QUIÉN TIENE EL PODER

Al principio existía el Verbo 

Al darnos vida, Dios nos entregó también el Verbo. Tómelo en sentido literal o figurado, si tiene usted otro tipo de creencias. Lo cierto es tenemos el poder de crear mediante las palabras, y es inherente a la existencia, no podemos evadirlo ni cederlo ni dejar de utilizarlo, para bien o para mal, aunque sí podemos negarlo, para no hacernos responsables de lo que hemos creado.

Todo lo que vivimos, personal y colectivamente, lo hemos creado nosotros, cada uno, aunque no sepamos ni cómo. Bueno, pues el gran secreto siempre ha estado expuesto, pero nuestra negación nos ha impedido verlo: si en la emoción está el Poder, en la palabra está su manifestación. Las palabras funcionan como un magnetófono de nuestras emociones. Son el principio de la materialización de la voluntad humana.

¿Quién de nosotros no ha sido definitivamente marcado en su vida por palabras, con dolor o con alegría? Los destinos de personas y pueblos pueden ser trazados por las palabras, pues, como dijera el ilustre escritor austriaco Herman Bahr: “Las palabras no están en poder de los hombres; los hombres están en el poder de las palabras”.

Un “tonto” dicho a alguien en un momento de vulnerabilidad, puede hacerlo creer toda la vida que lo es y, por el contrario, un “inteligente” tiene el mismo efecto. Cuando le damos una calificación a nuestros niños y jóvenes podemos convertirlos en eso que les estamos diciendo, sin que sea su realidad, pero marcamos su destino. Las palabras son magia pura, transforman lo que tocan, y ni siquiera nos damos cuenta. Por el contrario, intentamos despojarlas de su potencial: “pura cháchara”, “bla, bla, bla, bla”, etc.

Incluso cuando no llevan una emoción perceptible involucrada, las palabras con su magia construyen y destruyen, dejan su rastro a través del tiempo y el espacio. Con su poder la humanidad puede cometer los más atroces crímenes o realizar las más loables proezas.

Ilustra el Dr. Miguel Ruiz, autor de Los Cuatro Acuerdos: “Esta magia es tan poderosa, que una sola palabra puede cambiar una vida o destruir a millones de personas. Hace años, en Alemania, mediante el uso de las palabras, un hombre manipuló a un país entero de gente muy inteligente. Los llevó a una guerra mundial sólo con el poder de sus palabras. Convenció a otros para que cometieran los más atroces actos de violencia. Activó el miedo de la gente, y de pronto, como una gran explosión, empezaron las matanzas y el mundo estalló en guerra. En todo el planeta los seres humanos han destruido a otros seres humanos porque tenían miedo. Las palabras de Hitler, que se basaban en creencias y acuerdos generados por el miedo, serán recordadas durante siglos”.

Es decir, el Verbo puede ser entregado al engaño intencionado, a la manipulación de las emociones y las mentes de otros, para alcanzar fines personales, que pueden ir desde ocultar un error que finalmente se convertirá en una cadena de equivocaciones, llevar a cabo una venganza, hasta la realización de un delirio personal surgido del dolor y el resentimiento.

El Verbo al servicio de la mentira es el peor fin que podemos darle al Poder de crear, porque existe la conciencia de su efecto, la elucubración para usarlo en provecho propio, la inteligencia para armar el “discurso” y repetirlo hasta que la gente lo crea. Entonces generamos una nueva realidad, aquella que hemos construido a golpe de repetición, programando las mentes y las emociones de las personas para que crean en ello, incluso hasta el fanatismo.

No obstante, en un rango mental menos insano que ese, los seres humanos usamos el Verbo, en general, sin conciencia, lanzando palabras llenas de las emociones negativas, criticando, juzgando, envidiando, chismeando, insultando y, así, envenenando a los demás. ¿Se imagina las maravillas que haríamos en el mundo si lo utilizáramos positivamente?

Y dígame, ¿cómo es su Verbo?

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