CRÓNICAS TURÍSTICAS

Zona Arqueológica maya de San Gervasio en Cozumel, Quintana Roo

México se caracteriza por el gran legado histórico de todos sus pueblos. Los vestigios arqueológicos que hoy en día tenemos la posibilidad de apreciar, es una pequeña muestra de la grandeza de nuestro glorioso antepasado y San Gervasio, la Zona arqueológica de la isla de Cozumel, es ejemplo de ello.

Llegar ahí no es nada fácil, si consideramos que se encuentra en una bella ínsula, rodeada por el hermoso mar Caribe, todo color turqués con pinceladas blancas (donde las olas chocan y hacen espuma) y que la parte más cercana del continente es Playa del Carmen, donde debemos abordar un barquito que nos llevará a nuestro destino, el cual tiene la virtud de congregar a muchos impacientes viajantes que, como nosotros, decidimos visitar esa linda tierra maya.

El sonido del mar es indispensable para emprender esta travesía, los motores de la embarcación no pueden opacar el rompimiento de las olas, alborotadas por el paso del transporte marítimo, que con su peso alborota el movimiento cadencioso que acostumbra el mar quintanarroense.

Los murmullos y las charlas acrecientan los decibeles que nuestros oídos van escuchando, durante 40 minutos, somos compañeros de embarcación de decenas de personas también están pendientes de la magnificencia del océano, que nos rodea y extrae comentarios superlativos de la belleza que representa.

Como preámbulo, la Maestra Leticia Urbina nos relata algunas de sus experiencias visitando la zona arqueológica a la que nos dirigimos, la cual explica, tiene rasgos distintivos que la hacen muy diferente a las que estamos acostumbrados a visitar en el Centro del país, como Teotihuacán (Estado de México), Tula (Hidalgo) o el Templo Mayo (Ciudad de México).

La llegada a la isla nos permite observar un fondo marino de manera muy clara, el agua cristalina nos deja ver algunos peces, que por cierto, junto al clima caluroso, invitan a darse un chapuzón ahí mismo, en el embarcadero, pero las normas de conducta y el itinerario que tenemos por cumplir, nos obligan a emprender nuestra primera búsqueda, la del transporte.

Somos 3 y por ello decidimos rentar un auto, pues Cozumel no es una isla tan pequeña, así que para evitar la búsqueda de transporte que nos lleve a donde queremos ir y reducir los gastos, acordamos un cochecito. La mejor opción por el costo y el modelo fue un bocho, cuyo color verde nos hacía sentir exploradores de la jungla. El carrito descapotable, nos permitió sentir la brisa marina en nuestras cabezas y la libertad del camino.

Entre varias escalas para tomar fotografías del paisaje, llegamos en 35 minutos a la Zona Arqueológica de San Gervasio. Teníamos todo el día para recorrer la isla, para checar cada palmo de la zona, así que lo estábamos tomando con calma. Lety nos contaba las posibles implicaciones de haber construido esta edificación en esa zona, mientras el guía charlaba con todos sobre el nombre tan atípico para un vestigio precolombino, del cual señalaba, se dio porque antaño, el lugar donde se encuentran las ruinas era un rancho ganadero y se bautizó así, por el nombre del propietario.

La caminata por la zona, que de acuerdo con el guía es una de varias que se localizan en la isla, aunque la otras no están abiertas al público, nos trajo sed y un poco de cansancio, incentivado por el nivel tan impresionante de humedad, que permite incluso un cierto verdor sobre las históricas piedras.

No platica el guía que estas piedras, algunas llenas de moho, por las condiciones climáticas, datan del año 300 d.C., fecha en que se asentaron los mayas en la isla, aunque fue hasta el año 600 d.C., cuando alcanzó su esplendor y posteriormente, con la fundación de Chihén Itzá en el año 1000, se convirtió en un punto estratégico.

La charla formativa, la caminata y el calor, habían hecho mella en nuestro ánimo, necesitábamos comer, pues la desmañanada, el desayuno ligero y la falta de agua, había propiciado un cansancio notorio, aunque la energía alcanzó hasta el final de la zona arqueológica, de donde salimos al filo de las 2 de la tarde para buscar un restaurante de playa donde comer unos deliciosos maricos.

El camino en busca de la comida tuvo varias interrupciones, propiciadas claramente por los hermosos paisajes que íbamos recorriendo, siempre al lado del mar, por las múltiples fotos del recuerdo que queríamos captar para preservar el momento, sin embargo, sin percatarnos, llegamos a una zona de vendimia, donde la estatua de un marino nos dio la bienvenida.

La lluvia hizo su aparición, pero mágicamente se fue y nos permitió seguir disfrutando del ambiente isleño, con un sol tenue por momentos, que seguí diciéndonos que debíamos entrar al agua.

Avanzamos un poco y llegamos a un lugarcito llamado “Señor Iguanas”, donde se vendía supuesta comida típica mexicana, encabezada por nachos y tacos, pero que también ofrecía un cebichito, alimento que decidimos probar los tres viajeros, sin pensarlo, pues el hambre ya era crónica.

Y como la comida es sagrada, así termina está crónica, de una visita al paraíso y sus vestigios arqueológicos.

Recuerde que viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y lo invito a que me siga en las redes sociales a través de Twitter en @Cinematgrafo04, en Facebook con “distraccionuniversitaria” y mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia trejohector@gmail.com

Autor

Héctor Trejo
Periodista, escritor y catedrático. Lic. en Periodismo y Comunicación Colectiva por la UNAM y actualmente maestrante en Comunicación por la UACH.
Titular de columna "Cinematógrafo 04". Imparto Taller de Micrometrajes Documentales, así como el Diplomado en Cine y Cultura Popular Mexicana.
Ganador del premio a la investigación Ana María Agüero Melnyczuk 2016, que otorga la Editorial argentina Limaclara
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