideicomisos a las mujeres víctimas de violencia, cuando su gobierno pone en la calle a millones de trabajadores e incrementa los índices de pobreza.

AMLO está dispuesto a ofrecer disculpas al autor de miles de crímenes, al responsable de millones de muertes por sobredosis, al que ha lavado dinero y construido una cultura del crimen, pero jamás estará dispuesto a pedir perdón a los mexicanos por haberles mentido y engañado.