CRÓNICAS TURÍSTICAS

 

Bacalar, un mágico déjà vu de siete colores… o más

Hay viajes que nos envuelven, que nos llenan de tatuajes emocionales y nos impregnan en la piel y en el corazón la necesidad de volver, de estar de nuevo ahí en algún momento. Lugares que nos inundan de nostalgia cada que los recordamos, a mi me pasa con Bacalar, Quintana Roo.

Hablar de Bacalar es recordar colores, aromas, sensaciones y sabores, hablar de Bacalar es revivir sentimientos y retomar de la memoria pedacitos de felicidad hechos imágenes y sonidos o ¿quién no recuerda su lugar favorito evocando un rompecabezas deleitante cuyas piezas van reconstruyendo el gran deseo de volver?

Bacalar, recientemente convertido en municipio autónomo, se encuentra a unos 35 kilómetros del Centro de la ciudad de Chetumal, capital del estado, es decir, a una media hora de camino en auto, viajando por la carretera Chetumal-Cancún.

Llegar a su principal atracción (pues hay varias) que es su impactante laguna no es nada complicado, pues gran parte de los hoteles tiene salida a este hermoso recinto lacustre cuyos colores son poco más que impresionantes, por lo que ha recibido el nombre de Laguna de los Siete Colores, pues se dice que existen 7 o más tonalidades de azul al mirarla.

La primera ocasión que visité Bacalar fue en diciembre de 2009, cuando era una comunidad pequeña, aunque llena de visitantes que le daban un toque cosmopolita. La gente se dedicaba, como ahora, al turismo, aunque había pocos lugares para dormir, así que había que volver a Chetumal. Recuerdo haberme bajado del autobús que va a la capital del estado, habiendo tomado el transporte desde la terminal de Playa del Carmen.

La primera vista de la laguna en aquel lejano 2009 me dejó tan gratamente sorprendido, que decidí volver, cada que visito Quintana Roo, aunque sea un día, aunque tenga que regresar a otro lugar, siempre que llego a este hermoso estado, visito un rato el Balneario Ejidal, que trae a mi mente esta fantástica imagen azul…

Caminando por las calles, algunas de ellas, todavía no estaban pavimentadas, levanté la vista como reacción al comentario de un niño que venía con su familia y se escuchaba sorprendido: “Mamá ahí está el mar”. Ciertamente era la laguna la que estaba señalando aquel pequeño, pero mi vista se quedó fija y mi andar apurado por el sol intenso, se detuvo para recrear mi pupila con el fastuoso espectáculo natural que representaba el rebote de la luz solar en las diferentes tonalidades de azul que proyectaba la laguna. Esa imagen se convirtió en un tatuaje que se quedó grabado en mi memoria hasta el día de hoy.

Ese día llegué solo, caminé hasta el balneario, me puse lentes oscuros, una gorra, traje de baño y durante un buen rato me senté a contemplar el colorido impresionante que me ofrecía la naturaleza. Los visitantes que nadaban en todo el espacio no impidieron que le recreara de tanto colorido.

Pasó mucho tiempo para volver, casi dos años. Los recuerdos me mataban y en un viaje en parejas, el primero que hicimos juntos, decidí mostrarle a Kary mi lugar favorito, sin prisas, sin incomodidades, con todos los detalles que conocía, para que disfrutara como lo hice yo, de su primera vista de la laguna, a la cual hemos vuelto cada que tenemos la oportunidad para vivir un mágico déjà vu de tonalidades azules.

En automóvil, nos trasladamos desde Chetumal, donde habíamos pernoctado, en un hotelito modesto del Centro, luego de utilizar el día para ir a comprar cosas a la llamada Zona Libre de Belice (pero esa, dijo la Nana Goya, es otra historia), para levantarnos muy temprano y aprovechar los primeros rayos del sol que caen sobre la laguna, poder observar la evolución de los colores acuáticos y pasar una tarde rica, disfrutando del agua templada y cristalina, comer mariscos y luego buscar un hotel en la zona para descansar.

El balneario tiene un amplio estacionamiento, que por cierto es muy barato, se vende comida en su interior, entre lo más destacado un delicioso coctel de camarón y un cebiche fabuloso que solo sirven para mitigar el hambre unos minutos. La cerveza fría con sus respectivas gotas de limón, no pueden fallar, el clima cálido siempre es idóneo para ellas.

En pareja, nos damos un chapuzón, el agua templada a penas nos refresca, salimos por una botanita, otra cerveza y de nuevo en unos minutos otro chapuzón, el calor es fabuloso para pasar el día en estas condiciones. Ponemos un poco de música, aunque cada quien toma su audífono para no afectar el sonido del balneario, del que por cierto, la música no es de mis favoritas, enemigo del reguetón, prefiero un soncito cubano para sentirme a tono con el clima tropical.

Cantamos, comemos, bebemos y nadamos, qué delicioso día. La laguna azul (y no es película) nos tiene maravillados, vemos la tarde caer y el sol comenzar a bajar, los colores cambian en el cielo, pero el agua sigue pintándose de azul, ahora más oscuro y nosotros, como el Astro Rey también partimos para refugiarnos en un hotel donde podamos pasar la noche, para seguir con nuestro camino al día siguiente.

Recuerde que viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero

en la próxima Crónica Turística y lo invito a que me siga en las redes sociales a través de Twitter en @Cinematgrafo04, en Facebook con “distraccionuniversitaria” y mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia trejohector@gmail.com