MARA SE MUDA DE CASA

 Más complicado que traer a Lozoya, pero menos de cómo nos contó el canciller Ebrard fue el viaje de Evo Morales, resultó el traslado de Buenos Aires a Brasil, de una elefanta.

Hace meses les platiqué que por presiones ciudadanas y la ayuda de una juez de Buenos Aires, Argentina se convirtió en 2015 en el primer país en reconocer a un simio, la orangutana Sandra, como “persona no humana con derechos legales”.

Suiza será el segundo, porque esta semana anunció que incorporará a su constitución, los derechos de los animales.

Recordé la historia de Sandra, -que vive desde noviembre del año pasado en el santuario para grandes primates de Wachula, Florida,- al leer este 9 de agosto el texto de Brooke Jarvis para el New York Times, sobre “el inusual convoy de 15 personas casi sin dormir, una grúa, seis autos y un camión con la jaula de una elefanta”, esperando cruzar la frontera argentino-brasileña, cerrada por la pandemia.

La elefanta se llama Mara, tiene unos 50 años y pasó los últimos 25 en el zoológico de Palermo, construido en 1904 a imitación de un templo hindú y joya entre los parques victorianos, de Buenos Aires.

Muy elegante sería, pero incómodo y pequeño para los tres elefantes que lo compartían; dos africanos y Mara asiática, especies que no se llevan bien.

Mara pasó décadas sin caminar, actividad esencial para su digestión y tener las patas sanas; estaba triste y mecía sin parar su cabeza, comportamiento típico de estrés en animales cautivos.

En 2014, los visitantes se percataron de las malas condiciones en que vivían dos mil 500 animales, apretujados en 17 hectáreas y exigieron cambios.

Dos años después, las protestas obligaron al gobierno de Buenos Aires a recuperar el zoológico, cuya gestión tenía una empresa privada; y la gente comenzó a preguntarse si era suficiente mejorar las jaulas, si habría cambiado la visión que tenemos sobre los animales desde que ese zoo fue construido y si conservarlo, coincidía con el respeto que merecen.

Ante las negativas respuestas ciudadanas, se decidió volverlo ecoparque; donde los niños aprendieran conservación y los animales endémicos pudieran rehabilitarse, sin ser exhibidos.

Y a los viejos, se les llevaría a diferentes Santuarios.

Mientras se organizaba la logística, algunos murieron; pero 860, Sandra entre ellos, fueron mudados.

Mara sería la 861, y su destino sería el Santuario de Elefantes de Mato Grosso, Brasil, instalado en mil 130 hectáreas.

Trasladarla dos mil 700 kilómetros cruzando fronteras, requirió mucho papeleo y saber dónde nació y vivió antes de llegar a Buenos Aires.

Ante el interés mediático, la circense familia Tejidor informó que compró a Mara y otros dos elefantes, a principios de los 70s al Tierpark Hagenbeck de Hamburgo, que los había adquirido en un campamento de trabajo en la India; y los más viejos la recordaban, como una elefantita ansiosa de cariño.

Mara viajó con los Tejidor por pueblos de Argentina, Uruguay y Brasil; y cuando en 1980 dejaron el negocio, la vendieron al Circo Rodas y siguió actuando, hasta que una tarde golpeó al domador que la maltrataba; el hombre murió, la elefanta fue encadenada y la policía la rescató y llevó al zoológico, de dónde estaba por salir.

Pero cuando todo estuvo listo para su viaje, llegó el Covid-19 y Argentina impuso estricto confinamiento.

Pensando que no podía desperdiciarse lo tramitado y los permisos estaban por caducar, el director del zoológico, Tomás Sciolla, habló con cuanto funcionario pudo, para que Mara pudiera irse, parar en puntos fronterizos para someterse a controles de temperatura y desinfección y recibir pasto y agua.

Por la pandemia, solo cuatro humanos cruzaron con ella el último tramo y fue indispensable, pasarla a otro camión para transitar 65 kilómetros de brecha.

Finalmente, llegó a Chapada dos Guimarães y a su campo con árboles y pasto.

Y tan pronto salió de su caja, se cubrió de tierra para regular su temperatura y mantener a raya los parásitos y conectó con Rana, otra elefanta asiática ahí residente.

“Su vínculo fue tan rápido, que pensamos si Rana no sería uno de esos tres elefantes, comprados en la India por los alemanes”, dijo Scott Blais, uno de los fundadores del santuario.

Y agregó que le solicitaron espacio para otros elefantes de zoológicos argentinos, pero prefiere que vayan a otro sitio y Mato Grosso sea solo temporal; “seré feliz, cuando no haya más elefantes cautivos”.

Pero por ahora, ahí está Mara «estirando las piernas, rascándose la espalda con los árboles y haciendo una amiga.»

 

Autor

Teresa Gurza