EL MESÓN DE SAN ANTONIO

 

La enfermedad de la (des) información

Me pasa que cada que leo las noticias me enfermo un poco más. Me ataca la desilusión, me baja el ánimo, me pongo ansioso; empiezo a toser pura negatividad, me sube la presión social, la cabeza se llena de dolores ajenos…

Caigo en cama durante dos o tres días esperando que, cuando vuelva a conectarme, el mundo esté un poco mejor, que la realidad sea más amigable y que hayan encontrado la cura para todos nuestros males, pero nada: todo sigue igual y las noticias amenazan con que se pondrá peor.

El Covid-19 sobrevive hasta 28 días en las pantallas de celulares, los billetes y, en general, en todas las superficies que tocamos; los astrónomos predicen la ruptura del universo y que la tierra desaparecerá; Ricardo Anaya arremete contra López Obrador y su estrategia fallida en seguridad; los de Morena traen un pleitazo de todos contra todos y nuestro presidente sigue pidiendo disculpas públicas del Vaticano por las matanzas y saqueos durante la Conquista. Cada loco con su tema, como diría mi abuela, y mientras tanto, a la deriva nuestra salud mental, física y emocional.

Lo del virus es cierto, sobrevive un montón de tiempo, es más, si tuviera luz propia no haría falta encender los focos en nuestra casa, pero esto no significa que el siguiente paso sea encerrarnos en una burbuja de cristal para estar a salvo. La vida mata, por eso hay que disfrutarla a cada momento; ser cuidadosos, pero no al grado de dejar de vivir con tal de no morir.

El universo está condenado a la extinción, eso pasa con las galaxias: se crean y se apagan a cada momento, nacen y mueren con cada parpadeo, y nosotros también. Renacemos en cada beso, con un “te quiero”, con un abrazo de los nietos; nos reiniciamos cada vez que alcanzamos una meta, con un miedo vencido, con un logro superado. El mundo se acabará tarde o temprano, eso no es novedad, en cambio, la verdadera noticia sería que nos recordaran que hoy no se ha acabado.

Lo de los políticos es otro asunto, y los protagonizados por el partido de AMLO son de nunca acabar. Están enrachados por ver cuál de ellos hace perder más simpatizantes. Nunca la mal llamada “izquierda” había sido tan incongruente, se ha traicionado hasta sí misma con políticos mal preparados que, en nombre de “la verdad”, han caído en el abismo de la corrupción y la traición.

Y bueno, nuestro presidente sigue con el dedo en el renglón: que Austria nos devuelva el penacho de Moctezuma y que la iglesia católica nos pida disculpas por la Conquista de los españoles.

No, estimado lector, no estoy en contra de que ambos hechos sucedan, de hecho, como a todo mexicano me alegraría enormemente que los dos sucedieran. Sin embargo, estoy convencido de que hay cosas mucho más urgentes que deben ser atendidas y solucionadas y que, a diferencia de las anteriores, sí están en manos López Obrador.

Los feminicidios, la violencia, las muertes dolosas, los niños que no reciben tratamiento contra el cáncer, el desempleo, jóvenes abandonando la escuela y haciendo trampa para seguir recibiendo su beca, la corrupción de funcionarios, todo eso va en aumento, y está documentado. Eso no es desinformación. Pero el presidente prefiere no saber.

El conocimiento siempre es bueno, aunque éste no nos haga felices. No debemos dejar de leer noticias, incluso cuando nos pongan de mal humor. Sin embargo, es de vital importancia no permitir que nos enfermen.

Leer y actuar. ¿Qué puedo hacer para mejorar el mundo? Lo primero que se me ocurre es mantener sano el entorno donde vivo, que en mi casa no haya violencia ni sea un ambiente hostil; ser empático con el vecino y con quienes convivo; no promover noticias falsas y, sobre todo, tratar de enseñar a otros lo aprendido.

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo