EL PODER DEL BIEN DECIR

La vida es un arco iris que incluye el negro

Yevgeny Yeytushenko 

Si estamos mal, siempre podríamos estar peor. Eso es indudable. Pero también mejor. Eso es incuestionable. La diferencia está en qué estamos esperando que suceda.

Parecería fácil elegir: “pues estar mejor, por supuesto”. Pero entonces la cosa se pone peor. Como la situación no corresponde a nuestra expectativa consciente, evidentemente culpamos a la vida, a los otros, a la suerte y hasta a la brujería.

No ponemos atención ahí donde nacen las circunstancias que vamos a experimentar durante nuestra vida: la poderosa combinación entre pensamiento y emoción.

Ciertamente no es fácil, porque la amalgama que forman está en su mayoría oculta en el inconsciente y el subconsciente. Develarla es un proceso. Requiere conocimiento, energía y tiempo; intención, atención y concentración, pero sobre todo el valor de sobreponernos a lo que el miedo nos grita despavorido: “sálvateee”, porque hay que ir al encuentro directo del dolor acumulado, la ira derivada, el resentimiento, la envidia, la soberbia, todos mecanismos de defensa ante las tragedias que nos dice nuestra imaginación que sucederán si no entramos en control de las situaciones y las personas.

Este proceso, que resulta necesariamente en expansión de la conciencia, es un camino empedrado de pérdidas y, por tanto, de duelos. Todas las cosas que tuvimos, tenemos y tendremos que dejar atrás en nuestras vidas necesitan sus lutos, porque en eso consiste el cambio: morir para volver a nacer. No funciona pretender que llegaremos para estacionarnos en un estado de bienestar inamovible hasta morir, porque entonces dejamos de vivir realmente. Resistirnos al cambio, negar nuestras pérdidas, solo nos mata. Adaptarnos, fluir y transformarnos es lo que nos da vida.

Hay herramientas valiosísimas para vivir, es decir, para remontar los cambios y transformarnos. Dos de las principales son: agradecer y bendecir.

Ampliando nuestro concepto de bendición, más allá de las restricciones religiosas, es decir, de las creencias de que solo Dios y sus ministros pueden bendecir, el concepto significa simple y sencillamente “bien decir”, por tanto “bien desear”, que no puede provenir de ninguna otra parte que de “bien pensar” y “bien sentir”.

Si, aun cuando estamos suplicando que las cosas mejoren, nuestros pensamientos, sobre todo los ocultos para nosotros, están construidos a partir de todas las expresiones recopiladas en la Ley de Murphy, resumidas en el enunciado “si algo malo puede pasar, pasará”, muy seguramente las cosas se pondrán feas y después cada vez peor.

Esta actitud dual, digamos naturalmente bipolar, por cuanto es muy común, nace sobre todo del rechazo de nuestras circunstancias actuales, sea lo que sea que estemos viviendo.

El rechazo, por ser una emoción negativa, es decir, proveniente del miedo, se conecta con toda esa “batería” de emociones negativas y pensamientos catastróficos que tenemos dentro, por cultura, por herencia y por experiencia. Por supuesto, atrae otros pensamientos de la cadena de los “esques”: es que la vida es injusta, es que no me lo merezco, es que todo mundo me hace esto, etc.

Las emociones negativas, por supuesto, tienen su utilidad, no se trata de sacarlas de nuestras vidas como si fueran basura o enterrarlas queriendo que se pudran olvidadas. Hay que transmutarlas. Esa es la verdadera alquimia, la de transformar nuestro plomo personal en oro.

Hay un momento clave para hacer esto: en cuanto cobramos conciencia de que las cosas no son como quisiéramos. Ese es el instante en que de la certeza de que podríamos estar peor, mucho peor, podemos extraer gratitud por estar donde y como estamos, por muy mala que sea la situación.

Esto nos permitirá bien sentir, bien pensar, bien desear y por tanto bien decir nuestra vida; es decir, poner el corazón en exaltar las cosas buenas y tener la confianza en que sucederán, manifestándolo así para nosotros, para otros y para el universo. Entonces, sucederá lo bueno que esperamos, igual que cuando hacemos que suceda lo opuesto.

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