CRÓNICAS TURÍSTICAS

Para beber, apostar y comprar, a la Zona Libre de Belice debes viajar

La distancia no es mucha, en realidad hemos recorrido solo 14 kilómetros y ya vemos el puente que divide a nuestra nación del territorio beliceño. Se trata de una estructura de metal en color verde y blanco, que nos despide con la frase “Feliz viaje, esperamos su retorno” y lo rematan con el mismo mensaje pero en sajón, que nos recuerda que la lengua oficial de esta hermosa nación caribeña es el inglés: “Have a nice trip we’ll be waiting your return”.

El Río Hondo es la barrera natural que separa las dos naciones, hermandas por la vecindad y que en algún momento fueron una sola, pues basta echar un vistazo a la historia. En 1862, la nación inglesa desconoció el hoy territorio de Belice como parte de México y lo declaro, de manera unilateral como colonia suya, “pero eso es otra historia”.

La expectativa de venir a la Zona Libre de Belice comenzó con el mito urbano de que por acá se conseguían productos mucho más baratos a lo que estamos acostumbrados. La primera ocasión que fui, es decir en el año 2009, conseguí unos tenis de marca que en la Ciudad de México costaban alrededor de mil 500 pesos en 450 pesitos, así que el mito se consolidó y lo transmití con los amigos, quienes estuvieron muy interesados en esta visita.

Luego de un día entero en busca de las zonas arqueológicas de la región, llegamos al hotel a descansar temprano, para levantarnos con energía, pasar a desayunar una rica cochinita pibli (suculenta especialidad de la región) y posteriormente redescubrir el ambiente comercial de la Zona Libre. Por cierto, la antesala a la carne de cerdo, fue un café de olla muy aromático, acompañado de leche condensada y un pan casero de plátano, que conseguimos en un pequeño puesto callejero, muy cerca de la base militar de Chetumal, en el que nos detuvimos al observar la vaporizante cazuela de barro, que emanaba la deliciosa fragancia del tinto, como lo llaman los colombianos.

En realidad no teníamos destinado mucho recurso para compras, sin embargo, la idea de adquirir unos tenis y algunas playeras a costos por debajo del promedio, nos entusiasmaba por sobremanera, al menos unas prendas para ocuparlas durante el viaje y porqué no, un relojito para consentirnos.

“Barriga llena, corazón contento”, nos dirigimos a nuestra expedición comercial, aunque al pasar la frontera, bajando el puente, ya del lado beliceño, comenzamos a preguntarnos por la posibilidad de introducirnos más a fondo en esta bella nación, aunque por consenso decidimos lo acordado, pasar el día en las tiendas, adquirir algunos productos, para no quedarnos con las ganas, comer y tomarnos una que otra cerveza. Nadie nos iba a contar la experiencia, aunque debo comentar que, en mi anterior visita, el amigo con quien fui compró las 4 llantas para su auto.

Ya en la ruta del consumismo, la primera parada obligada fue uno de los casinos beliceños el “Princess”, que en realidad es un hotel-casino y que está de paso en el camino a la Zona Libre. El tipo de cambio nos ayudó para adquirir muchas monenditas que nos permitieran pasar un buen rato en las máquinas tragamonedas y aunque al final, no ganamos ni un peso, pasamos dos horas muy entretenidas apostando, cada uno 50 pesos, que justo es mencionarlo, nos duraron un buen rato.

Las apuestas terminaron cuando se agotaron nuestras moneditas y volvimos al camino para llegar a la Tierra Prometida de los descuentos y las ofertas. Unos minutos más y nos recibieron en una caseta, donde nos cobraron 15 pesitos mexicanos para permitir el acceso de nuestro auto, aunque vemos que quienes llegan en mototaxi, no pagan nada.

La legada temprano, nos permitió estacionarnos en el centro neurálgico de la Zona Libre, para poder trasladarnos a todos lados y no quedar tan distantes del auto, incluso, fue una maniobra para reunirnos ahí, sin importar en qué tienda o negocio se encontraran los demás.

Al bajar del auto, una cancioncita de Calipso nos da la bienvenida y afuera del negocio donde se origina la música, dos chicas nos ofrecen perfumes, aunque parece que nadie está interesado en cosméticos y cada uno toma su camino por diferentes rutas, pensando en los que va a comprar.

Un buen rato caminando y observando tantos productos, nos da sed y un negocio de cervezas y bebidas refrescantes, estratégicamente ubicado, nos invita a detenernos un momento, saborear una cerveza fría y mitigar con ello el tremendo calor y el nivel altísimo de humedad que se siente en la Zona Libre, incluso, el encargado de destapar nuestras bebidas, nos recomienda lugares al interior de una plaza para poder comer un bufet chino que según nos cuenta es bastante bueno, aunque creo que no fue del gusto colectivo.

Como pensaba, fui en busca de un reloj que me permitiera traerlo en el agua. En realidad se trató de un producto de marca desconocida, aunque para ser honestos, ya tengo casi seis meses con él y sigue funcionando como el primer día, en las vacaciones completas aguantó mi ritmo y considero que fue una excelente compra.

La tarde nos alcanzó, entre compras, bebidas y sonrisas, vemos que el clima nos invita a regresar a Chetumal, para evitar algún inconveniente. El cielo se tornó gris en unos cuantos minutos. La mañana soleada ha sufrido una metamorfosis severa, que, si no nos apuramos, seremos víctimas de una tremenda tormenta y muy seguramente lo lamentaremos con nuestros productos nuevos.

Recuerde que viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y lo invito a que me siga en las redes sociales a través de Twitter en @Cinematgrafo04, en Facebook con “distraccionuniversitaria” y mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia trejohector@gmail.com

Autor

Héctor Trejo
Periodista, escritor y catedrático. Lic. en Periodismo y Comunicación Colectiva por la UNAM y actualmente maestrante en Comunicación por la UACH.
Titular de columna "Cinematógrafo 04". Imparto Taller de Micrometrajes Documentales, así como el Diplomado en Cine y Cultura Popular Mexicana.
Ganador del premio a la investigación Ana María Agüero Melnyczuk 2016, que otorga la Editorial argentina Limaclara
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