LA MILITARIZACIÓN DEL PODER

A López Obrador se le ve cada vez más dependiente de las Fuerzas Armadas. Entre más se profundiza la crisis económica y más crece la inconformidad social, más espacios de poder entrega a marinos y militares.

Está aplicando exactamente la misma receta que Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela. Los convierte en empresarios, constructores y administradores para cooptarlos y garantizar su lealtad a un proyecto político personalista que va rumbo al fracaso.

El presidente los ha apartado y distraído de sus obligaciones constitucionales. La seguridad nacional y la persecución del crimen organizado han pasado a segundo plano. Ahora construyen aeropuertos inviables, trenes incosteables, administrarán puertos y aduanas, siembran árboles, construyen sucursales bancarias y disponen de mucho dinero.

Lo que está haciendo López Obrador es desinstitucionalizar y desprofesionalizar a las Fuerzas Armadas. Las está dividiendo, corrompiendo y desnaturalizando. Está echando a perder una institución que ha sido ejemplo de lealtad, eficacia  y estabilidad del Estado mexicano.

La relación actual entre el presidente y los militares nada tiene que ver con los insultos y el trato humillante que les daba campaña. De “asesinos y violadores de los derechos humanos” ha pasado a convertirlos en una élite con privilegios económicos que podría llegar a ostentar también, en cualquier momento, espacios de poder político.

La 4T ha encontrado en la preparación técnica de las Fuerzas Armadas un “salvavidas” a la ineptitud operativa del gabinete. Cada vez que surge un problema en el gobierno, AMLO no acude a sus “leales”, e inexpertos funcionarios, para que resuelvan la emergencia, sino al Ejército.

No sería extraño, entonces, que conforme empiece a profundizarse la crisis económica y de gobernabilidad el presidente decida seguir militarizando las áreas estratégicas del Estado como decidió hacerlo con aduanas y puertos.

López Obrador carga con la ineptitud de sus funcionarios y con una desconfianza enfermiza que lo ha obligado a recargarse en las Fuerzas Armadas para impedir el naufragio del sexenio. Está otorgando al sector militar un papel central en la economía y en la política que no se veía desde hace 74 años, cuando Manuel Ávila Camacho se convirtió en el último presidente de México con origen militar.

Pero ahí no acaba el problema. El Ejército y la Armada podrían estar entrando a un proceso preocupante de ideologización político partidista con la finalidad de que su lealtad ya no fuera a la Constitución sino a un proyecto político autocrático dedicado a desmantelar las instituciones para dar poderes absolutos al presidente.

El origen y perfil de la Guardia Nacional deja ver la intención de poner a las Fuerzas Armadas a las órdenes de una presidencia despótica. El escudo que llevan en el uniforme sus integrantes no es el águila juarista, es el logotipo del partido Morena, lo que hacer ver a este brazo armado como una élite militar con afiliación partidista.

Todos sabemos lo que significa que un ejército este al servicio de un solo hombre y no de las instituciones.  Se le coloca en la primera línea de fuego para enfrentar a los adversarios y  enemigos del señor presidente. La pregunta –como la hizo recientemente un general en retiro– es: ¿de qué lado van estar las Fuerzas Armadas cuando López Obrador ya no cuente con el apoyo del pueblo? ¿Operaran como sostén del régimen?

Por lo pronto, está cumpliendo con su dicho: ¡Al diablo con  las instituciones!  Y, efectivamente, está debilitando, al menos en prestigio y credibilidad, a la institución que encarna los íconos patrios de la unidad y la paz social.