EL MESÓN DE SAN ANTONIO

¿Quién gana con la pandemia?

En esta de época de confinamiento, el miedo y la falta de una cultura de respeto hacia el otro nos hace, por lo menos a los mexicanos, más pesado el peregrinar. Estamos aislados en un reducto tan estrecho que la propia habitación francamente se vuelve un martirio, nos asfixia y hace desesperarnos como liebre al acecho.

En esta temporada de pandemia, me he preguntado si la libertad sigue siendo la facultad del ser humano para actuar de acuerdo a su criterio, razón y voluntad; pensar en la libertad me hace reflexionar sobre lo básico del hombre: la muerte, la fragilidad, la misma existencia. La pregunta de este momento es, ¿quiénes ganan y quiénes pierden con la pandemia?

Y, en términos generales y a nivel global, la pandemia tiene un ganador: la tecnología.

El uso y desuso de la tecnología nos vuelve distintos, ahora somos los que utilizan y los que no utilizan la tecnología, y eso nos hace parecer habitantes del siglo pasado y del siglo XXI.

Sin duda, el sector de servicios (empleos de apoyo) es el que más se ha incrementado: tan sólo Amazon, por su gran demanda de tráfico de entrega de paquetería, ha empleado a nivel mundial a 200,000 personas desde el mes de marzo.

Pero un estudio de la UNAM afirma que la brecha entre los ricos y pobres se ha incrementado de forma exponencial: ahora hay más pobres que hace 7 meses. Algo se tendrá que hacer frente a este fenómeno pandémico que está estacionado como una nube gris.

Servicios básicos que se han visto beneficiados con la pandemia son los de luz, agua, teléfono, internet y gas, y también otros como bancos, comidas a domicilio, flores y un montón de etcéteras, que se ahorraron grandes filas y el enojo cara a cara con el modo virtual.

Quienes preferíamos la plática con el mesero, preguntarle a la vendedora cómo va a estar el clima o conversar con el tendero es un gozo que ya no está permitido; ahora vemos a los monopolios de tiendas y servicios virtuales incrementar sus ganancias en millones de dólares. Eficiente sí, pero ¿y lo humano dónde queda?

En el tema educativo, el problema se complica por la incertidumbre y la contradicción: el año escolar será híbrido, no, sólo virtual, no, también por televisión abierta, mientras los alumnos siguen anclados a un calendario que no corresponde a nada de lo cronológico ni lo real: el alumno franquea el año escolar sólo por estar inscrito. ¿Cuántos analfabetas funcionales estamos formando? ¿A cuántos niños estamos sometiendo a sistemas experimentales llamados “nueva normalidad”?

Todo este aprendizaje, además de criticado resulta paradójico, pues los niños saben más de tecnología que sus padres y maestros, y éstos no están capacitados para enseñarles las cosas básicas de la educación. ¿Qué pasará con los maestros, con las autoridades, con los servicios de apoyo?

Por lo menos en esta época de lluvias los niños no se exponen a aulas sin techo, a escuelas sin baños, pero quizá sí a violencia familiar y a carencias alimenticias.

Los colegios privados ya tienen focos rojos, pues son muchísimos los padres de familia que han decidido dejar de pagar las colegiaturas porque no ven ningún beneficio en las clases virtuales. “¿Para qué pago la colegiatura si la educación será en casa?, mejor lo meto a la pública y ahorro este dinero”.

¿Qué pasará con los servicios educativos? Quizá esta bomba será de dimensiones extraordinarias. ¿Se dejará que suceda esta catástrofe? ¿Qué tanto se erosionan, desde las autoridades educativas, las paredes de contención explosiva? Este mes de agosto se deben dar respuesta a un sin número de problemáticas educativas que se particularizan y toman sabor en su propia circunstancia. Habrá nuevos retos en la educación, pero también, espero, nuevas satisfacciones.

Yo sigo pensando que las bibliotecas deben ser, más que nunca, espacios que permitan llegar a la información y al conocimiento de forma democrática, que formen ciudadanos con nuevo espíritu en favor del otro.

Piense usted: ¿hasta dónde, el nuevo empleo requerido de las transnacionales necesita un sistema educativo tan denso y burocratizado?

 

El pilón

Murió mi compadre Adolfo del coronavirus, así como mi estimado doctor Héctor Mario Zapata, y también Chavita, un doméstico colaborador de mi hermano que se volvió parte esencial de la familia por los últimos 20 años.

Ojalá tengan una eternidad de paz y no lo zarandeado que se volvieron sus últimos días de existencia.

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo