EL MESÓN DE SAN ANTONIO

La pandemia vs los memes

Al principio nos mostrábamos escépticos, “a mí no me va a pasar, esa cosa ni existe, es invento de los illuminatis”; luego comenzamos a dudar, “¿será verdad, es cierto que tantos están muriendo?”; después vino la realidad: parientes, amigos, vecinos comenzaron a faltar a causa de la terrible enfermedad.

El Covid-19 irrumpió en nuestras vidas tan abruptamente que ni siquiera nos dio tiempo de terminar de entender el virus. De un día para otro todo cerró: cines, restaurantes, bibliotecas, librerías, escuelas, centros comerciales, tiendas de ropa. De un momento a otro ya no podíamos salir sin cubrebocas, ni comprar el mandado en familia, ni entrar a ninguna parte sin que alguien nos revisara la temperatura y nos pusiera gel antibacterial.

Pero como siempre pasa, el ingenio mexicano salió a flote: las redes sociales se inundaron rápidamente de memes y chistes que minimizaban, no los riesgos del coronavirus (éstos los exaltaban), sino las repercusiones de la pandemia.

De esta manera, vimos a personas que se decían enfermas tomando un mezcal porque “para todo mal…”, a padres de familia convirtiéndose en maestros con chancla en mano, y vimos a los alumnos tomar clase en pijama desde la comodidad de su cama; escenas graciosas que nos hicieron desviar la mirada de lo realmente importante: las consecuencias de una pandemia en un país que vive al día, literalmente.

Los pronósticos para la economía son devastadores, ya lo dijo el Secretario de Hacienda, Arturo Herrera, al asegurar que México vivirá “la crisis más fuerte desde 1932”, y esto se debe a la gran cantidad de negocios que han cerrado y cerrarán próximamente: miles de empleos se perderán y millones de familia resentirán las consecuencias.

Desde los puestos de comida hasta puestos ejecutivos: el Covid-19 nos afectará directa o indirectamente, tarde o temprano, irremediablemente.

Pero esto parece que aún no preocupa a los jóvenes, adultos en edad productiva que no tienen trabajo, prestaciones, seguridad social, Afore… vaya, ni siquiera tienen a dónde ir en caso de que sean diagnosticados positivos.

El gobierno federal ha ido quitando programas sociales en pro de la austeridad, sin reparar en los efectos negativos para la población vulnerable (que ahorita somos casi todos). Tan sólo la sustitución del Seguro Popular por el Insabi, ha dejado a millones de personas sin atención ni medicamentos básicos. Vaya, para que logremos dimensionar las proporciones de la precariedad, si alguien se rompe un pie y necesita un yeso, no lo atenderían ni en la Cruz Roja hasta que él mismo compre el material. No digamos ya ser atendido de un virus mortal.

La pandemia ha revelado la fragilidad de nuestro sistema. Este ciclo escolar, aunque digan lo contrario con tal de no afectar los números del presidente, está perdido. Los niños que dependen del programa “Aprende en Casa II”, transmitido por televisión, están condenados a perder el año.  Las “clases” son brevísimas, los contenidos no corresponden al año escolar, los “conductores” son eso, no profesores. Tan sólo la semana pasada, vi tres veces el mismo contenido programado para los alumnos de tercero de secundaria; los horarios y canales no corresponden a lo difundido por la Secretaría de Educación a nivel Federal, y el niño que no cuente con los libros de texto, que son muchos, no entenderá ni “pío” (y me refiero al sonido de los pollitos, no al hermano de López Obrador, quien tampoco ha dicho nada sobre las “aportaciones” que le dieron para la campaña).

Y así, estimado lector, mientras el panorama pinta gris e incierto, las personas parecen celebrar las noticias negativas a la espera del nuevo meme. Que si se muere un artista: ¡¿cuántos más coronavirus?! Que si un terremoto devastador acaba con cientos de personas: ¡¿cuántos más 2020?! Que si una bomba o un meteorito o el rebrote de la viruela: ¡ya sólo faltan los zoombies! Y reímos, sin siquiera prestar atención a las verdaderas tragedias que vendrán si no hacemos nada por evitarlas.

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo